jueves, 28 de mayo de 2009

ACUSADORES ACUSADOS, Jorge Olivera Castillo



Habana Vieja, La Habana, 28 de mayo de 2009, (SDP) Batista se tambalea. Le fallan las fuerzas. Tiene una larga herida de arma blanca en la parte superior del cráneo. Grita desaforadamente. La sangre se precipita sobre el rostro y el pecho de un hombre que se empeña en alcanzar, cuanto antes, los señoríos de la muerte.

De su mano derecha sobresale la delgada hoja de metal con la que ha roto el diseño de su cabeza rapada. El trozo de piel parece a punto de desprenderse. Se balancea al compás de una danza que muestra en sus desplazamientos los pormenores de la enajenación.

La mirada de Batista se pierde en un punto indefinido. Del alarido de rabia y dolor, pasa al gemido que amplía el margen para la compasión de quiénes permanecemos congelados ante un escena de terror en vivo y en directo.

Hay signos de locura en su comportamiento. Las amenazas para que nadie se acerque se diluyen en balbuceos. Se debilita y cae.

En el vertiginoso recorrido hacia el piso, la lengüeta de piel vuelve a su sitio cubriendo el amasijo de venas y nervios que adornan la superficie craneal. Es un cierre falso, una leve clausura que oculta la evidencia más clara de un suicidio, afortunadamente inconcluso.

No importa el nombre que ahora se difumina en la memoria. Basta el recuerdo de aquel otro individuo con el sistema digestivo cubierto por un delgado tejido abdominal a causa de las cuchilladas auto infligidas como una manera de evadirse ante la presión de las circunstancias. A través de la fina membrana se divisaban los contornos del intestino delgado.

Está también pegado en mi mente, el joven que puso a rodar por el suelo el contenido de sus testículos después de pasar el filo de una cuchilla por su frágil envoltura.

Como olvidar al muchacho, aún con los trazos de la adolescencia marcados en su rostro, que intentó tragarse una de las varillas que conforman las ruedas de una bicicleta.

En este mundo pude, además, conocer el olor de la carne humana tras una dramática cocción. Aquel joven taciturno se achicharró ambas manos al sumergirlas en una cazuela rellena con una pasta compuesta de bolsas de nylon llevadas al punto máximo de ebullición.

Puedo traer a colación más postales de un desastre humano que tuve que observar con pena y asombro durante casi dos años. Estas experiencias tuvieron como escenario el Combinado Provincial Guantánamo y Agüica. Dos de los centros penitenciarios que inundan el territorio cubano.

Todo lo contado aquí es parte de una cotidianidad que revela los síntomas de un sistema carcelario donde se practica la tortura en sus diversas manifestaciones. El hacinamiento, la pésima alimentación, la inexistencia de mínimas normas sanitarias, las golpizas indiscriminadas, son hechos que reproducen conductas proclives al suicidio y otras acciones también estimuladas por las altas condenas dictadas bajo un manto de impunidad donde las garantías procesales no rebasan el ámbito de lo trivial.

Leer en el diario Granma, en su edición del 19 de mayo, un texto sobre la “La grave situación en las cárceles en Estados Unidos” mueve a la risa, aunque el trasfondo de la cobertura sea una forma de insulto a los cubanos que han padecido el rigor del encierro, sobre todo por causas que no requerían de tan drástica medida.

No pongo en entredicho las cifras expuestas en la nota informativa tomada de Alternativa Latinoamericana y Argenpress y reproducida en la primera página del principal periódico de Cuba.

Es posible que sean reales las estadísticas expuestas en la información, pero dudo que entre los más de dos millones de reos norteamericanos haya alguno sancionado por escribir un artículo crítico sobre el ex presidente Bush o el actual inquilino de la Casa Blanca, Barack Obama, tras ser sorprendido en varias ocasiones pernoctando fuera de su ciudad natal o por vender cigarrillos, café caliente o huevos en la vía pública sin licencia.

En Cuba ir a la cárcel se ha convertido en algo natural y que marca a centenares de núcleos familiares, especialmente los conformados por personas de la raza negra, el sector donde la pobreza y la marginación adquieren mayor dramatismo. Que los negros cubanos engrosen en mayoría los predios carcelarios es una realidad que quisiera ver algún día reflejada en la prensa oficial con los detalles correspondientes.

Allá quien se crea el cuento de que la vida en Cuba es una panacea. Para valorar a un país no basta conocer el número de su población penal. Es básico conocer el trato a esos prisioneros, la naturaleza de sus delitos en correspondencia con las penas impuestas y las características del procedimiento judicial en cuanto a imparcialidad e independencia de fiscales, jueces y abogados. Si estos fueran los parámetros a analizar, la Isla adelantaría a los Estados Unidos, por holgado margen en este sensible asunto.

Estuve en el ojo del huracán. Sobreviví a los zarandeos y estrujamientos para alumbrar con un farol de mil bujías una de las parcelas del infierno. Hay más evidencias entre las neuronas, pero por hoy es suficiente.

Tanta crueldad perturba. Tantos fatídicos recuerdos asolan el alma y es necesaria una pausa para pensar en los presos políticos y de conciencia que todavía están allí y que quizás no tengan la suerte de poder contar, algún día, sus respectivos calvarios.
oliverajorge75@yahoo.com


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