jueves, 16 de julio de 2009

AGUILERA: EL INICIADOR, Frank Cosme


Santos Suárez, La Habana, 16 de julio de 2009, (SDP) Siempre hay un tema de moda para la prensa. El actual es la crisis económica. Casi ni se mienta la primera que hizo irrupción en el siglo XIX, precisamente en el año de 1866. En aquellos tiempos, la potencia mundial era la Gran Bretaña y “Lombart Street”, una calle de Londres, era el centro financiero mundial como lo es actualmente el tan conocido Wall Street.

La quiebra de empresas ferroviarias, la suspensión de pagos en los bancos y la desaparición de importantes firmas inglesas originó una reacción en cadena en todos los países que tenían transacciones comerciales con este país. España era uno de ellos. Como si esta crisis fuera poco, España en plena decadencia como potencia, se embarcaba en aventuras como la ocupación de la isla de Chichas, que originó una guerra con Perú y Chile. Participó a su vez en la ilegal ocupación de México junto con Francia e Inglaterra para colocar a Maximiliano de Austria como Emperador de México. Para remachar el clavo, se anexó a Santo Domingo, país que tuvo que luchar de nuevo por su independencia.

Naturalmente, mantener este status de potencia falsificada originaba enormes erogaciones y gastos militares. ¿De donde entonces salieron estos recursos? Solo le quedaban a España 4 colonias: Filipinas, Marruecos, Puerto Rico y Cuba. Por supuesto, la mas rica era esta última.

Estos son los antecedentes de la guerra del 1868, generalmente poco conocidos. También lo es la historia del hombre que la organizó, otro olvidado por nuestra historia.

Situada entre los 20 º 23´ latitud y los 70º 28´ longitud está la ciudad de Bayamo. Si Cuba era la colonia mas rica, Bayamo era la ciudad mas próspera de de la isla. Esta prosperidad venía asentándose desde siglos anteriores, pues los bayameses por su situación geográfica, comerciaban directamente con las colonias británicas y francesas a través del contrabando. Por esa misma razón, a través del río Cauto enviaban a estudiar a Francia, Inglaterra, Alemania y Estados Unidos a sus hijos y esto naturalmente hizo que al cabo del tiempo, Bayamo vivía al estilo de esas naciones y estaba aireada constantemente por las corrientes democráticas que en esos países se registraban.

En 1846, un bayamés que recién había regresado de Europa convencido de que lo que había que hacer era inculcar a la población la defensa de sus derechos, enfiló todas sus energías y su fortuna en lograr esto. Ese bayamés fue la inteligencia directora de esta gesta. Su nombre era Francisco Vicente Aguilera. La forma efectiva en que logró cultivar en el pueblo el amor por la independencia merece un estudio más profundo pues empleó 22 años en la preparación de la guerra.

En el campo y la ciudad, abrió tiendas administradas por personas de su confianza donde se vendían alimentos y artículos de primera necesidad a menos precio, pero al mismo tiempo, se les entregaban unas boletas donde ilustraban a los pobladores sobre sus derechos a la libertad e independencia. Organizó una logia bajo el sugerente nombre de “Redención” y audazmente logró que participaran en ella oficiales españoles y hasta el mismo Gobernador Udaeta. Comisionó a Manuel Tornes a integrar el cuerpo de voluntarios junto con 50 hombres más, los cuales, armados por los propios españoles, se pasarían de inmediato a los insurrectos en cuanto se diera la orden de alzamiento.

En Agosto de 1867, cumpliéndose un mes de un nuevo “impuesto directo sobre la renta” mucho más abusivo que los anteriores (y que ya sabemos donde iba a parar), Aguilera junto con Francisco Maceo Osorio adoptan la resolución de comenzar ya un movimiento de rebeldía armada contra España. Este fue extendiéndose hacia Camagüey, Santiago de Cuba, Holguín, Manzanillo. Toda la conspiración la había preparado Aguilera minuciosamente, deseoso de asegurar las mejores condiciones de éxito. Pero los españoles no estaban dormidos. Los ánimos caldeados por los impuestos y la inquietud del pueblo trajeron el conocimiento de la conspiración. Todos sus jefes fueron mandados a detener.

Uno de los conspiradores, Carlos Manuel de Céspedes, enterado de la orden de detención, adelantó el alzamiento y entró en Bayamo aclamado calurosamente por la población que esperaba ansiosa la rebelión. Cuando meses más tarde Céspedes fue nombrado jefe máximo de la rebelión, sus amigos le exigieron a Aguilera que asumiera el mando pues él y no Céspedes era el verdadero promotor. Este, con un gesto sin comparación en la historia de verdadero amor por la independencia de Cuba, pronunció la frase que salvó la revolución en sus comienzos y renunció a la gloria que realmente le correspondía: “Acatemos a Céspedes si queremos que la revolución no fracase”.

Como recalcó el historiador Maceo Verdecia en su libro “Bayamo”, fue cuatro veces grande; grande en la organización, grande en el mantenimiento de la Revolución, grande en el infortunio y grande asimismo en la muerte.

Tuvo razón también otro historiador, Ramiro Guerra, al decir que los iniciadores de las revoluciones muchas veces son dejados atrás por los impetuosos y audaces.

Pobre y olvidado, murió en Nueva York en 1877 el hombre más acaudalado de Cuba, el que entregó su fortuna y su gloria por nuestra libertad, pero no hay ninguna duda que Aguilera fue el iniciador.
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