Prisión Provincial de Canaleta, Ciego de Ávila, marzo 26 de 2009, (SDP) Me preparaba con ansiedad para la visita y el guardia que vino a buscarme, dijo que primero debían entrevistarse conmigo, el director de la Prisión de Canaleta y el jefe de Cárceles y Prisiones de la provincia Ciego de Ávila. Mi preocupación creció y en los quinientos metros que me separaban de la dirección del penal de Canaletas, derretí casi todas mis neuronas en imaginar lo peor. Dibujé en mi mente, un traslado fuera de mi provincia.
Al llegar a la oficina, mi esposa se unía al encuentro. El primero en hablar fue el director, Reinerio Díaz Betancourt. Lo hizo de forma pausada: “Pablo Pacheco, la dirección del órgano decidió por su conducta en prisión, otorgarle un pase de 24 horas a su casa”. Calló y me miró con detenimiento. Sólo atiné a reír. Entonces tomó la palabra el jefe superior de Cárceles y Prisiones de la provincia Ciego de Ávila, Carlos y preguntó: “¿Está de acuerdo?”.
Lo miré con escurridiza avidez y al tomar conciencia de la situación, respondí:
-Por supuesto.
Callé y miré en dirección a Oleibis, mi esposa. Volvió a tomar la palabra Reinerio.
-Pablo-dijo- existen condiciones para este permiso. A continuación, leyó un papel:
-No puedes salir de tu vivienda, no puedes ingerir bebidas alcohólicas y debes firmar el pase en el Sector de la Policía Nacional Revolucionaria y los CDR. ¿Tienes alguna objeción?
Recuerdo que respondí:
-No bebo y dentro de mi casa tengo lo que un hombre decente necesita para ser feliz.
Entonces, se dirigió a Oleibis y dijo:
-Señora, firme aquí y desde ahora, es usted responsable de Pablo Pacheco Ávila.
Oleibis leyó con detenimiento el papel antes de firmarlo, siempre lo hace. Me miró con lágrimas en los ojos, entonces dijo:
-Por un momento pensé que no aceptarías.
Le respondí:
-Amor, no sé por qué dices eso. Yo diera lo que no tengo por estar en donde nunca debieron sacarme.
En el baño de la oficina cambié de ropas y el uniforme carcelario lo dejé donde dieron la orden de ponérmelo. Partí del sepulcro de hombres vivos, al paraíso que Dios me dio, mi hogar, sin mirar atrás. Afuera del penal aguardaba mi único y adorado hijo de 10 años, que se abalanzó sobre mí como un torbellino. No quería sacar sus manitas de mi cuello. Lo besé una y otra vez, no sé cuantas en el trayecto del viaje. Abrace a mi madre y a mi padrastro. En el Moskvich Aleko del Viejo, fuimos directo hasta el Sector de la policía de Grego, no había nadie. Continuamos hasta la ciudad de Ciego de Ávila y en el Sector de Honorato del Castillo, nos informaron que teníamos que ir hasta la 1ra Unidad. Allí firmaron el pase.
Por lo que pude ver, la ciudad de Ciego de Ávila ha cambiado su imagen para bien en estos últimos seis años y un día de ausencia. Mi barrio, por lo que vi ha crecido considerablemente. En mi opinión, se ha convertido en un reparto marginal, las nuevas viviendas son extremadamente humildes.
Al bajar del auto, un mar de personas se abalanzó hacia mí para saludarme y abrazarme. Me acompañaron hasta la casa, salían y entraban contentos de verme. La mayoría exclamaba: “Estás igualito”. Mi niño decía: ¡No se los dije!
No puedo precisar la cantidad de gente que me visitó y en honor a la verdad los que más me impresionaron fueron los niños. Los deje en brazos de sus madres y ya juegan beisbol en el patio de las casas. Otros ya son jovencitos. Mi casa está igual, con un poco de más seguridad en sus puertas y ventanas, un toque muy femenino de Oleibis y en resumen: mi barrio es humilde pero bello.
La última visita se despidió a las 12: 45 AM, la última llamada del exterior de uno de mis hermanos concluyó a las 2 AM. Estaba feliz, muy feliz. Había regresado al pasado. Toda mi familia residente en el exilio me llamó y amigos desde Houston, Texas, se comunicaron conmigo. Incluso, dos amistades residentes en España aprovecharon para visitarme. Me comuniqué con las esposas de Normando Hernández, Pedro Arguelles, Félix Navarro, Paneque, Alexis Rodríguez, todos hermanos de causa. Yolanda, la esposa de Pedro Arguelles Morán, enseguida se personó en mi hogar. Pude comunicarme con Oscar Espinosa Chepe, Antonio Femenías, Roberto Valdivia, etc.
En más de una ocasión me pellizque para saber que no soñaba. Esa noche dormí con mi hijo. Oleibis fue desplazada a la cama más pequeña. Al menos dos veces le escuche preguntar: “¿Papá, estas ahí?”. Sólo podía decir, “si hijo, aquí estoy”. Desperté a las 8 AM y desayunamos juntos. Vi en el DVD el homenaje a Marco Antonio Solís. Lo disfruté muchísimo.
A las diez de la mañana, la casa estaba llena, pero debía partir. Mi hijo, en su afán por disfrutar mi compañía, perdió su guante de beisbol. Y miren si Dios es grande y esta vida tan chica, que he consumido sólo un tabaco y un frasco de café para redactar esta crónica, no importan las enfermedades. Vale la pena.
