Por distintas razones, salí de la reunión con una mezcla de dudas y sentimientos encontrados. Confieso que soy de los que prefieren (y necesita) creer que Kundera es inocente de tales imputaciones. En todo caso, sabemos, luego de demasiadas tristes experiencias, que las dictaduras totalitarias son absolutamente culpables de todo lo que sucede en sus entrañas torcidas, a las que vamos a parar como engullidos por el Leviatán.
Mi primer encuentro con un libro de Kundera (y también con los de Solshenitzin y Bulgakov) fue en el templo underground de Mayito, a mediados de los 70. Luego, casi todos me los prestó Waldo. Años después, pude leer los que me faltaban gracias a la biblioteca independiente (tan surtida como el sombrero de un mago) de Gisela Delgado. En todos los casos, los libros eran editados en España, te recomendaban que no los exhibieras por la calle y había plazos perentorios para su lectura porque había otros que esperaban.
Para ser sinceros, lo que Kundera narraba de la vida bajo el comunismo era harto sabido para nosotros. Tanto que a veces nos reconocíamos en algunos de sus personajes, incluso muchos años antes que nos viéramos en situaciones similares. La cuestión estaba en el modo de narrar del escritor checo, en su filosofar sobre las cosas que constituían nuestra amarga cotidianidad. Los aspirantes a escritores nos retorcíamos de envidia y ansiedad. Disponíamos de vivencias parecidas y no éramos capaces de escribir así.
¿O es que los chivatos y segurosos precisaban hablar en ruso o en algún idioma de Europa Oriental para ser peores y más creíbles villanos literarios? ¿Sería obligatoria la nieve para dar tintes más deprimentes a los cañaverales de Matanzas, una apestosa barraca en Guane, un calabozo de La Víbora o la guardia nocturna tras la alambrada de una unidad militar al sur de La Habana?
¿Acaso duele más la confesión de tu novia que deja de ser la novia de un desviado ideológico por orientaciones de “los compañeros del Comité de Base de la Juventud Comunista” a la sombra de un viejo y ruinoso castillo moravo que en el muro del Malecón?
¿Y qué hay de los amigos de la beca con los que lo compartías todo y que se delataban unos a otros con entusiasmo (nos enseñaron desde pequeños que era nuestro deber) en las asambleas de análisis de grupo? Ellos sabían todo sobre ti…Las muchachas que ligabas, con quien te reunías, si leías libros prohibidos y revistas extranjeras, preferías la música americana, conocías a maricones, o cometías la osadía de escribir cartas a familiares en Miami.... ¿Cómo no saberlo todo si compartíamos la ropa, el hambre, los cigarros y hasta el exiguo chorro de la ducha cuando quitaban el agua y nos quedábamos enjabonados?
En un dormitorio estudiantil similar se pudo producir o no, en 1950, la delación de Kundera. Estaba reciente la instauración por el Ejército Rojo de la democracia popular en Checoslovaquia. Cualquier joven militante comunista creía su deber la defensa del estado proletario contra los enemigos de clase…
Prefiero pensar que alguien (como un personaje salido de sus primeras novelas), quiso vengarse de Kundera por algún oscuro motivo e inventó la historia de la delación. Algo de cierto debe haber tenido a mano. El odio puso el resto. O puede que efectivamente el joven Kundera delatara. Bajo este tipo de regímenes, todos somos culpables, en mayor o menor grado, de las sociedades en que ¿vivimos? Parece inevitable que cuando se abren los archivos de la policía política, aparezcan siempre muchas feas sorpresas.
Milán Kundera, culpable o inocente, aún no termina de huir del pasado. La mayoría de sus lectores, advertidos de los horrores del comunismo, hace tiempo que lo absolvimos.
luicino2004@yahoo.com
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