Arroyo Naranjo, La Habana, julio 23 de 2009 (SDP) Oscarito me convenció que tenía poderes una noche de sábado de 1977, en mi casa, cuando parecía que no había otra cosa que hacer en La Habana (tanto era el desamparo) que conversar de temas sobrenaturales. Para demostrar alguna tesis esotérica, anunció que estaba a punto de producirse un accidente de tránsito en la Calzada de 10 de Octubre. Apenas 10 minutos después, escuchamos el estruendo y la sirena de la ambulancia que recogió los heridos (como en toda colisión que se respete).
A Oscar Hernández Pizarro sus amigos lo llamábamos Oscarito para diferenciarlo de Oscar Rodríguez Orgallez, el gurú oficial del grupo, que por ser más alto y un par de años mayor, era Óscar, con acento. En realidad, cualquiera era más alto que Oscarito. Excepto yo, que era tan de su misma talla que la primera vez que me casé, allá por 1978, lo hice vestido con su ropa. Además de muy jóvenes, éramos muy pobres e intercambiar ropas y otras cosas más entre amigos era, además de una necesidad, muy de onda.
La rizada cabellera castaña de Oscarito, alborotada a lo afro, disimulaba su estatura. Estaba además obsesionado con las dietas y los ejercicios para mantener el cuerpo en forma. La barba rala sumada a unos ojos almendrados de mirada honda, le daban aspecto de mago oriental o músico de banda de rock, según como tuviera el día. Pero Oscarito era pintor y diseñador. Reinaba absoluto y pleno, en una pequeña y calurosa habitación de cuartería que llamaba estudio, a un centenar de metros del Paseo del Prado. Mientras trabajaba, en la grabadora se alternaban el sitar de Ravi Shankar, los teclados de Jean Michel Jarre y los jadeos erotizantes de Serge Gainsbourg y Jane Birkin en “Je t´aime…moi non plus”.
Los fines de semana, Oscarito acudía desde la Habana Vieja al cuartel general de nuestro grupo en casa de Mayito El Enajenado, en Lawton, con noticias de Gurjieff o Madame Blavatsky. A veces venía acompañado por Mario Palow, toda una autoridad en la materia. Aunque algunos nos mostráramos escépticos con el misticismo, indudablemente Oscarito llenaba de buenas vibraciones el ambiente justo cuando más lo necesitábamos.
Aunque aquellos años 70 en La Habana por los motivos que todos conocemos no fueran precisamente apacibles y felices, tal vez por eso mismo, recuerdo aquellas reuniones en casa de Mayito como una especie de paraíso perdido. Me cuentan amigos dispersos por el mundo que a ellos les pasa lo mismo. Añoran aquel remanso de libertad, sueños, inteligencia, música y amor. En él, Oscarito, con una taza de té en la mano y una idea inteligente siempre en los labios, ocupaba un sitio privilegiado.
Alguna vez, medio en serio, medio en broma (con él nunca se sabía), me hizo predicciones sobre mi vida que afortunadamente no se cumplieron. En cambio, sus vaticinios contribuyeron al argumento de una novela que nunca terminé. En ella, con tal de escapar de Cuba, me alistaba, junto a soviéticos y árabes, en un contingente internacionalista (por entonces, las guerras africanas estaban en su apogeo), caía prisionero, lograba escapar de un campo de concentración en el desierto australiano y luego de todo tipo de peripecias, llegaba con pasaporte de Calcuta y disfraz hindú a la Gran Manzana, recién arrasada por un ataque nuclear. Mis días terminaban infartado, gordo, millonario y famoso por escribir un solo best-seller (¡vaya imaginación!) en Israel, la única potencia que emergió vencedora de la tercera guerra mundial en la delirante geopolítica que ideamos para la novela.
La estampida del Mariel no dio tiempo a despedidas. Oscarito fue de los tantos que partieron. Guardo fotos suyas de los años 80, tomadas en Miami junto a Rosita, Carlos El Gordo y Fidelito. Luego pasaron los años y perdimos el contacto. Sabía de Oscarito esporádicamente, a través de terceros. Vivía en New York (como soñó) y tenía éxito como diseñador gráfico. Nunca pude conseguir su dirección postal o de correo electrónico y ahora lamento no haberle podido decir últimamente que lo extrañaba. Aún sigo sin poder creer que murió a principios de julio.
El viernes 17 de julio todos los amigos nos reunimos en Miami para recordar a Oscarito. Dije todos: Rosita, María, Oscar (el Profesor Zellagro), Isaac (el mejor pianista del underground habanero), Carlos El Gordo, Manolito Mena, el Chino Ma, Fidelito, Jim, Mario Palow. También Mayito, Leyda y yo. ¿Qué importancia tiene, si de la amistad se trata, que vivamos en USA, Polonia o Cuba? Oscarito viajó desde New York. Estaba risueño, se rascaba la cabeza y tomaba una taza de té. Justo como en la calle San Francisco.
luicino2004@yahoo.com
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