(A la memoria de Eddy Campa Bacallao, desaparecido en Miami, presente siempre en La Habana.)
Marianao, La Habana, mayo 28 de 2009 (SDP) Si me conceden licencia para la nostalgia, prometo contarles acerca del único sitio público de La Habana donde se le hizo resistencia a la política de genocidio cultural impuesta por el social-castrismo después del fracaso de la Zafra de 1970.
Me refiero al parquecito y a la cafetería de la Funeraria Rivero, en Calzada y K, a poco más de una cuadra de la entonces siempre apagada Embajada de los Estados Unidos de América. Ambos lugares dieron acogida a una peña nocturna de jóvenes artistas y escritores en vías de desarrollo donde se debatían textos inéditos y, sobre todo, criterios, no sólo estético-literarios, con miedo pero sin censura.
Por su ubicación citadina, de fácil acceso para los actores de las salas teatrales del Vedado, fueron estos quienes establecieron la costumbre de frecuentar la cafetería, donde durante toda la noche y madrugada podía tomarse el mejor café de la Ciudad. Uno de ellos, de apellido Pons, aún la frecuentaba alrededor de 1972, fecha en la que mi amigo Pablo Pozo, aspirante como yo a escritor, me llevó por primera vez.
Aunque ya había visto mi nombre en letra de imprenta, tenía pocos amigos literarios, así que el sitio me pareció una maravilla y comencé a frecuentarlo mucho más asiduamente que Pablo. El asfixiante Pavonato iniciaba su apogeo, yo no había ingresado a tiempo en la Brigada Hermanos Saíz de la UNEAC y estaba necesitado de colegas de mi edad, con quienes compartir. Allí los encontré en cantidad y calidad suficientes para resistir el árido paisaje cultural de la época.
Cada noche, excepto los domingos, uno podía contar siempre con la presencia de algunos contertulios, con quienes compartir noticias, comentarios, rumores y chistes diversos, desde la colección de Cristo hasta lo más reciente de Pepito. El excelente repertorio de cuentos antisoviéticos y la colección gay, genialmente interpretados por el genial Armando López, habitual infalible de la Funeraria. También, Juan Miguel Espino, cocinero profesional y narrador nato; Emilio Valentín López Alonso(a) Dingo, poeta de rango lezamiano; Jorge Iglesias (a) Bielicki, poeta de verdad exquisito; Nicolás Lara Hernández poeta de filo y contrafilo; Benjamín Ferrera, maestro de Ajedrez y poeta; Esteban Luís Cárdenas y Junquera, escritor de Grandes Ligas y poeta; Julio García /a) Pirosmani, pintor, polemista y amigo; Raonel Mayarí Cano, matemático y artista existencialista; Manolito, el hijo de Bigote de Gato, profundo, polifacético y universal.
Esos eran los integrantes permanentes entonces, pero entre los eventuales había gente tan sobresaliente como Roberto Ponciano, Juan Ángel Espasande, Reinaldo Arenas, Roger Salas, Ramón Díaz-Marzo, René Ariza, Carlos Victoria y Vicente Revuelta. Si no conocen al primero, les diré que Ponciano, periodista fantasma del diario Juventud Rebelde, fue el fabulador oral más prodigioso de su generación.
Con los meses, no tardarían en agregarse jóvenes de gran talento, como Benigno Dou, Mario Palou, Elio Ruiz, Jorge Domingo Cuadriello y los pintores Flavio Garciandía y Arturo Cuenca Sigarreta.
Párrafo aparte merece el poeta Pedro Pablo Oña Vergara (a) el Nene Bueno Cachimba, para servirle a Ud y a su distinguida familia en lo que guste mandar, como el mismo solía presentarse mientras extendía una reverencia de mosquetero de la Reina.
Cachimba, un negro alto y juncal, capaz de sonreír de oreja a oreja, casi sin dientes ( un socito está haciéndome la plancha), líder natural de una espléndida tribu de muchachas y muchachos que lo seguían por dondequiera – él ponía a disposición de ellos su oficio de sastre – a las muchachas les garantizaba protección contra los violadores y nunca se oyó que forzase a ninguna, y todas eran bellas, ni a ninguno, porque el Nene ni apuntaba ni banqueaba. La policía solía hostigarlo por gusto, porque ni él ni los de su tribu eran delincuentes. Yo saludaba en él al Primer Ministro de la noche. Se fue por el Mariel, nunca he vuelto a saber de él.
De hecho, lo único que se hacía en el parquecito de la funeraria Rivero era hablar, claro que muy raras veces en coincidencia con el gobierno. Alguna vez, debo confesarlo, intentamos algo más. Admirábamos a Solzchenitsin y habíamos oído acerca del Samizdat ruso, pero no íbamos más allá de leernos a nosotros mismos y circularnos libros o revistas con fruición. Alguna que otra vez tratamos de confeccionar antologías de la verdadera poesía joven pero tampoco llegábamos a reunir los poemas, ni a encontrar quien la sacase del país.
Cuando murió Lezama Lima, en 1976, intentamos entregarle a la Dra.Bautista una carta de pésame, pero la susodicha miró por el visor, acaso le parecí sospechoso y no me abrió la puerta.
No obstante nuestro anonimato, el Órgano(1), que había creado un Departamento de Lucha contra el Diversionismo Ideológico, con el que colaboraron de una forma u otra algunos de los arrepentidos de hoy, se interesó en nosotros y, al parecer, se ocupó incluso de jerarquizarnos.
Así, René Ariza, Manuel Ballagas, Esteban Luís Cárdenas y Reinaldo Colás McPherson sufrieron condenas. A Juan Miguel Espino le registraron el domicilio y fue sometido luego a interrogatorio. Eddy Campa Bacallao estuvo preso en la Villa durante 21 días por un poemario titulado Calle Estrella y Otros Poemas que pensaba enviar a un concurso en Nicaragua. Benigno Dou y yo fuimos interrogados y amenazados con procesarnos por los delitos de conocer de la existencia del libro y no denunciarlo, y haber colaborado con el autor en la organización de los poemas dentro del libro, cosa que nos fue no amablemente comunicada en un despacho de la Unidad de la PNR de Plaza de la Revolución por dos oficialas del Órgano.
La verdad es que ni siquiera en la nostalgia encuentra uno refugio contra estas pesadillas.
primaveradigital@gmail.com
(1) NOTA DEL EDITOR: Órgano= Policía de Seguridad del Estado, también conocida como ‘órganos de la Seguridad del Estado’.
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