jueves, 14 de mayo de 2009

ELEGUÁ, Ramón Díaz-Marzo

Testimonio de la UMAP (1)
Eleguá era un negro, feo, cuando llegó con 17 años a nuestro Campamento y se arrimó a la gente del ambiente. ¡Tú sabes lo que es el ambiente! Ahora le dicen así, pero cuando estábamos sometidos por los españoles eran Sociedades Secretas de negros cubanos. Y se precisaba honorabilidad para ser ñáñigo.

Lo que te contaré ocurrió una mañana. El sol, en el cañaveral, era el infierno. Yo (2) era rápido cortando caña, pero mi compañero de pareja, ese día estaba enfermo.

Ninguno de nosotros era campesino. El grupo nuestro era de La Habana. Corría el año 1963 que fue cuando se promulgó la Ley del SMO (3). Nosotros éramos soldados castigados, pero como nuestras faltas no merecían elevarse a un Tribunal Militar optaron por enviarnos a Camagüey, donde se inauguraban los Campos de Concentración de la UMAP.

Nuestra situación en la zona de Florida, un pueblo de Camagüey, no era como la de los civiles, homosexuales, lumpen, Testigos de Jehová, y las demás religiones. Estábamos presos, pero sin alambradas y guardias de garita.

Al principio nosotros solo éramos 20 reclutas. Luego iban llegando a nuestro Campamento reclutas de otras provincias y en uno de esos grupos llegó el negro Eleguá.

Nadie quería cortar caña con Eleguá: la caña se corta en pareja. Eleguá siempre se quedaba rezagado y yo tenía que ayudarlo.

El día de los sucesos, después que los camiones nos condujeron hasta el campo, el negro no tenía pareja en el corte, y yo le dije: '!Eleguá, ven conmigo!'

En el cañaveral, temprano en la mañana, el frío y la niebla te hacían creer que estabas en Londres; pero a las nueve, cuando el sol subía, te dabas cuenta que estabas en Cuba. La hoja de la caña tiene vellos de mujer que son puñalitos que te torturan el cuello; y el sol, es una lluvia de fuego; y la tierra, una sartén sin grasa ardiendo con un fuego subterráneo.

En el cañaveral no hay posibilidad de pisar en firme; algunas cañas crecen retorcidas y arrastrándose.

A las once de la mañana, y sin adelantar aun el tramo que justificara "el diez", Eleguá salió a la guardarraya donde una pareja de reclutas, que sí habían terminado la mitad de la norma, se permitían un descanso.

Los dos reclutas fumaban tranquilamente su cigarro cuando vieron al negro caminar hasta ellos.

-!Ahí viene... está de pinga(4)! - dijo uno.

-!Es que cortar caña no es pa´ to el mundo, asere (5) - dijo el otro.

Eleguá se detuvo.

-!Que volá (6)! - saludó.

-!Oye...! - dijo uno

-¿Qué?

-!Cerca de aquí e tá el teniente!

El negro no contestó. Entornó los ojos y miró el azul del cielo.

-!Déjenme el cabo! - fue lo que dijo.

Cuando le alcanzaron el cigarro se acomodó sobre un terrón de tierra.

-!Esta noche tengo un vuelo... iré al Batey!

-!Esa mulata te va a complicar, asere!

-!Aquí to el mundo se fuga!

-!Si, es verdá - interrumpió uno- pero el teniente e ta encarnao en ti!

-!No tengo miedo!

-!Hay que degilar, asere. Hay que pasar estos tres años sin pro... – dijo el otro.

Dando grandes saltos entre los surcos alguien se acercaba. Sin habérselo propuesto los tres reclutas habían formado un círculo y nadie habría llegado hasta el lugar sin ser visto.

-¿Tú sabes quién viene por ahí? - preguntó uno.

-¿Quién? - preguntó el negro, mientras le daba las ultimas chupadas al cigarro.

-!El teniente!

-!Vaya... vaya... vaya! - empezó a decir el teniente- !Pero si están en un pisní... ¿no me invitan?

Los tres reclutas se incorporaron en posición de atención militar.

-!Pero continúen... continúen! - ordenó el teniente con sarcasmo.

Los reclutas volvieron a la posición anterior. Por educación se sentaron dándole el frente al jefe del Campamento.

Quizás, desde que los había visto, ya revisaba el trabajo de los reclutas, o quizás no; y lo que le importaba era el surco de Eleguá. Quizás tampoco miró el surco de los reclutas y mucho menos el mío y el de Eleguá a quien suponía incapaz de cumplir la norma. Para arribar a una conclusión sólo debía dejarse arrastrar por la cólera.

