Marianao, La Habana, 23 de julio de 2009, (SDP) Los fundadores del exilio cubano después de 1958 son los partidarios del depuesto General Batista, quienes apenas llegados a la ciudad de Miami chocan allí con la colonia cubana, en su mayoría fidelista. La correlación de fuerzas entre ambos bandos iría inclinándose rápidamente a favor de los primeros hasta que comenzaron a llegar los llamados entonces fidelistas sin Fidel, a partir de la declaración del carácter socialista y del ascenso arrollador de los militantes del PSP en todos los sectores de la vida nacional.
Este grupo había luchado contra Batista y no fueron recibidos allí como aliados por los batistianos, con quienes tampoco estuvieron dispuestos a reconciliarse. Si los primeros habían sido derrotados, los segundos se sentían traicionados. Aunque ambas corrientes aspiraban al derrocamiento del Gobierno Revolucionario, diferían en sus objetivos posteriores y, sobre todo, eran incapaces de superar su encono histórico.
El tercero en discordia, es decir, el gobierno norteamericano, cuyos intereses económicos habían sido seriamente perjudicados por la gestión revolucionaria, no estaba preparado para comprender estas intimidades cubanas en discordia y procedió atropelladamente, marginando a los dirigentes cubanos y fiándose a la idea de que el nuevo Presidente Kennedy no aceptaría la derrota de la pequeña brigada de desembarco, pero no fue así
Durante el resto de la década del 60, continuarían las acciones armadas, pero ya sin la envergadura de aquella. La guerra de guerrillas y las conspiraciones internas frustradas por la Seguridad cubana, dieron origen a un numeroso grupo de presos políticos, quienes posteriormente engrosarían las filas del exilio.
Es alrededor de 1970, cuando surge el proyecto del CORU (Comando de Organizaciones Revolucionarias Unidas) cuyas primeras declaraciones inquietaron al régimen de La Habana. Sin embargo, este agrupamiento no tardó en disolverse tras varios atentados y ajustes de cuentas.
Durante el resto de la década, la actividad principal se redujo a esporádicas acciones contra funcionarios o personas que comenzaban a desobedecer el pacto de guerra contra el régimen cubano. De todas ellas, por su perfil de terrorismo político, sacó buen partido político éste, sobre todo de la voladura del avión de Cubana en Barbados.
En 1977 se concerta y lleva a cabo el primer Encuentro de la Nación y la Emigración, con la participación amplia del sector del exilio que ya tomaba distancia respecto al más tradicionalista, intransigente y duro. En este encuentro, que resultó realmente fructífero, participaron personalidades como María Cristina Herrera y el banquero Bernardo Benes entre otros, que asumieron los riesgos que esto implicaba en Miami, donde los Duros controlaban la vida comunitaria. De estos acuerdos surgieron por primera vez las visitas de los emigrados, un aporte grande a la fecunda reconciliación entre los cubanos.
Sin embargo, tras los sucesos de la Embajada del Perú y el Éxodo del Mariel, la voluntad de apertura y tolerancia surgida en 1977 pareció eclipsarse. La Comunidad continuó sus visitas, comenzaron a permitirse las de residentes en la Isla mayores de 60 años, pero la atmósfera de distensión respecto a Miami desapareció pronto, una vez instalado en Washington como Presidente el actor Ronald Reagan.
Así, llegamos a los primeros brotes de los movimientos de Derechos Humanos en el Caribe. Aunque los grupos políticos del Exilio han brindado apoyo más a personas escogidas por ellos mismos que al movimiento en su totalidad, hay que decir con claridad que nunca este apoyo ha sido unánime ni incondicional. Casi siempre ha estado sujeto al grado de afinidad personal que les ha ofrecido la persona dentro de la Isla.
Tampoco puede olvidarse que cada vez que una figura dentro de la Isla ha levantado una propuesta de validez nacional ha chocado con la hostilidad irracional de los voceros radiales más furiosos de Miami. Gustavo Arcos Bergnes, Elizardo Sánchez, Yndamiro Restano y Osvaldo Payá pueden desgraciadamente dar fe de ello.
Ya entrado el presente siglo, vale reconocer el empeño unitario de apoyo a la disidencia interna de la agrupación Consenso Cubano.
El Exilio Histórico teme que en algún momento, el liderato en la Isla pueda reconocer a un sector disidente y negociar con él la normalización de la situación cubana. Temor absolutamente infundado, puesto que esta jerarquía ve en ese camino no la prosperidad venidera de Cuba, sino el fin de su dinastía.
