Guanajay, La Habana, julio 23 de 2009, (SDP) Cuando en el componente étnico de una nación hay una raza discriminada, ya sea `por el color de su piel, por religión u otro tipo de aberración, sin que se observen leyes ni interés alguno por parte del gobierno, que lejos de enmendar desorienta y como el vaho del buitre pudre todo lo que toca, él es el único culpable de la desgracia de esa raza.
La historia de Cuba demuestra el prejuicio contra el negro desde los tiempos de las guerras de independencia. Para ello basta acercarse a dos documentos medulares de Antonio Maceo cuando le escribe al entonces presidente de la Republica en Armas en 1876, el señor don Tomás Estrada Palma, quejándose del racismo entre las tropas mambisas.
En dichas guerras, el hombre negro puso la escalofriante cifra de 82 000 muertos frente a los 26 000 blancos que también supieron morir de forma valiente por la libertad de Cuba, que hoy aún no hemos alcanzado.
Los prejuicios raciales, lejos de quedar atrás, aún laceran y amoldan de forma indebida la vida y el comportamiento del afro-descendiente. En Cuba, con más o menos terquedad, se mantiene la mentalidad esclavista en el estatus social y gubernamental.
De nada vale hoy juzgar a los racistas ya diluidos en el polvo como Luz Caballero, Manuel Sanguily, José Antonio Saco, Cisneros Betancourt, Félix Varela y en un momento de su vida, el mismísimo José Martí. No es justo juzgarlos a mansalva de los años. Hombres de su tiempo, tuvieron en un momento nebuloso de sus vidas una visión errada sobre el negro, pero han legado una estela de conocimiento y arrojo patrio decisivo para la conformación y cuajo de la nacionalidad cubana con un desenvolvimiento decoroso.
Júzguese hoy a los que ahora mismo hacen de la vida del afrocubano una subsistencia de letrinas, cárceles y abusos. Júzguese a los que desde determinados puestos de poder, y con influencia suficiente en los destinos de la patria, no hacen nada para revertir tanta injusticia.
Se podrá formar un comité de análisis sobre la discriminación contra el negro en Cuba, pero jamás tal comisión arrojará, corazón adentro, los pasos en pos de la solución determinante. No lo hará porque existe mucho prejuicio en la elite de poder cubana. No lo hará porque falta la contraparte capaz de poner a tono un debate franco y abierto sobre el tema. Su membresía, sin estar representada a nivel gubernamental, es el factor determinante, en cuanto a movimientos independientes y certeros visionarios de lo que pasa en el barrio. Pero no se les permite, por su abierta oposición a los dictámenes oficialistas, luchar de forma independiente por los derechos del negro y del ciudadano en Cuba.
Para un debate abierto, donde todas las partes tengan derecho a opinar, sin que medien ventajismos políticos y slogans doctrinarios, tendrían que estar presentes miembros de grupos como el Movimiento de Integración Racial Juan Gualberto Gómez, la Cofradía de la Negritud, y el Movimiento Cultural Afrocubano Juan René Betancourt, que son en La Habana los que auténticamente pueden mostrar una membresía real y sin cosméticos. Hablar del negro lo puede hacer cualquiera; pero hay que ser negro para sentir el dolor que provoca la discriminación. Y en este sentido, los grupos mencionados son discriminados, no tanto por la ciudadanía como por el Estado, que les niega el derecho de libre asociación pacífica. Los discrimina, algo que pone al descubierto la naturaleza totalitaria racista del socialismo cubano.
makandalmm@yahoo.com
La historia de Cuba demuestra el prejuicio contra el negro desde los tiempos de las guerras de independencia. Para ello basta acercarse a dos documentos medulares de Antonio Maceo cuando le escribe al entonces presidente de la Republica en Armas en 1876, el señor don Tomás Estrada Palma, quejándose del racismo entre las tropas mambisas.
En dichas guerras, el hombre negro puso la escalofriante cifra de 82 000 muertos frente a los 26 000 blancos que también supieron morir de forma valiente por la libertad de Cuba, que hoy aún no hemos alcanzado.
Los prejuicios raciales, lejos de quedar atrás, aún laceran y amoldan de forma indebida la vida y el comportamiento del afro-descendiente. En Cuba, con más o menos terquedad, se mantiene la mentalidad esclavista en el estatus social y gubernamental.
De nada vale hoy juzgar a los racistas ya diluidos en el polvo como Luz Caballero, Manuel Sanguily, José Antonio Saco, Cisneros Betancourt, Félix Varela y en un momento de su vida, el mismísimo José Martí. No es justo juzgarlos a mansalva de los años. Hombres de su tiempo, tuvieron en un momento nebuloso de sus vidas una visión errada sobre el negro, pero han legado una estela de conocimiento y arrojo patrio decisivo para la conformación y cuajo de la nacionalidad cubana con un desenvolvimiento decoroso.
Júzguese hoy a los que ahora mismo hacen de la vida del afrocubano una subsistencia de letrinas, cárceles y abusos. Júzguese a los que desde determinados puestos de poder, y con influencia suficiente en los destinos de la patria, no hacen nada para revertir tanta injusticia.
Se podrá formar un comité de análisis sobre la discriminación contra el negro en Cuba, pero jamás tal comisión arrojará, corazón adentro, los pasos en pos de la solución determinante. No lo hará porque existe mucho prejuicio en la elite de poder cubana. No lo hará porque falta la contraparte capaz de poner a tono un debate franco y abierto sobre el tema. Su membresía, sin estar representada a nivel gubernamental, es el factor determinante, en cuanto a movimientos independientes y certeros visionarios de lo que pasa en el barrio. Pero no se les permite, por su abierta oposición a los dictámenes oficialistas, luchar de forma independiente por los derechos del negro y del ciudadano en Cuba.
Para un debate abierto, donde todas las partes tengan derecho a opinar, sin que medien ventajismos políticos y slogans doctrinarios, tendrían que estar presentes miembros de grupos como el Movimiento de Integración Racial Juan Gualberto Gómez, la Cofradía de la Negritud, y el Movimiento Cultural Afrocubano Juan René Betancourt, que son en La Habana los que auténticamente pueden mostrar una membresía real y sin cosméticos. Hablar del negro lo puede hacer cualquiera; pero hay que ser negro para sentir el dolor que provoca la discriminación. Y en este sentido, los grupos mencionados son discriminados, no tanto por la ciudadanía como por el Estado, que les niega el derecho de libre asociación pacífica. Los discrimina, algo que pone al descubierto la naturaleza totalitaria racista del socialismo cubano.
makandalmm@yahoo.com
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