Villa Clara, Santa Clara, mayo 9 de 2009 (SDP) Al mirar con displicencia los errores éticos a nivel de la mayoría de los estamentos grupales dentro una sociedad, estamos sin lugar a dudas ante un preocupante problema. Estos inconvenientes son tales que hasta transforman el significado de las palabras utilizadas por sujetos sociales activos.
La carencia de estos valores en la actitud moral de un conjunto determinado de seres sociales, casi siempre acarrea la modificación del lenguaje a un nivel cotidiano. Los cambios en el léxico popular no son otra cosa que la creación de mecanismos de defensa psicológicos para justificar la inmoralidad reinante.
Si una joven oferta su cuerpo, sentimientos, espíritu y alma al entregarse a un visitante extranjero, ya no es una vulgar prostituta sino una sacrificada “jinetera”. Y no pocos de sus semejantes la consideran una especie de heroína, capaz de ser reverenciada porque no deja que los suyos pasen hambre.
Algunas familias y vecinos se envidian entre si, hasta por el simple hecho de que una meretriz haya logrado llevarse el gato al agua, que en buen cubano es casarse con el extranjero. El pesar por el bien y la prosperidad ajenos logra que incluso antiguas amistades se rompan como cristal quebrado.
Cuando una persona se dedica a estafar a sus semejantes, preferentemente ancianos, en la jerga pueblerina no es un embaucador cualquiera. A estos individuos se les conoce como “linieros”, por cierto sin trabajar ninguno en Empresa Eléctrica. Así son encubiertos por un lenguaje sutil y aparente quienes actúan como legítimos tramposos.
Lo que se conoce como corrupción, desde el punto de vista legal es un delito de cohecho y debido a la situación de carestías materiales de los cubanos es algo practicado casi a diario. Para ser un corrupto en esta isla solo se necesita ser responsable de algo vendible en el mercado negro. Pero a los corruptos no se les nombra por ese peyorativo adjetivo, puesto que ellos son “luchadores” bien ubicados en puestos estatales claves. Algunos de estos, nunca en su vida han practicado, ni por casualidad, ese deporte de combate dividido en las especialidades de greco-romana y libre.
Debido a las serias dificultades en el transporte de la población cubana y a la notoria escasez de combustibles para vehículos automotores, el acto de robar carburantes es algo habitual. Vender diesel o gasolina hurtada con la mayor astucia al estado socialista se ha convertido en todo un arte. Quienes hacen esto para nada son conocidos como ladrones de gasolina, porque es un término muy duro y comprometedor. Pero si usted pregunta por los “mosquitos petroleros”, todos comprenderán de quien se trata, pues de verdad que ellos succionan de los depósitos de combustibles las cantidades para comercializar fuera de la ley.
Aquellos cuyo negocio consiste en fabricar tabacos en establecimientos clandestinos e improvisados, hacen una dura y engañosa competencia a las prestigiosas marcas oficiales de puros cubanos. Deben en gran medida el éxito de su industria a la sustracción de sellos de marcas y envases almacenados por las empresas estatales.
Bajo ningún concepto se les conceptualiza cual falsificadores de tabacos, porque es una terminología demasiado pendenciera a los oídos del prójimo. Mucho mejor es llamarlos simplemente los “tabaqueros”, para tratar de encontrar en el inocente vocablo algún esbozo de la legalidad secuestrada.
Con las profundas dificultades económico-materiales de la Cuba actual, los valores morales han sido echados a un lado. Por eso, los ciudadanos cubanos tragan buches bien amargos cada día. Para no hacer tan explicita la desvergüenza imperante, es encubridor y práctico usar el método de camuflar el idioma.
cocofari62@yahoo.com
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