jueves, 20 de noviembre de 2008

NOTICIAS DE UNA CONQUISTA Y ASOMBROS DE UNA CONDESA,(fragmento del libro “Italianos en Cuba”), Richard Roselló



La Habana. Noviembre 20 de 2008 (SDP) A mediados del siglo XIX, el pintor cubano Francisco Camilo Cuyás hacía constar en la revista del Liceo de La Habana: Las canciones populares han degenerado en la capital de Cuba, después que se introdujo la ópera italiana, y generalizado el piano. No hay dudas que este instrumento es una orquesta, por las armonías que produce; y que había por tanto de alterar las costumbres de ese arte. Las canciones populares se acompañaban antes de esa alteración con la flauta, violín y guitarras; y cuando más efectos hacían eran las funciones campestres. Hoy no se canta otra cosa que música italiana en nuestras reuniones. (6)

De ello se había asombrado igualmente, durante su viaje a La Habana en 1840, la Condesa de Merlín, que escribiría: El gusto de la música italiana es tan general como en una ciudad de Italia: casi todas las óperas modernas son conocidas aquí, y las compañías italianas que gustan todos los años, están muy bien pagadas.

Tanta popularidad alcanzó el bel canto que los comerciantes decidieron aprovecharla. De ese modo, el apellido de una aplaudida cantante, la Broschetti, se convirtió en una marca de tabacos. Otra soprano (Gazzaniga) daría origen a un dulce hoy tradicional en la mesa cubana: la gaceñiga. Fue creada en su honor y vendida en las confiterías habaneras hacia 1860.

Múltiples teatros se construyeron para acoger a las compañías: el de Tacón, el Villanueva, el Payret, el Albisu, el Irijoa... Durante seis meses (octubre-marzo), La Habana vivía su gran temporada operística, mientras la prensa garantizaba una cobertura absoluta. También se ofrecían representaciones en Matanzas, Cienfuegos, Camagüey y Santiago de Cuba.

El estudio de los anuncios periodísticos revela los más disímiles títulos y autores: Verdi, Rossini, Donizetti, Bellini... "Ana Bolena", "Norma", "Hernani" y "Nabucodonosor", "La Africana", "Lucrecia Borgia", "Safo", "La Traviata", "La Sonámbula", "El barbero de Sevilla", "Rigoletto", "El Trovador", "Fausto", "La hija del regimiento", "Elíxir de Amor", "Aída"...

Entre las principales figuras que visitaron el país debemos citar a Rossi, a Pietro Lombardi, a Sieni -director de una famosa compañía de teatro-, a Leopoldo Frégoli; también actuaron en los mejores teatros cubanos Adelaida Ristoni, La Patti, Steffanone, Carolina Civile, Tomaso Salvini, Andrea Maggi, Jacinta Pezzana, Giovanni Enmanuel, Volpini, Adelina Pedovani...

Buen número de artistas no sólo regresaba a la Isla todos los años, sino que durante la temporada se ofrecían como profesores de música y canto, a la vez que efectuaban una intensa vida social que favorecía fructíferos intercambios.

Alguien que sobresale en este decenio (1840-1850) es Luigi Arditti, director y compositor. Estrenó varias obras en el Teatro Tacón, entre ellas "Nabuco" y "Gulnara". Colaboró con la Revista Pintoresca del Faro Industrial (1847) e, influido por las sonoridades criollas, fue autor de contradanzas: "Tiancredi", "La Matancera", "La Cubana", "El Sol de Colón" y "El Salón de Escuriza", resultaron muy populares en los salones de baile. Su autor ejerció, además, como maestro en la calle del Obispo, no. 79.

Por la misma época, el también director de orquesta y contrabajista Giovanni Bautista Bottesini -o simplemente, Juan Botesini-, quien residió durante varios años en la Isla, componía la ópera "Colón en Cuba". La pieza se estrenó en La Habana en 1848.

Sin vínculo alguno con las compañías operáticas, entre 1840 y 1870 van llegando a Cuba de manera ininterrumpida un nutrido grupo de profesores e instrumentistas italianos. Algunos jamás debutaron en ningún teatro, pues preferían actuar en tertulias privadas donde no por ser menor la concurrencia, dejaban de pagarse altísimas remuneraciones. Bajo este concepto visitaría Santiago de Cuba, a fines de 1854, el violinista Agostino Robbio. Los más, sin embargo, sentaban plaza de docentes o abrían establecimientos de artículos musicales.

En 1838, los interesados podían acudir a la habanera calle Luz, para recibir lecciones de Domingo Serpos y Santiago Turbino en su "Academia de baile de los italianos". O buscar en la calle de la Obrapía al señor Luis Ravaglia, tenor recién llegado a la ciudad e interesado en impartir "lecciones de canto italiano y de acompañamiento al piano".

A mediados de la década siguiente, D. Pedro Antonio Beneduce abría una academia de piano y canto en Santiago de Cuba, mientras un verdaderamente intrépido profesor Montarsini enseñaba en La Habana lo mismo bailes italianos que la jota aragonesa, el vals, la danza cubana o la polka húngara.

Los almacenes de música, por su parte, ofrecían todo tipo de partituras provenientes de Italia. El servicio era aún más especializado en aquellos dirigidos por naturales de aquel país, como la tienda de música e instrumentos propiedad de Maristany y Co., en el que además de adquirir pianos, violines, arpas de pedal... podían solicitarse los servicios más que especializados de un Angelo Caffi profesor de flauta, oboe y corno inglés.

Sólo en lo más álgido de la guerra independentista (1895-1898), cesaron en la capital las funciones de músicos italianos, aunque al finalizar el XIX ya no poseían el esplendor de años anteriores. En lo adelante, la avasalladora influencia norteamericana desplazaría a la europea y avanzado el siglo XX, pocos imaginarán que sus tatarabuelos y sus tatarabuelas -si pertenecían a las capas acomodadas, por supuesto-, ya fuesen hijos de italianos o no, podían además de sentir, comprender semánticamente el desgarramiento de Rigoleto.
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