Playa, La Habana, noviembre 20 de 2008, (SDP) La frase que sirve de título a esta crónica formaba parte de un anuncio de la marca de café “Pilón” perteneciente a la etapa prerrevolucionaria; entonces era el mayor tostadero del país, entre cuyos méritos se cuenta el haber introducido en Cuba el envase de celofán con cierre hermético, en fecha tan temprana como en l940.
Lo anterior ilustra en buena medida, no sólo la importancia del producto, económicamente hablando, sino además el apego del cubano a esta infusión que algunos dan en llamar “El Néctar Negro de los Dioses Blancos” pero que en Cuba estaba al alcance de la totalidad la población en aquellos tiempos de Mamá Inés cuando todos los negros, sin excepción, tomaban café.
Hoy, para negros, blancos y mulatos el buen café, y aún el malo, son difíciles de adquirir. No obstante, el cubano siempre se las agencia para que no le falte su tacita del precioso líquido. Sobre todo por la mañana, al iniciarse el día, cuando el cuerpo necesita espabilarse y dejar la zoncera y la tibieza de la cama. No caben dudas de que el cubano es un magnífico catador de café, un tipo que sabe discernir, tras el aroma que acaricia su olfato, el nivel de calidad del producto.
Por ello es digno de tener en cuenta su desfavorable estado de opinión sobre la calidad del café molido que venden por la libreta de racionamiento. Todos coinciden en que apenas se siente el olor cuando abrimos el sobre de celofán y que, tras la colada, no se percibe ese aroma del café verdadero que embalsama el aire con la golosina azucarada y pegajosa que lo caracteriza. Casi todos sospechan que no es puro y que viene mezclado con chícharos.
Así lo hizo conocer un lector del periódico Granma en nota publicada el 8 de agosto, quien escribió al espacio “Cartas a la dirección”, donde se lamentaba de la calidad del producto.
Aseguraba, además, que el café “…ya ha perdido totalmente la calidad que poseían los primeros envíos y no tiene aroma”. Asegura, además, que “…al inicio, cuando uno lo compraba, solo de cogerlo el bodeguero en sus manos se sentía el mismo y en estos momentos ni introduciéndoselo por los orificios de la nariz produce olor”.
Veinte días después, en la propia sección del rotativo Granma, aparece la respuesta firmada por Isidro Fernández Canedo, director general de la Empresa Torrefactora y Distribuidora de Café Ciudad de La Habana, rechazando de plano las imputaciones de los lectores.
Asegura Fernández Canedo que “el café que actualmente se entrega a la población se elabora con un 100% del grano”. Enfatiza además que desde mediados de 2005, cuando comenzó la producción de “café puro”, se ha mantenido la “pureza” del producto.
Desestima cualquier error o equivocación debido a que el producto es sometido a cinco procedimientos de control de la calidad durante la fase productiva así como un sexto control adicional luego de certificada la calidad de elaboración. La respuesta del dirigente oficialista es tan afirmativa y categórica como para poner en duda la diaria salida del sol antes que objetar la calidad del café destinado a la población.
Mas la controversia parece ser bizantina porque el café llega a la bodega con las mismas características que suscitaron y suscitan las quejas del consumidor. Aun y con todo pienso, por haber sido educado en la doctrina “revolucionaria” durante medio siglo, que la equivocación ha de achacársele al dirigente ya que, “revolucionariamente” hablando, la razón siempre está del lado del pueblo. Pero por sobre todo, y ello es lo más importante, los hijos de Cuba se merecen, cuando menos, un buche de café aromático y sabroso. Sabroso hasta el último buchito.
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