jueves, 21 de mayo de 2009

VERGÜENZA, Wilfredo Vallín Almeida


La Víbora, La Habana, 21 de mayo de 2009, (SDP) Durante mi estancia en el extranjero (específicamente en la ex Unión Soviética) en mis años de adolescencia, y a los pocos meses de estar allí, mis compañeros y yo experimentamos un sentimiento que no habíamos sentido antes: la lejanía de la patria.

A pesar de que sabíamos que esa separación no era definitiva, que regresaríamos a nuestros hogares y familias, la sensación de estar en suelo extraño, la añoranza “por lo de uno”, el deseo de volver a ver el malecón de La Habana o de sentir nuevamente a una cubanita hablar “en cubano”, era un deseo muy fuerte que hacía que contáramos las semanas primero, los días después y las horas más tarde.

Fue grande la alegría del regreso, satisfacción el reencuentro familiar, miel el beso de la novia que esperaba.

Nunca imaginé entonces que tendría que contemplar, estupefacto, el abandono del país de decenas de miles de compatriotas (que llegarían a sumar varios millones) utilizando cualquier vía y, en ocasiones, a cualquier precio, aún el de la vida.

Resultan a veces increíbles los medios a los que han acudido los nacionales para abandonar el país, medios que van desde una tabla de surf, un automóvil convenientemente impermeabilizado en su parte inferior, el tren de aterrizaje de un avión de pasajeros, secuestrar naves en vuelo o en plena navegación marítima, destrozar un muro de una embajada con la acometida de un ómnibus para poder penetrar en ella, hasta disfrazarse de cualquier cosa para evadir el control de aduanas.

Y lo más terrible es que, en estos empeños, a veces se hace participar a niños.

En los últimos tiempos, los éxodos masivos parecen haber sido detenidos y, siempre supuestamente, imperan los convenios migratorios, y aunque las salidas ilegales aun continúan, y los hechos de recogida clandestina en las costas aún ocurren, la mayoría de los interesados acuden a los lugares establecidos para gestionar su salida temporal o definitiva del país, pero…

Cuando por alguna razón pasas por alguna sede diplomática reconocida por la población en esos menesteres, o entras en ella, de lunes a viernes la encontrarás abarrotada de personas que tramitan la salida. No importan las inclemencias del tiempo o las horas que haya que esperar: lo importante es lograr la visa e irse. Tampoco importa si es para el primer mundo o el cuarto, la cuestión es ¡salir, salir a como dé lugar!

El último “show” es el de la Embajada de España, espectáculo sencillamente lamentable. Ahora decenas de miles de cubanos buscan desesperadamente un parentesco virtual o real con ciudadanos españoles para ser considerados ellos mismos como tales.

Se trata de un “éxodo autorizado” de nueva modalidad. No importa que la gran mayoría de ellos sean jóvenes con determinada calificación, lo que esto implica para la situación laboral actual y futura de la nación, para la pérdida de fe en el país, la credibilidad en las potencialidades de la patria y todo lo demás…
Una docta explicación pretende darse oficialmente a este fenómeno: la emigración existe en gran cantidad de países, sobre todo en los subdesarrollados. Es un fenómeno económico y natural. Pero, y sobre todo después de la caída del campo socialista, a los cubanos nos ha quedado claro que los problemas económicos de una nación tienen una muy estrecha relación con las decisiones políticas que los determinan.

Pero mientras la emigración continúa cual río indetenible, las autoridades guardan ominoso silencio: puede comentarse y criticarse el mundo entero, pero no el desgarro moral y material que nos acontece.

¿Es que no nos importa que se nos vaya tanta juventud, tanto pueblo? ¿Es que somos incapaces de garantizarles a todas esas personas un futuro decoroso dentro de la patria?
¿No nos preocupa que una gran cantidad de los que nos abandonan sean profesionales de todo tipo? ¿Y el costo que ha tenido todo eso?.

Y lo peor de todo: ¿Qué pasaría si, de pronto, se levantaran todas las prohibiciones a las salidas del país autorizándose de cualquier forma que fuese?

No hay que ser muy erudito para saber lo que ocurriría, y eso, para nuestro escarnio, solo puede expresarse en una sola palabra… VERGÜENZA.
vallinwilfredo@yahoo.com

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