jueves, 26 de marzo de 2009

EL BODEGUERO DE AHORA, Oscar Mario González



Playa, La Habana, marzo 26 de 2009 (SDP) El bodeguero tradicional, el de siempre, se mantuvo hasta principios de 1962 en que se implantó el racionamiento mediante una libreta o cartilla llamada de “abastecimiento”.

Desde entonces las bodegas pasaron a manos del estado, ya sea por medio de una confiscación directa o por la entrega “voluntaria” de sus dueños, algunos de los cuales convinieron en seguir al frente del comercio en calidad de “administradores” estatales. La mayoría no optó por esta variante que, irónicamente, lo convertía en interventor de su propio negocio.

Surgió así el bodeguero de nuevo tipo que como buen camaleón ha adoptado diferentes tonalidades pero siempre dentro del mismo color identificativo elegido, no por él, sino por los niveles superiores de gobierno, quienes dicen gobernar por y para el pueblo.

Por supuesto que el bodeguero actual no vende a crédito. La razón es tan evidente como la luz del día: la bodega no es de él. El antiguo dueño fiaba como una manera de atraer y mantener la marchantería. El de ahora no tiene que preocuparse por ello pues la clientela será siempre la misma y dependerá, únicamente, de la cantidad de libretas o núcleos que le designe el gobierno a través de la OFICODA (Oficina para el Control de Alimentos).

Sin embargo, y a pesar de que nuestro personaje no vende a crédito, goza de otras prerrogativas que lo convierten en un factor de influencia y poder en el barrio. El bodeguero sigue siendo un tipo importante en el vecindario.

Todos tratan de llevarse bien con él, todos buscan su presencia; todos pugnan por congraciarse con su mujer o alabarle al niño aunque el pobrecito sea más feo que un macaco.

El bodeguero es dadivoso y complaciente con el jefe del sector policial así como con el presidente del comité de vigilancia.

No pocas en el barrio, sea cual sea su estado civil (solteras, casadas, comprometidas o sin compromiso), le flirtean al bodeguero. Es un buen partido y a su lado se tiene resuelto el problema más difícil y perentorio en esta sociedad: la alimentación.

El lo sabe, está conciente plenamente de ello y quizás por tal razón suele darse más lija que una palma con la yagua seca, en días de ventolera.

Generalmente se le ve serio y no gasta muchas palabras fuera de su círculo íntimo. Cuando camina lo ve todo sin mirar para nada o para nadie en particular. Parece como si “no estuviera en ná” pero realmente está en todo.

Hecho de un material poco permeable, antepone un muro de contención para que el público no penetre en su mundo personal. Desconfiado hasta de su sombra no cree ni en la madre de los tomates y prefiere vivir algo alejado del negocio. Seguro está que tiene mucho que dar y ocultar así como poco o nada que pedir.

Durante medio siglo ha desarrollado un formidable olfato para detectar a envidiosos y chivatos de los que sabe muy bien como defenderse.

No todos lo estiman y algunos se muestran resentidos por las onzas de menos que les da en cada pesada del producto que les asigna la libreta. Pero a fin de cuentas todos lo sobrellevan pues no es nada prudente echárselo de enemigo. El te saca de apuros cuado necesitas comprar un poco de arroz o leche en polvo a sobreprecio siempre que no figures en su lista negra.

Hoy, el bodeguero recuerda con nostalgia los días anteriores al periodo especial cuando la libreta no estaba tan raquítica. La actual oferta, reducida a cinco o seis renglones, disminuye notablemente el nivel de “invento” con la consiguiente reducción de su influencia. Tal realidad, entre otras cosas, lo convierte en un centinela que espera siempre por el carro del almacén “a ver si trae algo”.

Aún así, su figura, entre anaqueles vacíos y tras el mostrador comido por el comején, muestra algo de la grandiosidad que otrora lo identificara como el tipo más duro e influyente del barrio.
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