jueves, 6 de noviembre de 2008

EL HOMBRE Y LA NATURALEZA, Adolfo Fernández Sainz







Prisión de Canaleta, Ciego de Ávila, noviembre 6 de 2008, (SDP) “El hombre puede más que la naturaleza”. ¿Qué cubano cincuentón no recuerda aquello de que “el hombre puede más que la naturaleza”? Esta fue una de las consignas favoritas del joven poder revolucionario. Muy repetida y generadora de algunas controversias. Por ese entonces, yo usaba pantalones cortos. Pero para mí, decir aquello siempre me pareció un soberano disparate.

¿Quién puede con el terremoto, pensaba yo? ¿Qué queda tras el diluvio? ¿Quién puede con la sequía prolongada? Aparte que me chocaba esa forma de hablar, por lo mucho que tenía de chocante, de desafiante y soberbia. ¿Quién puede asegurar que la ciencia siempre tendrá lista una respuesta para cada desafío? Pero la frase no era casual, era la época que nos inaugurábamos como país socialista y aparte de un recién estrenado ateísmo, había que deslumbrar al cubano con las ventajas de la nueva vida que se nos avecinaba, donde según los clásicos del pensamiento marxista, quedarían resueltas todas las necesidades siempre crecientes del pueblo.

Era el camino luminoso hacia el comunismo, en que los grandes descubrimientos científicos, nos aseguraban, iban a resolver todos los problemas del género humano. Llevados de la mano de la ciencia y la técnica, la humanidad iba a ser liberada de todo mal. El hambre, sería cosa del pasado. Se producirían cosechas en horas. La enfermedad cedería ante los nuevos medicamentos.

En este remanso de trabajo creador y paz, los que llevaban la tónica sin discusión posible, eran nuestros hermanos soviéticos. Y atrévete a decir que la tecnología soviética no era la mejor del mundo o que las películas rusas eran aburridas. Aquello era una herejía acreedora de mayor castigo: diversionismo ideológico.

¿Cuál es la situación, casi cincuenta años después? Hoy resulta que los mismos que decían aquello, en fin, todo el mundo, reconoce que la especie humana está amenazada y que el problema es, precisamente que la naturaleza se resiente. Y que no todos los descubrimientos científicos ni todos los modelos de desarrollo, conducen a un buen fin.

¿A quien se le ocurriría hoy decir que el hombre es más poderoso que la naturaleza? Viéndolo en retrospectiva, la cuestión no era que unos pudieran más que otros, si no de vivir en armonía. De modo que el hombre no venciera la naturaleza, sino la respetara. Nada tendría de extraño, que mañana la comunidad científica descubriera el modo de aprovechar la energía del huracán o del rayo para ponerla al servicio del hombre.

El mundo actual, reconoce hoy que los aportes científicos de hoy, pueden ser los problemas de mañana. O que el insecticida de hoy, puede ser el contaminante de mañana. Y que las conductas sociales de hoy, tendrían que seguir una modificación, para dar cabida a nuevas realidades en un mundo cada vez más complejo.

Ningún modelo tecnológico por desarrollado que sea, ni ninguna época de la ciencia podrá blasonar que ha extinguido todos los problemas del género humano, ni ningún sistema social será capaz de crear un modo de convivencia en que no haya que ir más allá a buscar algún cambio. Ni tampoco conviene una utopía en la que no haya dificultades que vencer. ¿Qué sería del ser humano si lo tuviera todo resuelto?
En aquellos países que vivieron durante decenios la experiencia del socialismo ortodoxo, se vio que las transformaciones sociales no condujeron a que el hombre fuera feliz ni mejor. Incluso, pergeniaron nuevos males. Aun las sociedades que llegaron al capitalismo desarrollado con democracia, gran libertad individual y abundancia de bienes materiales, los jóvenes se rebelan contra una existencia rutinaria. La consigna de marras ha caído en feliz desuso, como tantas otras dichas para sacar provecho de alguna situación.

Por ejemplo: ¿Qué tiempo hace que no nos dicen que somos latinoafricanos? Pero bien, ese será tema para otro trabajo.
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