Mantilla, La Habana, mayo 21 de 2009 (SDP-Fundación por la Libertad de Expresión) Ayer eran llamados cheos. Camisas abiertas, por fuera, camiseta en exhibición. Cadena de oro balanceándose sobre el pecho por el oscilar de ambos brazos al andar. El pelo reluciente de brillantina barata contrastaba con el refulgir del medallón, las manillas en los puños y la sortija. Una combinación de quincalla y joyería ambulante. El fuerte chocar de las manos era el saludo establecido por normas que no sé quien inventó, muestra evidente de fuerza y masculinidad.
Más algo ha variado en esa imagen en la actualidad en Cuba. Ahora se estrechan las manos, pero se atraen y se besan en la mejilla. El relucir del metal amarillo va desde todos los dedos de las manos en muchos casos hasta la dentadura, se extiende luego a las orejas traspasadas por argollas, también de oro, y termina en el pelo, donde lo que llaman ahora mismo iluminaciones, tiñe de dorado el cabello.
Hay más. Algunos jóvenes se peinan el cabello hacia el lado derecho del rostro hasta casi taparse el ojo. Otros se peinan con los cabellos hacia arriba como si una llama brotara del centro del cráneo. Mucho gel fijador hace falta para mantener tales peinados.
Ahora también los varones se tiñen el pelo, se sacan las cejas y esmaltan con brillo las uñas de las manos bien cuidadas. Además de tanto perifollo, los ejercicios físicos para mantener la esbeltez y línea musculosa son imprescindibles.
Ya en la televisión se ha visto, alguna que otra vez, la imagen ambigua de jóvenes que muestran más afeites que las presentadoras a su lado. Signo de algún cambio, de variación de gustos y proyección dan cuenta que la homofobia tradicional quizás reduce su influencia o por lo contrario, se trasviste para ganar aceptación.
Evidentemente, el ideal femenino del varón heterosexual se ha transformado algo más. ¿Causas? Podríamos buscarlas en el retorno a modas de siglos pasados, como la moda masculina de los siglos XVI, XVII y XVIII. Época en que los hombres cubrían los hombros de bucles, las manos y orejas de prendas y encajes de bolillo en la gorguera alrededor del cuello. Polvos, afeites, lunares, hacían la imagen del rostro masculino atractiva a las preciosas y refinadas damas. Y fueron siglos, sobre todo el XVIII, cuando las costumbres galantes eran tendencia entre los miembros de la sociedad.
Otra es absolutamente la importancia del ascenso social del rol de la mujer. Cada vez más la imagen del “páter familia” pierde consistencia y muchas mujeres pasan a ocupar el papel de cabeza de familia y única proveedora de sustento económico en familias monoparentales. La imagen de la madre como jefe del hogar crece en varones en los que la figura del padre está ausente o no llena el papel dominante en el núcleo familiar.
El término metrosexual identifica con el prefijo al hombre metropolitano o de grandes ciudades. Fue introducido en Europa en los años 90 del siglo pasado, cuando el jeans deslavado y roto, el t-shirt sobre talla y los zapatos sucios dejaron de servir como accesorios a la imagen masculina.
Son hombres heterosexuales, sin duda, que gustan de la vida sofisticada, la ropa de diseñador y del cuidado del cuerpo: masaje tailandés, cremas francesas, buena mesa y buen vino, como todo buen gourmet, frente al rostro delicado de su musa.
Un experto en masculinidades, el doctor González Pajés, apunta al tratar el tema: “hoy día, el hombre es mucho más andrógino, más femenino, no afeminado, sino femenino en la concepción de las socializaciones”.
También los metrosexuales tienen sus iconos mundiales, con nombres de éxito como el astro mundial del fútbol David Beckham, el divo mexicano Alejandro Fernández o la estrella del cine Brad Pitt. Ellos son la bandera de una globalización de la imagen que la media global entroniza.
