Arroyo Naranjo, La Habana, mayo 14 de 2009 (SDP) Por estos días, el cantautor Silvio Rodríguez tiene perreta porque las autoridades norteamericanas no le permitieron participar en el concierto del Madison Square Garden por el cumpleaños 90 del folklorista Pete Seeger.
Silvio Rodríguez aunque dice no saber por qué lo invitaron, se sentía con derecho a estar en el homenaje a Pete Seeger. En cierta forma, tenía casi tanto derecho a estar en el Madison Square Garden como Bob Dylan, Joan Baez o Bruce Springsteen (que no sé si estuvieron porque en Cuba, los medios oficiales sólo refirieron del concierto que a Silvio le impidieron asistir).
El cantautor cubano trabó amistad con Seeger en La Habana en 1967 durante un festival en la Casa de las Américas. Por entonces, Pete Seeger había popularizado internacionalmente la Guantanamera con versos de Martí, se pronunciaba contra la guerra de Vietnam y era uno de los principales exponentes de la canción protesta.
Pero en el mundo de hoy, lo que menos cuenta son los derechos de las personas. Menos que todo, a viajar. Silvio, por servir fielmente a un régimen que regatea los derechos humanos de su pueblo, debía saberlo bien.
La visa de Silvio Rodríguez se trabó en la burocracia yanqui. Las autoridades norteamericanas alegaron que la solicitud fue presentada demasiado tarde. En todas partes cuecen habas. Pero Silvio, a quien han botado de lugares mejores, lo considera otra afrenta de los yanquis contra la revolución cubana y se siente tan decepcionado con la administración Obama como si Bush siguiera en la Casa Blanca. Silvio, como siempre, en plena sintonía con el pensamiento del Jefe.
Aunque no soy partidario para nada de las prohibiciones contra los derechos de las personas, vengan de donde vengan, en lo personal me alegra que Silvio no haya podido estar en el Madison Square Garden. Es una modesta forma de vengarme por todo lo que me defraudó.
Como a tantos de mi generación, me engañaron sus versos, su guitarra, sus botas rusas y aquella voz descarnadamente humana que creímos cantaba por nosotros. Al final, luego que vendió su alma, resultamos ser malos bailarines de su fiesta, demasiado modorros para su escuela de capacitación política.
Desde que renuncié a los discos de Silvio, prefiero a Pablo Milanés. Canta como Dios sus hermosas canciones y aunque se queja de que los periodistas le preguntan acerca de política como si fuera un ministro, suele responder con bastante sinceridad. A propósito, ¿estaría Pablito Milanés invitado al homenaje a Pete Seeger? Lo digo porque como participó también en aquel festival de la canción protesta de la Casa de las Américas en 1967, tenía tanto derecho a estar en el homenaje de New York como Silvio.
Pero repito, lo de menos son los derechos. En definitiva, a Celia Cruz, la Reina, las autoridades cubanas, además de borrarla del Diccionario de la Música Cubana, le impidieron venir a La Habana al entierro de su madre. Murió en el exilio, sin poder volver a su tierra.
A Willy Chirino le niegan la posibilidad de hacer un concierto en La Piragua, tal como solicitó al gobierno cubano, ahora que dice estar dispuesto a discutir “de todo” con los norteamericanos.
Lo que es mucho peor, los cubanos tienen que pedir permiso al Ministerio del Interior para entrar o salir de su país. Desde hace 50 años, tienen que cargar con las aberrantes tarjetas blancas y el concepto perverso de “la salida definitiva”. Pero la prensa internacional habla poco de eso. Prefiere dedicar su espacio a la negativa de la visa norteamericana a Silvio Rodríguez. Como si importara más el derecho a viajar a los Estados Unidos del cantautor que los derechos de viajar y regresar a su país de todos los cubanos. Ventajas que da la fama, incluso la mala fama.
uicino2004@yahoo.com
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