-!Así que los demás cortando y ustedes conversando! - masculló el teniente a través de un sucio mocho de tabaco.

-!Nosotros terminamos la mita de la norma, teniente! !Además, ya casi es la hora del almuerzo!

Eleguá alzó sus ojos hasta la cara crispada del teniente. Y el teniente seguía diciendo:

-!El verdadero revolucionario no tiene norma! !Si termina su norma, debe entrar a otro surco!

La naturaleza había maltratado a Eleguá en la hora de su nacimiento no por negro, sino por feo; especialmente la pupila enrojecida de sus ojos; y cuando los alzó, su fealdad se acentuó dándole al rostro un involuntario desafío. Y mientras el teniente hablaba se fijó en aquella mirada.

-¿Y tú, qué me miras?

El negro bajó los ojos sin contestar. Pero el teniente Mora siguió hablando:

-!No vayan a pensar que por ser yo el jefe, de presentarse la ocasión, no soy capaz de entrarme a trompadas con cualquiera de ustedes? !A mi hay que respetarme de hombre a hombre! !No me gusta que me miren mucho!

El problema de Eleguá consistía en no poseer otra cara para mirar al mundo y que el mundo lo mirase a él. Sorprendido, volvió a levantar, sin el menor asomo de violencia, sus buenos pero feos ojos. Y como les cuento, su cara fea, especialmente la pupila enrojecida, quedó al descubierto.

Cerca del lugar había un grupo de árboles a donde había llegado el camión del almuerzo. Desde todas partes se oía: '!Llegó el almuerzo!'

Los dos reclutas, Eleguá, y el teniente, estaban en otro mundo. Yo caminé hasta el lugar con un presentimiento malo.

-!Buenos días, teniente! - creo que dije, para suavizar la situación; pero nadie me escuchó.

El teniente sabía quienes eran los ñáñigos en el Campamento. Era con quienes prefería conversar. En ocasiones, delante de aquellos hombres, ridiculizaba al negro Eleguá con órdenes absurdas; claro, sin llegar al extremo donde la dignidad puede quedar maltratada para siempre.

Pero aquella mañana, cierta calma en Eleguá con su cara fea, exasperó al veterano de la Sierra Maestra; y el teniente repetía:

-!No me gusta que me miren mucho, coño!

El teniente hablaba, y Eleguá hacía como si con él no fuera. Y en el paroxismo de su cólera nos gritó: '!Firmes!'. Y parándose frente al negro, burlón, le preguntó:

-¿Quién te habrá puesto Eleguá, eh?

A la orden de firmes Eleguá se había incorporado sin darse cuenta que en la mano sujetaba un largo machete made in china. El teniente interpretó en ello cierta amenaza. Varios cortadores, que se dirigían a donde el camión del almuerzo escucharon las voces. Entre los testigos había varios ñáñigos y el teniente los había visto. Recordó entonces que el negro Eleguá quería, algún día, juramentarse en el Juego, y comenzó a decirle:

-¿Y ese machete? ¿Piensas utilizarlo? !No, no te lo creo! !Pa eso hay que tener pantalones, oíste? !E ma´, quiere que te diga la verdá, aquí, delante e to el mundo? !pues te la diré: tu no tiene cojone pa´ dalme un machetazo!

En honor a la verdad hay que aclarar dos cosas: aquellos machetes chinos tenían el filo de una cuchilla de afeitar y el machete se movió solo. Es verdad que Eleguá alzó la mano, empuñando el filoso artefacto, y cuando la bajo el codo no se había separado de la cintura. Quiere decir: Eleguá no estiró su brazo con ensañamiento. Sencillamente el arma viajó sola, impulsada por su peso, abriéndose paso en la carne.

-!Ay, maricón, me dite!

El teniente, que siempre andaba con una pistola al cinto, hundió su mano en el aire, cerca de la cintura, pero ese día no la llevaba, y sus movimientos inútiles se repitieron varias veces. Yo he visto a un hombre matar a otro de un disparo, pero cuando me fije en la cabeza del teniente vi su sombrero de guano picado por el costado. La piel, de esa parte de la cara, desde el cráneo hasta poco más abajo de la oreja, le colgaba. Me le acerqué y con mis manos sujete el pedazo de pellejo con la oreja.

-!Estése quieto, teniente! - creo que le dije.