Definitivamente, el acercamiento de los ideales estéticos masculino y femenino se realiza gracias a un intercambio de códigos. Todo esto guarda relación en la mayor intimidad lograda en las relaciones de socialización entre mujeres y hombres, en la posesión y manipulación de los avances tecnológicos, en la elevación y propagación de una cultura de interdependencia que se identifica con el cambio de época que la cultura occidental propone para un futuro mejor.
primaveradigital@gmail.com
Más algo ha variado en esa imagen en la actualidad en Cuba. Ahora se estrechan las manos, pero se atraen y se besan en la mejilla. El relucir del metal amarillo va desde todos los dedos de las manos en muchos casos hasta la dentadura, se extiende luego a las orejas traspasadas por argollas, también de oro, y termina en el pelo, donde lo que llaman ahora mismo iluminaciones, tiñe de dorado el cabello.
Hay más. Algunos jóvenes se peinan el cabello hacia el lado derecho del rostro hasta casi taparse el ojo. Otros se peinan con los cabellos hacia arriba como si una llama brotara del centro del cráneo. Mucho gel fijador hace falta para mantener tales peinados.
Ahora también los varones se tiñen el pelo, se sacan las cejas y esmaltan con brillo las uñas de las manos bien cuidadas. Además de tanto perifollo, los ejercicios físicos para mantener la esbeltez y línea musculosa son imprescindibles.
Ya en la televisión se ha visto, alguna que otra vez, la imagen ambigua de jóvenes que muestran más afeites que las presentadoras a su lado. Signo de algún cambio, de variación de gustos y proyección dan cuenta que la homofobia tradicional quizás reduce su influencia o por lo contrario, se trasviste para ganar aceptación.
Evidentemente, el ideal femenino del varón heterosexual se ha transformado algo más. ¿Causas? Podríamos buscarlas en el retorno a modas de siglos pasados, como la moda masculina de los siglos XVI, XVII y XVIII. Época en que los hombres cubrían los hombros de bucles, las manos y orejas de prendas y encajes de bolillo en la gorguera alrededor del cuello. Polvos, afeites, lunares, hacían la imagen del rostro masculino atractiva a las preciosas y refinadas damas. Y fueron siglos, sobre todo el XVIII, cuando las costumbres galantes eran tendencia entre los miembros de la sociedad.
Otra es absolutamente la importancia del ascenso social del rol de la mujer. Cada vez más la imagen del “páter familia” pierde consistencia y muchas mujeres pasan a ocupar el papel de cabeza de familia y única proveedora de sustento económico en familias monoparentales. La imagen de la madre como jefe del hogar crece en varones en los que la figura del padre está ausente o no llena el papel dominante en el núcleo familiar.
El término metrosexual identifica con el prefijo al hombre metropolitano o de grandes ciudades. Fue introducido en Europa en los años 90 del siglo pasado, cuando el jeans deslavado y roto, el t-shirt sobre talla y los zapatos sucios dejaron de servir como accesorios a la imagen masculina.
Son hombres heterosexuales, sin duda, que gustan de la vida sofisticada, la ropa de diseñador y del cuidado del cuerpo: masaje tailandés, cremas francesas, buena mesa y buen vino, como todo buen gourmet, frente al rostro delicado de su musa.
Un experto en masculinidades, el doctor González Pajés, apunta al tratar el tema: “hoy día, el hombre es mucho más andrógino, más femenino, no afeminado, sino femenino en la concepción de las socializaciones”.
También los metrosexuales tienen sus iconos mundiales, con nombres de éxito como el astro mundial del fútbol David Beckham, el divo mexicano Alejandro Fernández o la estrella del cine Brad Pitt. Ellos son la bandera de una globalización de la imagen que la media global entroniza.
Definitivamente, el acercamiento de los ideales estéticos masculino y femenino se realiza gracias a un intercambio de códigos. Todo esto guarda relación en la mayor intimidad lograda en las relaciones de socialización entre mujeres y hombres, en la posesión y manipulación de los avances tecnológicos, en la elevación y propagación de una cultura de interdependencia que se identifica con el cambio de época que la cultura occidental propone para un futuro mejor.
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