Mantilla, La Habana, mayo 28 de 2009 (SDP-Fundación por la Libertad de Expresión) El izquierdoso posmoderno piensa como Santiago Alba Rico. Español, filósofo, nostálgico de una revolución cubana que no es ni lo uno ni lo otro. A sabiendas, revisa la tradición occidental de viajar, con una óptica melancólica y descentrada por la hecatombe del comunismo europeo, en el número 12 del popular tabloide habanero La Calle del Medio.
Para él, en la tradición occidental, la clásica experiencia del viajero Ulises se utiliza como paradigma. Alba Rico entiende que al viajar ocurre “una mutación simultánea del espacio y del sujeto”. Un cambio que “hace imposible el regreso”.
Según el autor del artículo Prohibido Viajar, los verdaderos viajeros son los inmigrantes. Unas 175 millones de personas en el planeta. Por el contrario, los 700 millones de turistas que recorren el mundo, con ánimos tan diversos como particulares, son estadística. Esos no van a ninguna parte, sin-razón.
¿La culpa? El capitalismo la tiene. El turista regresa a su casa, a su mundo, luego que “se extraña de él” por un tiempo, con la visión de que nada ha cambiado. El capitalismo convierte al turista en una mercancía, como lo es el petróleo, el azúcar, el café, el banano.
El capitalismo carga con la culpa una vez más. Esta vez, según mi modo de ver el asunto, porque ese sistema propicia el turismo gracias a ese germen que lleva dentro de sí mismo que es la democratización de la vida, empujado por la necesidad de propiciar el mercado y el consumo.
Todos somos iguales y todos tenemos derecho a lo mismo, propugna el igualitarismo socialista. Pero no es cierto esto. Igualdad para trabajar sin recursos, sí. Para padecer carencias, escasez, dificultades, sí las hay. Al fin y al cabo, en el socialismo, los únicos que pueden vivir y disfrutar bien son los jerarcas del Poder, los dirigentazos, sus familias. Ellos pueden tener una buena casa, un auto con chofer y viajar, aunque no demasiado (recuérdese el caso del ex Ministro de Educación).
Un estibador del puerto habanero, un ama de casa, un obrero, no puede hacer turismo particular a otro país porque necesita de una carta de liberación (similar moderno de la carta de libertad dada a los esclavos en el siglo XIX) aprobada por el ministro del ramo. Un médico o un técnico de la salud deberán esperar un lustro para que el súper ministro de Salud Pública conceda “la liberación” y viajar fuera de la Isla, aunque regrese.
Usted me dirá que hay miles de médicos y maestros cubanos en misiones fuera de este país. Más no fueron en misiones privadas o particulares. Dejaron detrás hijos de meses, esposas y esposos, madres enfermas, padres tan envejecidos como impedidos como para valerse por sí mismos.
Fueron a sentirse solos. A vivir en tierra extraña. A juntarse con una pareja de emergencia por la necesidad de acallar el reclamo del sexo y matar la soledad y el desarraigo. A esforzarse por cobrar un estipendio en divisas fuertes que le permitirá a su regreso, reconstruir su casa averiada por el paso del tiempo y la falta de mantenimiento constructivo, comprar un nuevo televisor, un lector de DVD, un aire acondicionado, una computadora que no podrá conectar a la red mundial de Internet, pero servirá a su familia para ver películas pirateadas los aburridos fines de semana o las noches tropicales cuando el calor torna casi imposible dormir.
Alba Rico no concibe el placer de descubrir en familia o con amistades afines un nuevo territorio dentro o fuera de los circuitos turísticos. El placer de conocer y de ser reconocidos. Probablemente comulgue con el disparate de los aviones llenos de cubanos en todas direcciones de la ya célebre respuesta sin un ápice de razón del señor Presidente de la Asamblea Nacional de Cuba a un estudiante de cibernética durante una reunión estudiantil en la Universidad de la Computación.
El Señor Crepúsculo Pobre niega a los habitantes de Cuba el goce, el reposo y el deleite particular. Parece salido de un cuadro de El Greco, alentado por la Contrarreforma y la mortificación como vehículo de una mística revolucionaria de izquierda que hoy no es más que pose.
Para él, hay que quedarse en casa a esperar que un gobernante tenga la peregrina idea de inventar una campaña internacional por razones políticas, que te obliguen a enrolarte en ella y mediante la oportunidad, darte un viajecito para ver el mundo que a las autoridades interesa que uno vea.