Eleguá era el más asustado. La visión de la sangre lo había enardecido y gritaba palabrotas mientras blandía el machete.

Entonces si que llegaron gente de todas partes. Vino el Político del Campamento corriendo y armado con una pistola. Eleguá se dio a la fuga y el político apuntaba con el arma, apretaba el gatillo, sonaban los disparos, pero no lo tumbó.

A Eleguá lo capturaron al siguiente día; no recuerdo como. En cuanto al teniente, este me apartó a un lado, y solito fue caminando hasta el camión. Él mismo sujetaba su trozo de carne sin desmayarse.

En 72 horas organizaron "el juicio". Cuando la Población Sometida supo que el fiscal seria David Laroche, del Tribunal Revolucionario de Oriente, dieron a Eleguá por muerto.

Improvisar juicios en pleno monte no era nuevo. De cuando en cuando
llegaban noticias de fusilamientos en otros Campamentos

Al recordarlo todo pienso que Eleguá se puso fatal. Porque si hubiera
sido otro teniente...; pero el teniente Mora era el sobrino del jefe de
toda la UMAP.

Ese fiscal, David Laroche, vino y me dijo:

- Alejandro, tu que viste lo ocurrido ¿estarías de acuerdo con la pena de muerte?

No tuve miedo de contestarle. Dije:

- El teniente Mora no está muerto. Si el teniente Mora estuviera muerto, yo estaría de acuerdo con la pena capital porque nadie tiene derecho a matar a nadie. Pero el teniente Mora no está muerto. Además, yo vi como el teniente Mora lo provocó, fue una humillación, y Eleguá no supo lo que hacía.

Mi declaración trajo por consecuencia que no compareciera yo como testigo en el "juicio". Tampoco citaron a los otros dos reclutas.

Cuando lo recuerdo todo se me hace la idea de que Eleguá pensó que no lo iban a fusilar. El juicio lo celebraron en el Batey "La Tumba". Estaba presente la Plana Mayor de la UMAP, y grupos de prisioneros de los diferentes Campos de Concentración.

Durante el juicio noté en el rostro del negro cierta alegría. Seguro estaba recordando a los Testigos de Jehová: a "ellos" los fusilaban de mentira, con salva. Pero al final, cuando el juez dijo: CONDENADO A MUERTE POR FUSILAMIENTO, el rostro del negro cambió de color.

Nadie sabe de qué parte de Cuba eran los integrantes del pelotón que lo fusilaría. A Eleguá lo condujeron hasta un claro, donde crecía una ceiba. Yo me encontraba entre cientos de presos y hubiera querido despedirme del ecobio (7), pero no me habría visto, éramos muchos, y Eleguá caminaba mirando hacia la tierra con las manos amarradas a la espalda.

Con una soga larga ataron su cuerpo a la ceiba. En su rostro, según recuerdo, había calma, como si pensara que sólo querían asustarlo. Pero después que el pelotón hizo formación frente a él y un oficial dijo: '!Preparados!', y se hizo un silencio que a mi me pareció la llegada de la muerte, y el oficial dijo: '!Apunten!', vi el horror de quien, inesperadamente y en un instante, termina por comprender que ha llegado la ultima hora.

El oficial gritó: '!Fuego!', y Eleguá, relajado todo su cuerpo, no pudo impedir que la punta de la quijada se le hundiera en el pecho. Luego ese mismo oficial desenfundó su pistola, se acercó a la cabeza de Eleguá, y le dio el reglamentario tiro de gracia.

En los días sucesivos, sin nadie proponerlo, hubo duelo en nuestro Campamento. Nadie hablaba. Ese ha sido el silencio más grande que he escuchado en mi vida. Luego ese silencio se fue debilitando y la vida, a poco, recobró su ruido. Después de todo, fusilado o en la cama de un hospital, algún día moriremos todos. Cuando el teniente se recuperó no creyó en la historia del fusilamiento. Con una pistola comenzó a buscarlo por los Campamentos. Yo he pensado que el machetazo de Eleguá llegó hasta ese lugar donde se organizan las ideas.
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1- Unidades Militares de Ayuda a la Producción Agrícola.
2- Testimonio del Sr. Alejandro Rodríguez Martínez, testigo excepcional por ser personaje participante de este suceso real que nos contó.
3- Servicio Militar Obligatorio
4- Órgano genital masculino.
5- Amigo
6- Saludo
7- Hermano de religión.
ramon597@correodecuba.cu

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