(“Fragmento de un Naufragio”, libro inédito)
Nuestro cuerpo, incluida el alma o la conciencia, es una maquinaria; y más que una maquinaria. No he encontrado el modo de controlarlo de un modo independiente al mundo exterior. Toda la finalidad que busco es sentirme feliz. No lo logro y como el alcohol no me sienta bien, solo me queda la alternativa de los psicofármacos. Cuando era joven seguramente necesité los psicofármacos, pero el sexo suplía mi angustia interior, y yo me sentía bien. Pero aquella pastilla de sexo era peor que las pastillas que hoy consumo. La pastilla del sexo y la noche me llevaron a estados de embrutecimiento de la conciencia que a veces rayaban en la criminalidad. Era como un verdadero loco que andaba por las calles sin que nadie me notara y no podía controlarme. Si en aquellos días un grupo de médicos sicólogos me hubieran hecho una investigación, me habrían ingresado y puesto un tratamiento permanente como el que yo mismo he decidido utilizar ahora para mantener amordazado y encadenado el demonio que hay dentro de mí. Si no fuera por las pastillas, no podría escribir porque el demonio se soltaría y me robaría la tranquilidad y serenidad espiritual que necesito para este oficio. ¿Cuántos jóvenes con sensibilidad en estos momentos no sabrán que padecen de un desbalance químico energético de todo su ser y buscan la felicidad en el infierno del sexo y las drogas y con una simple ayuda serían salvados para sí y para la sociedad?
ramon597@correodecuba.cu
Nuestro cuerpo, incluida el alma o la conciencia, es una maquinaria; y más que una maquinaria. No he encontrado el modo de controlarlo de un modo independiente al mundo exterior. Toda la finalidad que busco es sentirme feliz. No lo logro y como el alcohol no me sienta bien, solo me queda la alternativa de los psicofármacos. Cuando era joven seguramente necesité los psicofármacos, pero el sexo suplía mi angustia interior, y yo me sentía bien. Pero aquella pastilla de sexo era peor que las pastillas que hoy consumo. La pastilla del sexo y la noche me llevaron a estados de embrutecimiento de la conciencia que a veces rayaban en la criminalidad. Era como un verdadero loco que andaba por las calles sin que nadie me notara y no podía controlarme. Si en aquellos días un grupo de médicos sicólogos me hubieran hecho una investigación, me habrían ingresado y puesto un tratamiento permanente como el que yo mismo he decidido utilizar ahora para mantener amordazado y encadenado el demonio que hay dentro de mí. Si no fuera por las pastillas, no podría escribir porque el demonio se soltaría y me robaría la tranquilidad y serenidad espiritual que necesito para este oficio. ¿Cuántos jóvenes con sensibilidad en estos momentos no sabrán que padecen de un desbalance químico energético de todo su ser y buscan la felicidad en el infierno del sexo y las drogas y con una simple ayuda serían salvados para sí y para la sociedad?
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