Como conclusión saco que la unidad no podemos esperar que nos la manden hecha desde el Exilio. Tampoco será viable si la comunidad cubana no le brinda su apoyo y su cooperación mayoritaria. De acuerdo con lo escuchado en la tertulia que dio pie a estos artículos, no puedo alentar muchas esperanzas al respecto. La separación, a fuerza de reiterarse, parece ser aceptada como normal por la mayoría de las personas que asumen la riesgosa condición de disidentes dentro de Cuba.
primaveradigital@gmail.com
Este grupo había luchado contra Batista y no fueron recibidos allí como aliados por los batistianos, con quienes tampoco estuvieron dispuestos a reconciliarse. Si los primeros habían sido derrotados, los segundos se sentían traicionados. Aunque ambas corrientes aspiraban al derrocamiento del Gobierno Revolucionario, diferían en sus objetivos posteriores y, sobre todo, eran incapaces de superar su encono histórico.
El tercero en discordia, es decir, el gobierno norteamericano, cuyos intereses económicos habían sido seriamente perjudicados por la gestión revolucionaria, no estaba preparado para comprender estas intimidades cubanas en discordia y procedió atropelladamente, marginando a los dirigentes cubanos y fiándose a la idea de que el nuevo Presidente Kennedy no aceptaría la derrota de la pequeña brigada de desembarco, pero no fue así
Durante el resto de la década del 60, continuarían las acciones armadas, pero ya sin la envergadura de aquella. La guerra de guerrillas y las conspiraciones internas frustradas por la Seguridad cubana, dieron origen a un numeroso grupo de presos políticos, quienes posteriormente engrosarían las filas del exilio.
Es alrededor de 1970, cuando surge el proyecto del CORU (Comando de Organizaciones Revolucionarias Unidas) cuyas primeras declaraciones inquietaron al régimen de La Habana. Sin embargo, este agrupamiento no tardó en disolverse tras varios atentados y ajustes de cuentas.
Durante el resto de la década, la actividad principal se redujo a esporádicas acciones contra funcionarios o personas que comenzaban a desobedecer el pacto de guerra contra el régimen cubano. De todas ellas, por su perfil de terrorismo político, sacó buen partido político éste, sobre todo de la voladura del avión de Cubana en Barbados.
En 1977 se concerta y lleva a cabo el primer Encuentro de la Nación y la Emigración, con la participación amplia del sector del exilio que ya tomaba distancia respecto al más tradicionalista, intransigente y duro. En este encuentro, que resultó realmente fructífero, participaron personalidades como María Cristina Herrera y el banquero Bernardo Benes entre otros, que asumieron los riesgos que esto implicaba en Miami, donde los Duros controlaban la vida comunitaria. De estos acuerdos surgieron por primera vez las visitas de los emigrados, un aporte grande a la fecunda reconciliación entre los cubanos.
Sin embargo, tras los sucesos de la Embajada del Perú y el Éxodo del Mariel, la voluntad de apertura y tolerancia surgida en 1977 pareció eclipsarse. La Comunidad continuó sus visitas, comenzaron a permitirse las de residentes en la Isla mayores de 60 años, pero la atmósfera de distensión respecto a Miami desapareció pronto, una vez instalado en Washington como Presidente el actor Ronald Reagan.
Así, llegamos a los primeros brotes de los movimientos de Derechos Humanos en el Caribe. Aunque los grupos políticos del Exilio han brindado apoyo más a personas escogidas por ellos mismos que al movimiento en su totalidad, hay que decir con claridad que nunca este apoyo ha sido unánime ni incondicional. Casi siempre ha estado sujeto al grado de afinidad personal que les ha ofrecido la persona dentro de la Isla.
Tampoco puede olvidarse que cada vez que una figura dentro de la Isla ha levantado una propuesta de validez nacional ha chocado con la hostilidad irracional de los voceros radiales más furiosos de Miami. Gustavo Arcos Bergnes, Elizardo Sánchez, Yndamiro Restano y Osvaldo Payá pueden desgraciadamente dar fe de ello.
Ya entrado el presente siglo, vale reconocer el empeño unitario de apoyo a la disidencia interna de la agrupación Consenso Cubano.
El Exilio Histórico teme que en algún momento, el liderato en la Isla pueda reconocer a un sector disidente y negociar con él la normalización de la situación cubana. Temor absolutamente infundado, puesto que esta jerarquía ve en ese camino no la prosperidad venidera de Cuba, sino el fin de su dinastía.
Como conclusión saco que la unidad no podemos esperar que nos la manden hecha desde el Exilio. Tampoco será viable si la comunidad cubana no le brinda su apoyo y su cooperación mayoritaria. De acuerdo con lo escuchado en la tertulia que dio pie a estos artículos, no puedo alentar muchas esperanzas al respecto. La separación, a fuerza de reiterarse, parece ser aceptada como normal por la mayoría de las personas que asumen la riesgosa condición de disidentes dentro de Cuba.
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