jueves, 16 de julio de 2009

SE BUSCAN ESPÍAS, Tania Díaz Castro




Santa Fe, La Habana, julio 16 de 2009 (SDP) Dicen que fue un chino llamado Sun Hsu, en el 500 antes de Cristo, quien inventó el espionaje y que luego esta actividad, catalogada delictiva de acuerdo con el Derecho Internacional, tomó auge a partir del siglo XVIII, organizada por gobernantes y jefes militares.

Sin embargo, todo parece indicar que en Cuba, la mayor de las Antillas, el espionaje nació y se desarrolló -como un elemento diabólico más-, a partir de 1959, con el régimen castrista. Cualquiera recuerda que había más espías que frijoles en las bodegas y tantos llegaron a ser que se exportaron como mangos y toronjas a los seis continentes.

Luego, con los años, comenzaron a ser menos y menos y menos los espías. Pero no sólo los espías, también sus hermanos, los agentes policíacos, los que tienen que traerse desde el monte porque en La Habana, dice la prensa oficialista, nadie quiere ser policía.

Es de suponer que la escasez de espías en la isla comenzó cuando los cubanos dejamos de beber leche de vaca, o quizás cuando los cinco espías cubanos de la Red Avispa fueron condenados a largos años de prisión en Estados Unidos, o, lo más probable: a partir del desmerengamiento del bloque socialista europeo y del encarcelamiento o muerte de importantes jefes de espías, como por ejemplo, José Abrantes, de Cuba, Erich Mielke de la RDA y muchos otros.

Pero la verdad es que la fiebre de ser espía, sobre todo en la juventud cubana, se ha ido desvaneciendo gradualmente como la claridad ante el crepúsculo, al extremo de que, según comentarios callejeros, ciertos departamentos del Ministerio del Interior de la isla andan desaforados en busca de nuevos espías. Dicen que hasta a Pepito, ese personaje de los cuentos cómicos, bastante extrovertido, y hasta un poco grosero cuando dice lo que piensa a la cara de cualquiera, le propusieron ser espía en Estados Unidos
y dijo también que no, aunque mucho lo sedujo vivir y bañarse en las playas de Miami.

Así pues, como el papel higiénico para el inodoro, el Palmacristi de las farmacias y la viagra para los viejos dirigentes políticos, seguirán escaseando tanto los espías que pronto no habrá ningún tonto que invada la vida privada de los demás.

Dígase lo que se diga, apuesto mi cabeza a que en Miami, capital de nuestro exilio, si hay cinco o diez espías cubanos, es mucho. Es por eso que lo que va quedando del G-2, o de la Inteligencia Militar del régimen castrista, anda a la caza de nuevos espías, porque los que tienen no sólo en otros países, sino también en las calles de Cuba para la vigilancia de la población, apenas pueden asegurar el apuntalamiento del régimen de los hermanos Castro.
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