jueves, 27 de noviembre de 2008

HELADERÍA COPPELIA, Oscar Mario González



Playa, La Habana, noviembre 27 de 2008, (SDP) Ocupando una manzana de territorio urbano en la barriada del Vedado, la heladería Coppelia constituye un lugar de obligado peregrinaje para el que visita la capital procedente del interior del país y un atractivo para los cubanos en sentido general.

Desde su inauguración, en el verano de 1966, parecía llamada a ganar la preferencia de todos y especialmente de la juventud. El tiempo validó las premoniciones. Hoy casi todos buscan un tiempito para mitigar la sofocación veraniega saboreando un rico helado en sus canchas, al aire libre, al soplo de la brisa proveniente del cercano litoral.

Por supuesto que de aquella heladería cuya oferta contemplaba decenas de sabores, algunos de ellos desconocidos por la población, a ésta de hoy, raquítica, con dos o tres sabores como promedio, hay una enorme distancia.

Nadie duda que Coppelia haya ido en declive, aún antes del llamado Período Especial. De su atractivo pasado, sólo conserva la arquitectura del edificio como deleite visual y un aire de contagiosa animación que sirve para ‘desconectar”, debido a la gente joven que la frecuenta. En realidad, el helado que allí se expende ya no es ni siquiera Coppelia, sino el llamado “Varadero” que responde a otra formulación.

En los primeros meses del presente año, los medios de información, particularmente el periódico Granma, recogieron severas críticas procedentes de la población hacia la actividad comercial del centro. Tal actitud de la prensa oficialista formaba parte de una “batalla contra la corrupción y las ilegalidades” surgida a raíz del llamado de Raúl Castro. Se exhortaba al ciudadano en el sentido de hablar sin “tapujos y a cara descubierta” con vistas a conocer los males que los aquejaban, siempre que la intención fuera de “profundizar” y “perfeccionar” el socialismo, cuyas bondades son dogmas de fe exentos de cualquier discusión. La prensa, por supuesto, encabezaría la tarea.

Entonces salió a relucir mediante “denuncias” de “lectores” lo que todo el mundo sabe desde hace años: que la inmoralidad andaba a tutiplén entre dependientes, custodios y directivos. Que las tinas de helado (recipientes de cartón de forma cilíndrica de 2,62 litros de capacidad), cuya venta en mostrador totaliza 50 pesos, se vendían, furtivamente, a 100 y 150 cada una a cierta clientela fija. Que a hurtadillas se evadían las molestas y lentas filas dando una generosa propina a la dependienta, al custodio o a ambos. Que a la boleadora no se le imprimía la suficiente fuerza como para hundirse hasta el fondo de la masa helada, y ello, con la premeditada intención, de “echarle” menos producto al público.

Así también salieron a la palestra otras deficiencias que tienen que ver con lo que aquí se ha dado en llamar “indisciplina social o vandalismo” y que se manifiesta en caminar por las áreas verdes de la heladería, romper los muebles sanitarios, orinarse en el piso, hacer la “caca” en los jardines, arrojar envases vacíos, papeles, cartones, preservativos nuevos y usados y otros muchos objetos en aceras, céspedes y jardines del lugar.

El asunto subió de tono y semanas después el director de Coppelia así como su homólogo de la empresa productora del helado, se pronunciaban públicamente en cuanto a las quejas emitidas por la población. En un lenguaje lleno de optimismo “revolucionario”, ambos dirigentes daban cuenta de algunas medidas tomadas y sus resultados.

Según ellos el vandalismo había desaparecido, se restableció el alumbrado que mantenía en penumbras las áreas de venta y perimetral. Se informaba de un incremento en la oferta de sabores, mejoramiento en el trato, recibo de 16 cámaras de congelación para conservar el producto así como la estabilización del horario de cierre y apertura.

Ojala y Coppelia se enderece como sostienen los dirigentes implicados en su gestión. Lo dudo porque Coppelia no es nada más ni nada menos que la pequeña rama de un árbol que nació torcido: el modelo social. Su empleomanía es buena como lo son todos los cubanos. Retribúyasele de forma que puedan vivir decorosamente y de seguro abandonarán el invento y tratarán mucho mejor al público. Permítaseles contar con los derechos individuales democráticos propios de las sociedades libres para que rescaten la sonrisa perdida. Esa, que tanto agrada y reconforta al cliente.
osmagon@yahoo.com

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