A un dependiente de la tienda en divisas de Jaimanitas lo agobiaba una preocupación terrible, desde que su esposa se fue a cumplir misión internacionalista en la República Bolivariana de Venezuela como médico cooperante.
Sospechaba que el inmenso mar Caribe que los separaban y las interminables noches de soledad destrozarían su matrimonio. Pensamientos oscuros conspiraban contra la eficiencia de su trabajo, se equivocaba constantemente con el vuelto de los usuarios, su trato al público se había tornado reprensible.
El gerente lo llamó a su oficina. Hizo que firmara un compromiso de cambiar su actitud si deseaba conservar el empleo. Un anciano que barría el parqueo lo aconsejó:
--La única forma de mantener a tu esposa bajo control a distancia es engancharla con el verbo. Muchas cartas de amor, a todas horas. Satúrala de Vargas Vila y Neruda, que no le quede tiempo a pensar en otra cosa que no sea en ti.
El dependiente confesó que no sabía escribir cartas. El anciano le dijo que buscara al Poeta, un hombre del pueblo que como todo verdadero poeta andaba muerto de hambre, sin empleo, viviendo de lo que caía.
El dependiente y el Poeta hicieron un trato. Al finalizar cada jornada el bardo le entregaría una carta de amor para su esposa, a cambio de algún producto de la tienda: un jabón, un paquete de espaguetis, un bombillo eléctrico, puré de tomate…
Así comenzó el epistolario más intenso que recordará en mucho tiempo Jaimanitas. En la primera carta, la doctora respondió desde Venezuela:
--Tu carta es bellísima, duerme conmigo todas las noches, pero dime una cosa: ¿Desde cuando eres poeta?
Así transcurrió un año. El día del reencuentro, a la puerta de salida de los vuelos internacionales, el dependiente recibió a su esposa con un ramo de flores. Lágrimas y abrazos anegaron el auto que los llevó hasta Jaimanitas. Cuando al fin abrieron los equipajes, salieron a la luz los sueños inmediatos: Laptop, MP3, DVD, televisor con pantalla extra plana, ropas, zapatos y regalos para toda la familia. La felicidad traída por la doctora desde el país suramericano mantenían embotados todos los sentidos, en especial los del esposo, que con audífonos puestos y estrenando su nuevo vestuario, no vio en el fondo de la maleta, junto a los diplomas y al grueso paquete de cartas, el estuche de terciopelo que la doctora se cuidaba de esconderle. Era el regalo que traía para el Poeta.
beilycorrea@yahoo.es
Sospechaba que el inmenso mar Caribe que los separaban y las interminables noches de soledad destrozarían su matrimonio. Pensamientos oscuros conspiraban contra la eficiencia de su trabajo, se equivocaba constantemente con el vuelto de los usuarios, su trato al público se había tornado reprensible.
El gerente lo llamó a su oficina. Hizo que firmara un compromiso de cambiar su actitud si deseaba conservar el empleo. Un anciano que barría el parqueo lo aconsejó:
--La única forma de mantener a tu esposa bajo control a distancia es engancharla con el verbo. Muchas cartas de amor, a todas horas. Satúrala de Vargas Vila y Neruda, que no le quede tiempo a pensar en otra cosa que no sea en ti.
El dependiente confesó que no sabía escribir cartas. El anciano le dijo que buscara al Poeta, un hombre del pueblo que como todo verdadero poeta andaba muerto de hambre, sin empleo, viviendo de lo que caía.
El dependiente y el Poeta hicieron un trato. Al finalizar cada jornada el bardo le entregaría una carta de amor para su esposa, a cambio de algún producto de la tienda: un jabón, un paquete de espaguetis, un bombillo eléctrico, puré de tomate…
Así comenzó el epistolario más intenso que recordará en mucho tiempo Jaimanitas. En la primera carta, la doctora respondió desde Venezuela:
--Tu carta es bellísima, duerme conmigo todas las noches, pero dime una cosa: ¿Desde cuando eres poeta?
Así transcurrió un año. El día del reencuentro, a la puerta de salida de los vuelos internacionales, el dependiente recibió a su esposa con un ramo de flores. Lágrimas y abrazos anegaron el auto que los llevó hasta Jaimanitas. Cuando al fin abrieron los equipajes, salieron a la luz los sueños inmediatos: Laptop, MP3, DVD, televisor con pantalla extra plana, ropas, zapatos y regalos para toda la familia. La felicidad traída por la doctora desde el país suramericano mantenían embotados todos los sentidos, en especial los del esposo, que con audífonos puestos y estrenando su nuevo vestuario, no vio en el fondo de la maleta, junto a los diplomas y al grueso paquete de cartas, el estuche de terciopelo que la doctora se cuidaba de esconderle. Era el regalo que traía para el Poeta.
beilycorrea@yahoo.es
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