Managua, La Habana, 23 de julio 2009 (SDP). Detrás de unos edificios, en el mercado nuevo, se encuentra el local donde reparan los equipos electrodomésticos, en el reparto Frank País, en Managua, Ciudad de La Habana.
La pequeña puerta da acceso a un improvisado mostrador, desde donde se observan, amontonadas en un rincón, cientos de resistencias inservibles de cocinas. El técnico, sentado frente a un viejo buró, examina una de las ollas arroceras que le han traído para su reparación. Sobre el buró dos cajas de cartón guardan infinidad de pequeños tornillos y arandelas. “Estas las recupero -comenta- para poder trabajar.”
Para mitigar el calor, un ventilador de fabricación casera, que al no tener movimiento giratorio, tira todo su aire caliente hacia una esquina de la habitación.
Un anciano, vecino del lugar, que trajo un pomo plástico con agua congelada, reclama el envase, mientras el técnico bebe con ansias.
“¿Tu no tienes otro pomo aquí?- indagó- porque te dejo ese y pongo a enfriar para mí. En la casa no hay más pomos”
“No, llévalo. No te preocupes, agradecido”, dijo el empleado, al tiempo que explicaba a otro anciano que el ventilador que había traído debía colocarlo de una manera especial, ya que no quedaba fijo pues la pieza estaba gastada: “Mira, lo pones sobre una silla, y le colocas una almohadita o algo que lo mantenga recto para que no se caiga, hasta ver si aparece la pieza”
Al mismo tiempo, un joven preguntaba qué podía hacer con una olla de presión que había comprado por partes. “Me vendieron en 10 chavitos (cuc) la parte de arriba, pero le falta el cabo y no tiene junta. ¿Aquí no hay junta?”, preguntó. La respuesta no se hizo esperar: “Aquí no hay nada” dijo el técnico.
Una señora de la raza negra que llegó en ese momento, a su vez se mostraba interesada por saber cuando entrarían las piezas de repuesto. El técnico contestó: “Mira, eso no se sabe, las estamos esperando.”
Otros equipos, entre ellos varias ollas eléctricas y dos cocinas, podían verse tiradas en el piso, en ángulo opuesto a donde se encontraban las resistencias.
Una silla era la única posibilidad de ponerse cómodo para el que acudiera a recibir los servicios de la unidad. El inconveniente era que no tenía fondo, solo una tabla que se caía constantemente en cuanto la persona se levantaba.
“¿Tu sabes que día es hoy?” preguntó el joven que esperaba con su olla comprada por piezas. Y agregó: “Aquí hace tremendo calor, imagínate, si esto no tiene ni ventanas.”
Un sin número de las personas que acuden a este sitio, se van sin resolver el problema. La escasez de piezas de repuesto ha originado un cementerio de estos equipos que aún están por pagar. Las autoridades han amenazado con llevar a los tribunales a quienes no retribuyan su deuda con el Estado. Unos dicen que no van a pagar, otros que no pueden.
En una de las paredes, carentes de pintura, se lee en el mural de este taller de servicios, “Batalla de Ideas”.
De repente, una mulata joven entró en el establecimiento, miró al técnico y dijo: “Rápido, préstame diez pesos, que allá atrás sacaron un buchito de plátanos y hay mil gentes. A ver si alcanzo algo.” Sonriente, con el dinero en la mano, expresó a los que allí nos encontrábamos: “Esta si es una verdadera batalla, la de la comida. Lo demás es cuento, por gusto y pa’ ná.”
amarilisrey@yahoo.com
La pequeña puerta da acceso a un improvisado mostrador, desde donde se observan, amontonadas en un rincón, cientos de resistencias inservibles de cocinas. El técnico, sentado frente a un viejo buró, examina una de las ollas arroceras que le han traído para su reparación. Sobre el buró dos cajas de cartón guardan infinidad de pequeños tornillos y arandelas. “Estas las recupero -comenta- para poder trabajar.”
Para mitigar el calor, un ventilador de fabricación casera, que al no tener movimiento giratorio, tira todo su aire caliente hacia una esquina de la habitación.
Un anciano, vecino del lugar, que trajo un pomo plástico con agua congelada, reclama el envase, mientras el técnico bebe con ansias.
“¿Tu no tienes otro pomo aquí?- indagó- porque te dejo ese y pongo a enfriar para mí. En la casa no hay más pomos”
“No, llévalo. No te preocupes, agradecido”, dijo el empleado, al tiempo que explicaba a otro anciano que el ventilador que había traído debía colocarlo de una manera especial, ya que no quedaba fijo pues la pieza estaba gastada: “Mira, lo pones sobre una silla, y le colocas una almohadita o algo que lo mantenga recto para que no se caiga, hasta ver si aparece la pieza”
Al mismo tiempo, un joven preguntaba qué podía hacer con una olla de presión que había comprado por partes. “Me vendieron en 10 chavitos (cuc) la parte de arriba, pero le falta el cabo y no tiene junta. ¿Aquí no hay junta?”, preguntó. La respuesta no se hizo esperar: “Aquí no hay nada” dijo el técnico.
Una señora de la raza negra que llegó en ese momento, a su vez se mostraba interesada por saber cuando entrarían las piezas de repuesto. El técnico contestó: “Mira, eso no se sabe, las estamos esperando.”
Otros equipos, entre ellos varias ollas eléctricas y dos cocinas, podían verse tiradas en el piso, en ángulo opuesto a donde se encontraban las resistencias.
Una silla era la única posibilidad de ponerse cómodo para el que acudiera a recibir los servicios de la unidad. El inconveniente era que no tenía fondo, solo una tabla que se caía constantemente en cuanto la persona se levantaba.
“¿Tu sabes que día es hoy?” preguntó el joven que esperaba con su olla comprada por piezas. Y agregó: “Aquí hace tremendo calor, imagínate, si esto no tiene ni ventanas.”
Un sin número de las personas que acuden a este sitio, se van sin resolver el problema. La escasez de piezas de repuesto ha originado un cementerio de estos equipos que aún están por pagar. Las autoridades han amenazado con llevar a los tribunales a quienes no retribuyan su deuda con el Estado. Unos dicen que no van a pagar, otros que no pueden.
En una de las paredes, carentes de pintura, se lee en el mural de este taller de servicios, “Batalla de Ideas”.
De repente, una mulata joven entró en el establecimiento, miró al técnico y dijo: “Rápido, préstame diez pesos, que allá atrás sacaron un buchito de plátanos y hay mil gentes. A ver si alcanzo algo.” Sonriente, con el dinero en la mano, expresó a los que allí nos encontrábamos: “Esta si es una verdadera batalla, la de la comida. Lo demás es cuento, por gusto y pa’ ná.”
amarilisrey@yahoo.com
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