Sostiene el autor, eso sí, con regular eficacia, la manía del totalitarismo de sujetar al individuo a los metros cuadrados donde nació y transcurre su vida sin cambios. Porque los izquierdosos temen al cambio de visión como el diablo a la cruz. No por otra cosa que la de conservar el poder.
primaveradigital@gmail.com
Para él, en la tradición occidental, la clásica experiencia del viajero Ulises se utiliza como paradigma. Alba Rico entiende que al viajar ocurre “una mutación simultánea del espacio y del sujeto”. Un cambio que “hace imposible el regreso”.
Según el autor del artículo Prohibido Viajar, los verdaderos viajeros son los inmigrantes. Unas 175 millones de personas en el planeta. Por el contrario, los 700 millones de turistas que recorren el mundo, con ánimos tan diversos como particulares, son estadística. Esos no van a ninguna parte, sin-razón.
¿La culpa? El capitalismo la tiene. El turista regresa a su casa, a su mundo, luego que “se extraña de él” por un tiempo, con la visión de que nada ha cambiado. El capitalismo convierte al turista en una mercancía, como lo es el petróleo, el azúcar, el café, el banano.
El capitalismo carga con la culpa una vez más. Esta vez, según mi modo de ver el asunto, porque ese sistema propicia el turismo gracias a ese germen que lleva dentro de sí mismo que es la democratización de la vida, empujado por la necesidad de propiciar el mercado y el consumo.
Todos somos iguales y todos tenemos derecho a lo mismo, propugna el igualitarismo socialista. Pero no es cierto esto. Igualdad para trabajar sin recursos, sí. Para padecer carencias, escasez, dificultades, sí las hay. Al fin y al cabo, en el socialismo, los únicos que pueden vivir y disfrutar bien son los jerarcas del Poder, los dirigentazos, sus familias. Ellos pueden tener una buena casa, un auto con chofer y viajar, aunque no demasiado (recuérdese el caso del ex Ministro de Educación).
Un estibador del puerto habanero, un ama de casa, un obrero, no puede hacer turismo particular a otro país porque necesita de una carta de liberación (similar moderno de la carta de libertad dada a los esclavos en el siglo XIX) aprobada por el ministro del ramo. Un médico o un técnico de la salud deberán esperar un lustro para que el súper ministro de Salud Pública conceda “la liberación” y viajar fuera de la Isla, aunque regrese.
Usted me dirá que hay miles de médicos y maestros cubanos en misiones fuera de este país. Más no fueron en misiones privadas o particulares. Dejaron detrás hijos de meses, esposas y esposos, madres enfermas, padres tan envejecidos como impedidos como para valerse por sí mismos.
Fueron a sentirse solos. A vivir en tierra extraña. A juntarse con una pareja de emergencia por la necesidad de acallar el reclamo del sexo y matar la soledad y el desarraigo. A esforzarse por cobrar un estipendio en divisas fuertes que le permitirá a su regreso, reconstruir su casa averiada por el paso del tiempo y la falta de mantenimiento constructivo, comprar un nuevo televisor, un lector de DVD, un aire acondicionado, una computadora que no podrá conectar a la red mundial de Internet, pero servirá a su familia para ver películas pirateadas los aburridos fines de semana o las noches tropicales cuando el calor torna casi imposible dormir.
Alba Rico no concibe el placer de descubrir en familia o con amistades afines un nuevo territorio dentro o fuera de los circuitos turísticos. El placer de conocer y de ser reconocidos. Probablemente comulgue con el disparate de los aviones llenos de cubanos en todas direcciones de la ya célebre respuesta sin un ápice de razón del señor Presidente de la Asamblea Nacional de Cuba a un estudiante de cibernética durante una reunión estudiantil en la Universidad de la Computación.
El Señor Crepúsculo Pobre niega a los habitantes de Cuba el goce, el reposo y el deleite particular. Parece salido de un cuadro de El Greco, alentado por la Contrarreforma y la mortificación como vehículo de una mística revolucionaria de izquierda que hoy no es más que pose.
Para él, hay que quedarse en casa a esperar que un gobernante tenga la peregrina idea de inventar una campaña internacional por razones políticas, que te obliguen a enrolarte en ella y mediante la oportunidad, darte un viajecito para ver el mundo que a las autoridades interesa que uno vea.
Sostiene el autor, eso sí, con regular eficacia, la manía del totalitarismo de sujetar al individuo a los metros cuadrados donde nació y transcurre su vida sin cambios. Porque los izquierdosos temen al cambio de visión como el diablo a la cruz. No por otra cosa que la de conservar el poder.
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