viernes, 1 de mayo de 2009

MITOMANÍA, Frank Cosme


Santos Suárez, La Habana, 30 de abril de 2009, (SDP) Define el diccionario Larousse que mitomanía es la manía de decir mentiras o relatar cosas fabulosas y por ende, mitómano es el que adolece de mitomanía.

También la moderna Psicología nos explica que es un trastorno de la personalidad originado por un fuerte complejo de inferioridad.

Pienso que todos en algún momento de nuestras vidas nos hemos tropezado con algún individuo o individua de esta especie, que en nuestro país ha prosperado y se ha desarrollado desproporcionadamente al resto de los demás que se pueden considerar normales. Tal es así que un magnífico humorista de nuestra radio ha creado un personaje de estas características que constantemente “fabula” y es el hazmerreír de todos los demás personajes del programa.

Desde luego es el hazmerreír porque es un mitómano sin cultura, con una gran falta de conocimientos y sí con una gran proporción de cemento en la cara.

Pero si nos encontramos con un individuo mitómano, con cara de cemento y encima de eso con cierta cultura y conocimientos, entonces sí cambia la cosa. Estaremos en presencia de un individuo complejo, polémico y a veces peligroso, por sus mentiras tan bien elaboradas.

Este mitómano “inteligente” llega a confundir, pues tiene un aplomo y presencia de ánimo tal que resulta muy difícil de identificar. A veces pasan años antes de que las personas se den cuenta del error que han cometido en creer todos sus cuentos de camino.

A los mitómanos se les encuentra en todas partes. Pueden ser de buena posición económica o de humilde origen. Incluyen desde políticos o reyes renombrados por la historia, hasta sencillos trabajadores.

Un caso no muy comentado desde este punto de vista es el de Enrique VIII, que sumió a la Inglaterra del siglo XVI en uno de los períodos más amargos de su historia, al perseguir y llevar al patíbulo a todo aquel que no reconociera “su autoridad espiritual”.
Thomas Moore, Canciller del Reino, íntimo amigo de él desde su juventud, sólo le vino a conocer bien al final de su vida. De él son estas palabras refiriéndose a este tan mentado rey: “Es un bufón sádico que goza oponiéndose a todo. Es capaz de defender y probar una afirmación un día y al siguiente defender y demostrar lo contrario. Siente el placer de la maldad, es la inteligencia sin amor”.

Enrique VIII fue capaz de decapitar a su amigo porque Moore se negó a reconocer el mito creado por este rey en sus delirios de grandeza, de que él era la máxima autoridad espiritual de Inglaterra.

Otro caso análogo fue el de Hermann Göering. Habló dos horas de él y de la superioridad del nacionalsocialismo en el juicio que se les hizo en Nüremberg a todos los cabecillas nazis. Justificó todo el terror y los crímenes cometidos y convencido hasta el último momento de que él y todos los demás tenían la razón.
Y este desgraciadamente es el fin de todos los mitómanos, mueren convencidos de que esos mitos que se han creado a fuerza de repetírselos una y otra vez terminan por convertirse en una realidad para ellos. No comprenderán nunca que son enfermos de la mente.

El psicólogo Karl Jung, uno de los discípulos de Freud, nos aclara que nunca pudo curar completamente a ninguno de los que padecen de este tipo de trastorno. Son como algunos alcohólicos que se niegan a reconocerse como tales y desafortunadamente mueren creyéndose sus propias mentiras, joden a media humanidad y pasan a la historia.
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