Playa, La Habana, 28 de mayo de 2009, (SDP) La Calle G es una hermosa avenida con alameda central, que se extiende, luego de recorrer unos 2 kilómetros, desde el malecón habanero hasta la confluencia de las avenidas Zapata y Rancho Boyeros.
A la vía también se le conoce como “Avenida de los Presidentes” porque en ella se levantaban las estatuas de presidentes de la época republicana. Hablo en pasado porque tras el triunfo revolucionario, algunos de estos monumentos fueron derribados y en su lugar erigidos otros de mandatarios latinoamericanos de tendencia izquierdista.
Desde hace algunos años, el lugar empezó a ser frecuentado por jóvenes amantes de la música rock quienes conversaban, se contaban anécdotas, cantaban; en fin, compartían ratos de ocio los fines de semana, especialmente los sábados. La costumbre se ha extendido y actualmente son muchos los muchachos que allí concurren a “descargar”, a “compartir”.
El fenómeno no constituye una novedad. En otras oportunidades fueron las áreas de Paseo y Malecón, el propio Malecón capitalino, la Plaza de la Catedral y otros, lugares de encuentro de una muchachada ávida de quemar un poco de vigor juvenil en un país pleno de nostalgias y sufrimientos pero bien escaso de alegrías, donde casi todo está prohibido y se requiere del consentimiento gubernamental para acceder a un sitio de esparcimiento.
Es el estado, omnisciente, el que dice cómo, dónde y con quién has de divertirte. Todos estos sitios de encuentros, frutos de la espontaneidad, al tornarse populares y al ensancharse su informal y anónima membresía, provocan la suspicacia del gobierno que entonces procede, por lo general, a cerrarlos o a prohibir el acceso a los mismos.
En el caso que nos ocupa, parece ser que la aglomeración de fin de semana en la Calle G inquieta a las autoridades, según se desprende del supuesto duelo epistolar entre defensores y adversarios de los concurrentes, recogido en las páginas del periódico Granma.
Estos últimos, los adversarios, argumentan que “cada vez la algarabía que forman producto del ron y de otras sustancias estimulantes que ingieren, inhalan y consumen es mayor”…. “Aunque debo aclarar”, puntualiza el lector, “que no creo que la mayoría consuma drogas….En general son adolescentes, muy jóvenes todavía”.
Por su parte, los defensores aseguran: “Estos jóvenes van allí a compartir con otros que tienen las mismas afinidades en cuanto a música, moda, forma de vida, etcétera. Su fin es divertirse y lo hacen con claves, panderetas, guitarra”. Y pregunta, ¿”Qué hay de malo en un poco de diversión los fines de semana?”
Al final, concluye el lector: “Sólo espero que no suceda lo de años anteriores, que se nos obligue a bajar por Línea y G, como si fuéramos unos delincuentes”
Tal vez la decisión futura que tome el gobierno sea la sugerida por otro lector con un punto de vista intermedio: “No creo que la solución esté en impedir que nos reunamos en X calle, sino todo lo contrario, en habilitar más instalaciones para la promoción de todos estos tipos de música, siempre y cuando se cuente con el personal capacitado para velar por el orden y sobre todo con la disciplina de los que allí asisten”.
Conociendo como conozco a los agentes del orden y la seguridad públicas, pienso que este supuesto último lector del Granma anticipe los futuros pasos a seguir por las autoridades: no cerrar el lugar ni impedir el acceso, pero despojarlo de su originalidad y espontaneidad mediante el control y el sello estatal, de manera que nada quede fuera de supervisión en un país en que todo ha de estar bien registrado y fiscalizado; donde no pueden quedar cabos sueltos.
De momento, ha aumentado la iluminación del lugar y la presencia de agentes del orden. Es de suponer que la policía política también se haya multiplicado.
osmariogon@yahoo.com
A la vía también se le conoce como “Avenida de los Presidentes” porque en ella se levantaban las estatuas de presidentes de la época republicana. Hablo en pasado porque tras el triunfo revolucionario, algunos de estos monumentos fueron derribados y en su lugar erigidos otros de mandatarios latinoamericanos de tendencia izquierdista.
Desde hace algunos años, el lugar empezó a ser frecuentado por jóvenes amantes de la música rock quienes conversaban, se contaban anécdotas, cantaban; en fin, compartían ratos de ocio los fines de semana, especialmente los sábados. La costumbre se ha extendido y actualmente son muchos los muchachos que allí concurren a “descargar”, a “compartir”.
El fenómeno no constituye una novedad. En otras oportunidades fueron las áreas de Paseo y Malecón, el propio Malecón capitalino, la Plaza de la Catedral y otros, lugares de encuentro de una muchachada ávida de quemar un poco de vigor juvenil en un país pleno de nostalgias y sufrimientos pero bien escaso de alegrías, donde casi todo está prohibido y se requiere del consentimiento gubernamental para acceder a un sitio de esparcimiento.
Es el estado, omnisciente, el que dice cómo, dónde y con quién has de divertirte. Todos estos sitios de encuentros, frutos de la espontaneidad, al tornarse populares y al ensancharse su informal y anónima membresía, provocan la suspicacia del gobierno que entonces procede, por lo general, a cerrarlos o a prohibir el acceso a los mismos.
En el caso que nos ocupa, parece ser que la aglomeración de fin de semana en la Calle G inquieta a las autoridades, según se desprende del supuesto duelo epistolar entre defensores y adversarios de los concurrentes, recogido en las páginas del periódico Granma.
Estos últimos, los adversarios, argumentan que “cada vez la algarabía que forman producto del ron y de otras sustancias estimulantes que ingieren, inhalan y consumen es mayor”…. “Aunque debo aclarar”, puntualiza el lector, “que no creo que la mayoría consuma drogas….En general son adolescentes, muy jóvenes todavía”.
Por su parte, los defensores aseguran: “Estos jóvenes van allí a compartir con otros que tienen las mismas afinidades en cuanto a música, moda, forma de vida, etcétera. Su fin es divertirse y lo hacen con claves, panderetas, guitarra”. Y pregunta, ¿”Qué hay de malo en un poco de diversión los fines de semana?”
Al final, concluye el lector: “Sólo espero que no suceda lo de años anteriores, que se nos obligue a bajar por Línea y G, como si fuéramos unos delincuentes”
Tal vez la decisión futura que tome el gobierno sea la sugerida por otro lector con un punto de vista intermedio: “No creo que la solución esté en impedir que nos reunamos en X calle, sino todo lo contrario, en habilitar más instalaciones para la promoción de todos estos tipos de música, siempre y cuando se cuente con el personal capacitado para velar por el orden y sobre todo con la disciplina de los que allí asisten”.
Conociendo como conozco a los agentes del orden y la seguridad públicas, pienso que este supuesto último lector del Granma anticipe los futuros pasos a seguir por las autoridades: no cerrar el lugar ni impedir el acceso, pero despojarlo de su originalidad y espontaneidad mediante el control y el sello estatal, de manera que nada quede fuera de supervisión en un país en que todo ha de estar bien registrado y fiscalizado; donde no pueden quedar cabos sueltos.
De momento, ha aumentado la iluminación del lugar y la presencia de agentes del orden. Es de suponer que la policía política también se haya multiplicado.
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