Ahora ruego porque este pase sea el principio del descongelamiento de la situación de mis hermanos de cautiverio y quién sabe, si este comentario concientiza a los que pueden y tienen que liberarnos ya. Seis años es demasiado tiempo. Los que tuvieron la tarea de vigilarnos son testigos de que las personas nos ven como amigos. Aunque los hay que no piensan como nosotros, respetan nuestras ideas. Nada ni nadie logrará aislarnos del pueblo, al que queremos y respetamos por encima de cualquier ideología.
primaveradigital@gmail.com
Al llegar a la oficina, mi esposa se unía al encuentro. El primero en hablar fue el director, Reinerio Díaz Betancourt. Lo hizo de forma pausada: “Pablo Pacheco, la dirección del órgano decidió por su conducta en prisión, otorgarle un pase de 24 horas a su casa”. Calló y me miró con detenimiento. Sólo atiné a reír. Entonces tomó la palabra el jefe superior de Cárceles y Prisiones de la provincia Ciego de Ávila, Carlos y preguntó: “¿Está de acuerdo?”.
Lo miré con escurridiza avidez y al tomar conciencia de la situación, respondí:
-Por supuesto.
Callé y miré en dirección a Oleibis, mi esposa. Volvió a tomar la palabra Reinerio.
-Pablo-dijo- existen condiciones para este permiso. A continuación, leyó un papel:
-No puedes salir de tu vivienda, no puedes ingerir bebidas alcohólicas y debes firmar el pase en el Sector de la Policía Nacional Revolucionaria y los CDR. ¿Tienes alguna objeción?
Recuerdo que respondí:
-No bebo y dentro de mi casa tengo lo que un hombre decente necesita para ser feliz.
Entonces, se dirigió a Oleibis y dijo:
-Señora, firme aquí y desde ahora, es usted responsable de Pablo Pacheco Ávila.
Oleibis leyó con detenimiento el papel antes de firmarlo, siempre lo hace. Me miró con lágrimas en los ojos, entonces dijo:
-Por un momento pensé que no aceptarías.
Le respondí:
-Amor, no sé por qué dices eso. Yo diera lo que no tengo por estar en donde nunca debieron sacarme.
En el baño de la oficina cambié de ropas y el uniforme carcelario lo dejé donde dieron la orden de ponérmelo. Partí del sepulcro de hombres vivos, al paraíso que Dios me dio, mi hogar, sin mirar atrás. Afuera del penal aguardaba mi único y adorado hijo de 10 años, que se abalanzó sobre mí como un torbellino. No quería sacar sus manitas de mi cuello. Lo besé una y otra vez, no sé cuantas en el trayecto del viaje. Abrace a mi madre y a mi padrastro. En el Moskvich Aleko del Viejo, fuimos directo hasta el Sector de la policía de Grego, no había nadie. Continuamos hasta la ciudad de Ciego de Ávila y en el Sector de Honorato del Castillo, nos informaron que teníamos que ir hasta la 1ra Unidad. Allí firmaron el pase.
Por lo que pude ver, la ciudad de Ciego de Ávila ha cambiado su imagen para bien en estos últimos seis años y un día de ausencia. Mi barrio, por lo que vi ha crecido considerablemente. En mi opinión, se ha convertido en un reparto marginal, las nuevas viviendas son extremadamente humildes.
Al bajar del auto, un mar de personas se abalanzó hacia mí para saludarme y abrazarme. Me acompañaron hasta la casa, salían y entraban contentos de verme. La mayoría exclamaba: “Estás igualito”. Mi niño decía: ¡No se los dije!
No puedo precisar la cantidad de gente que me visitó y en honor a la verdad los que más me impresionaron fueron los niños. Los deje en brazos de sus madres y ya juegan beisbol en el patio de las casas. Otros ya son jovencitos. Mi casa está igual, con un poco de más seguridad en sus puertas y ventanas, un toque muy femenino de Oleibis y en resumen: mi barrio es humilde pero bello.
La última visita se despidió a las 12: 45 AM, la última llamada del exterior de uno de mis hermanos concluyó a las 2 AM. Estaba feliz, muy feliz. Había regresado al pasado. Toda mi familia residente en el exilio me llamó y amigos desde Houston, Texas, se comunicaron conmigo. Incluso, dos amistades residentes en España aprovecharon para visitarme. Me comuniqué con las esposas de Normando Hernández, Pedro Arguelles, Félix Navarro, Paneque, Alexis Rodríguez, todos hermanos de causa. Yolanda, la esposa de Pedro Arguelles Morán, enseguida se personó en mi hogar. Pude comunicarme con Oscar Espinosa Chepe, Antonio Femenías, Roberto Valdivia, etc.
En más de una ocasión me pellizque para saber que no soñaba. Esa noche dormí con mi hijo. Oleibis fue desplazada a la cama más pequeña. Al menos dos veces le escuche preguntar: “¿Papá, estas ahí?”. Sólo podía decir, “si hijo, aquí estoy”. Desperté a las 8 AM y desayunamos juntos. Vi en el DVD el homenaje a Marco Antonio Solís. Lo disfruté muchísimo.
A las diez de la mañana, la casa estaba llena, pero debía partir. Mi hijo, en su afán por disfrutar mi compañía, perdió su guante de beisbol. Y miren si Dios es grande y esta vida tan chica, que he consumido sólo un tabaco y un frasco de café para redactar esta crónica, no importan las enfermedades. Vale la pena.
Ahora ruego porque este pase sea el principio del descongelamiento de la situación de mis hermanos de cautiverio y quién sabe, si este comentario concientiza a los que pueden y tienen que liberarnos ya. Seis años es demasiado tiempo. Los que tuvieron la tarea de vigilarnos son testigos de que las personas nos ven como amigos. Aunque los hay que no piensan como nosotros, respetan nuestras ideas. Nada ni nadie logrará aislarnos del pueblo, al que queremos y respetamos por encima de cualquier ideología.
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