jueves, 21 de mayo de 2009

HABLEMOS DE PELOTA, Rogelio Fabio Hurtado


Marianao, La Habana, 21 de mayo de 2009, (SDP) Después del II Clásico de Béisbol, el tabloide mensual La Calle del Medio ha fomentado una viva polémica a propósito del Béisbol organizado que se juega en los EE. UU. El propósito que perseguía su director, un tal Enrique Ubieta, que antes pasaba por filósofo cuando dirigía la revista de resurrección marxista Contracorriente, era convencer a sus más jóvenes lectores de que las Grandes Ligas no son más que unos tigres de papel (moneda)

Por cierto, sus lectores, que mostraron un nivel de información acerca del tema que ellos no esperaban, les han propinado su merecido, por ignorantes. De modo que no voy a detenerme citándolos. Lo que me llama la atención es el súbito interés mostrado por un tema ninguneado totalmente por casi 50 años.

El pretexto de la condición de profesionales no puede sostenerse, pues el fútbol, igualmente comercial y mucho más corrupto que el béisbol, se difunde a diario y se disfruta como el gran espectáculo deportivo que es. La impureza es exclusiva del béisbol norteño.

Por supuesto, no sólo Linares hubiese brillado en aquella pelota. Como lo demostraron Adolfo Luque, Orestes Miñoso y Camilo Pascual en el pasado y Rigoberto Fuentes, Dagoberto Campaneris y José Ariel Contreras en el presente, los peloteros cubanos de todos los tiempos han estado a la altura del mayor nivel de calidad de su época. Otros, como José Miguel Pineda y Manuel “Amorós” Hernández, excepcionales lanzadores zurdos ambos, vieron frustrados sus ensueños personales por las prohibiciones impuestas luego de 1961.

Entre las víctimas de estas limitaciones es preciso incluir a los aficionados de todo el país, quienes no sólo vimos frustrada la ilusión de que un equipo radicado en la isla pudiese participar en las Mayores. Un paso más y llegamos, era la consigna del Sr.Bobby Maduro, el empresario principal de los Cubans Sugar King`s, team de Triple AAA que alcanzó su mejor resultado precisamente en la campaña de 1959, cuando se coronaron campeones de la pequeña serie mundial en el Gran Stadium del Cerro, con la presencia entusiasta del entonces Primer Ministro del Gobierno Revolucionario en el palco detrás del home plate. Pero eso no fue suficiente: Nikita prometió enseñarnos a jugar balompié.

Pocos años después se suprimió la transmisión de los juegos y de cualquier noticia al respecto. Los jugadores que continuaron desempeñándose allí, de hecho dejaron de existir. Este tipo de muerte mediática fue la misma que se les impuso a las grandes figuras del arte como Marta Pérez, Celia Cruz o Fernando Albuerne, por sólo mencionar a tres.

Mi amigo Paquito Diéguez y yo supimos de la Serie Mundial entre los Mellizos de Minnesota, donde eran estelares Tony Oliva y Camilo, contra Los Ángeles Dodgers de Sandy Koufax, sacándole el zumo al mismo viejo radio alemán de onda corta donde mi tío Alberto escuchaba emocionado en las noches de 1958, Radio Rebelde.

Luego, vinieron los años de la llamada Máquina Roja, el equipo de Cincinnati donde el matancero Leo Cárdenas era torpedero, pero ni por la afinidad cromática se dieron por enterados. Por otra parte, eran años grandes para los Industriales de Carneado. En los Panamericanos de Brasil de 1963 ganamos invictos y humillamos en dos ocasiones a esos malditos yankees. A ningún pelotero se le ocurría quedarse.

Se lamentan hoy los improvisados gacetilleros del régimen de que los aficionados hayan hecho mitos de un béisbol que no les permiten conocer. En vez de tomar conciencia del descenso relativo de nuestra pelota, intentan consolarse vituperando la del vecino. La única solución real es permitirles a los jugadores que se desempeñen a plenitud en todos los circuitos profesionales a su alcance.

Es trivial cotejar numeritos para demostrar la superioridad del pinareño Linares, cuando se rechazaron las ofertas hechas en su momento de mayor esplendor por los equipos canadienses para que este probase su calibre allí. De haberse autorizado, él hubiese podido demostrar su valía, para orgullo de todos.

La única diferencia entre La Calle del Medio y el resto de la prensa oficial es que este tabloide ha publicado las cartas discrepantes, pero ni siquiera esto puede agradecérseles muy efusivamente, no vaya a ser que su mono-propietario ordene que acaten la obediencia debida, y de calle del medio, pasen a callejón sin salida.
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