Centro Habana, La Habana, 14 de mayo de 2009, (SDP) El mercado del arte es para las autoridades cubanas una de las pailas del infierno “seudo cultural” donde las trasnacionales pretenden sumergir a sus creadores para borrar la identidad de la nación.
Sin embargo, la relación arte-comercio, satanizada históricamente dentro de la Isla bajo el concepto que contamina, vulgariza y baja de categoría el hecho artístico, se ha convertido en otro de los tabúes derrumbados por la necesidad.
La imagen de Ibrahim Ferrer enfundado en un terno gris, zapatos de charol, y boina bolchevique mientras entona a dúo con Omara Portuondo el bolero Dos gardenias en escenarios de Tokio, París o Nueva York, constituye un ejemplo de que el arte requiere dinero y promoción.
Levantado por Ry Cooder y Juan de Marcos de un cajón de lustrar zapatos para incluirlo en el fenómeno Buena Vista Social Club, Ibrahim Ferrer dejó atrás la indigencia a que fue condenado tras una exitosa carrera de cantante en la orquesta de Pacho Alonso y Los Bocucos.
Maldad que tarde, poco antes de su muerte, pues Cuba perdió un limpiabotas pero ganó un gran cantor.
Otra de las “víctimas” del mercado del arte, Compay Segundo,
gracias al abandono de las autoridades de la cultura cubana, al olfato comercial del norteamericano Ry Cooder, y al talento del alemán Wim Wenders, dejó de tocar su armonio a cambio de propina de turistas extranjeros en la piscina del hotel Riviera, y elevó su Chan-Chan hasta el trono de los inmortales de manos del Buena Vista Social Club.
Y ni hablar de los Grammy Latinos, calificados como la postal de una cloaca que desbordaba banalización, favoritismo, supercherías artísticas y otros malos olores, hasta que Chucho Valdés, Los Van-Van, Pablo Milanés, Gonzalito Rubalcaba, por sólo citar algunos, alcanzaron el “despreciable” premio.
La cuestión es que el sistema de subvención, impuesto por una política cultural que desdeña la realización personal, ha fallado y los mecanismos de promoción responden a los patrones ideológicos y no a las necesidades de interacción del arte que se hace en Cuba con lo que acontece a nivel mundial.
Atrincherados en un CubaDisco cuyos ecos mueren en los muros del malecón, alejados de las prácticas del mercado que nos privan de un “saber hacer” que es imprescindible conocer y manejar para dejar de ser Naif frente a los señuelos que nos puede lanzar, según especialistas del país, los artistas cubanos siempre están a la espera de un milagro que, desgraciadamente, siempre viene del exterior.
La falta de un mercado nacional estable por falta de ofertas asequibles a la población, y la imposibilidad de elegir el rumbo por parte de los artistas, los obliga a vivir en penuria, y con la mano extendida hacia el extranjero, musitar por lo bajo: “Cooperen con el músico cubano”.
Nada, que entre el paraíso de la rumba y el guaguancó, las marchas y canciones por encargo, los ritmos ajenos y la politización de un arte que los encierra entre corcheas inquisitoriales y fusas ideológicas en Fa sostenido, los artistas prefieren el infierno en
una clave de Sol del mercado, aunque Satán maneje la batuta.
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