jueves, 26 de marzo de 2009

HISTORIA DE PASTORITA LA TESTADURA, (cuento) Ramón Díaz-Marzo


La Habana Vieja, La Habana, marzo 26 de 2009, (SDP) Pastorita era una vieja retirada que dedicaba su tiempo libre a vigilar a los vecinos de su cuadra. La Revolución, para convertirla en soldado, no tuvo que invertir un centavo: ella era así de nacimiento. Los pocos miembros de su familia que aún le dirigían la palabra siempre la disuadían de que sus "actividades" no eran propias de una anciana, sino de la policía. Ella se indignaba ante tanta incomprensión y alegaba que no se sentía chivata ni chismosa. Pero que si ser chivata y vigilar la vida ajena y meterse en lo que no le importaba era vigilar a los enemigos de la Revolución, ella asumía todo eso y mucho más.

- Pero abuela, comprende - se atrevió a decirle un día su nieto, que era uno de los principales delincuentes del barrio -, la gente te ve, la gente sabe, te llevan la cuenta, y un día...

-¿Un día qué? -interrumpió la anciana-. ¡No comprendes que la Revolución es eterna!

- Abuela - volvió a decirle el nieto -. Yo leí en un libro famoso...

-¿Qué leíste?

- Que aquí... en este mundo, nada es eterno. Que todo pasa y se convierte en polvo.

La anciana hizo una mueca brutal. Tenía muchas cosas que hacer para ocuparse de las estupideces del nieto. Tenía que ir hasta la Seccional para planificar con el Partido, la policía disfrazada de civil y algunos cederistas de confianza, las orientaciones secretas bajadas desde arriba.

Pastorita siempre rechazó ser ama de casa. Eso era pasarse la vida en la cocina de criada de la familia. Por eso nunca tuvo marido fijo. Por eso su almuerzo ahora, era un pan con tortilla, dos masarreales, un refresco de sirope, y la deliciosa taza de cafe-mezclado comprado por la mañana en la cafetería de la esquina; pues hasta colar café, en su casa, le resultaba insoportable.

- Si tu madre viene - dijo Pastorita en el umbral de la puerta- dile que haga la comida. Si no viene porque anda por ahí con el nuevo tipo ese, haz lo mismo que yo: prepárate un pan con tortilla.

Corrían los días de la vergonzosa represalia emprendida con mucho camuflaje por el Gobierno contra los que, pacíficamente, se apuntaban en las listas habilitadas en las Estaciones de la Policía para salir del país. La Seguridad del Estado y otras organizaciones de masa militarizadas por pactos secretos, vestidos de civil, realizaban los actos de repudio, cuyo espectro de castigo oscilaba desde la simple palabra obscena hasta la muerte provocada con cualquier objeto contundente.

Pastorita llegó a la Seccional de los CDR deseosa de que le indicaran hacia donde esta vez había que acudir. Dentro de la Seccional se organizaba el piquete que iría a repudiar a dos profesionales que habían renunciado a sus puestos de trabajo y en sus casas aguardaban la llegada de una guaguita que recogía a los "traidores". Pastorita no cabía en si de gozo. Se trataba de la parte del barrio donde aun vivían gentes de la otra etapa. Allí las casas no eran de micro, sino bonitas y elegantes con jardines, y un silencio grande como el de los cementerios. Allí los vecinos jamás se visitaban. Cada cual solo estaba en lo suyo sin molestar a los demás.

Pastorita, no. Ella vivía donde la sinceridad y el sacrificio; donde los obreros revolucionarios; donde los edificios repetían el mismo molde arquitectónico; donde las paredes descascaradas habían sido cubiertas con palabras obscenas; donde los radios y televisores elevados a su máximo volumen criaban sordos prematuros; donde los matrimonios resolvían sus pendencias a voz en cuello; donde eran gentes tan humildes, tan sin saber que pudiera ser la libertad individual que ni siquiera podían imaginar que podía existir la vida privada, el mundo interior.

Por eso cuando el jefe dio la dirección y hasta los nombres de quienes serian repudiados, Pastorita se desesperaba por llegar al lugar de los hechos. Un camión del Partido los dejo a varias cuadras de distancia. No era conveniente que la opinión pública asociara al Gobierno con la "espontánea indignación popular"

Rodearon la casa. La primera en la fila de combate era Pastorita. La vieja se desgañitaba gritando: '!Abajo la GUSANERA!'. Iba a gritar ¡PAREDON!, pero se detuvo a tiempo. Esa era una vieja consigna que algún día tendrían que volver a utilizar.

Las ventanas de la casa permanecían cerradas como si dentro no hubiera nadie. El piquete sostenía el combate verbal. La intención, según quedó establecido en la reunión, era provocar a los traidores. Esos traidores no podían irse así como así de jamoneta para Miami a reiniciar una vida nueva. Esa gente tenían que irse de Cuba con una huella que les recordara para siempre a la Revolución Cubana.

Para demostrar el poder de la Revolución a Pastorita le hubiera gustado utilizar balas de verdad. Las películas de guerra eran las que más le gustaban. Pero a falta de balas, Pastorita, siempre con sus iniciativas revolucionarias, se fue hasta detrás de unos edificios en construcción y sobre un Pravda, donde venía un discurso de Stalin (y mentalmente pidió perdón) defecó los panes con tortilla, los dos masarreales y las croquetas. Hizo el envoltorio, se abrió paso a través de sus hermanos de lucha, se detuvo ante el jardín de la linda casita sitiada, apuntó directamente hacia la ventana de la sala, y lanzó el paquete. El paquete estalló. Fragmentos de excrementos se esparcieron. Una salva de aplausos se elevó en aquella tarde triste.

El resto de los compañeros hizo lo mismo: fueron por detrás de un muro a preparar sus bombas de mierda. Y los paquetes (como las catapultas en la Edad Media) caían contra la puerta, las ventanas, las paredes. Evidentemente la linda casita se había convertido en una mierda.

El griterío histérico de la turba aumentaba. Dentro de la casa persistía el silencio. La acción de Pastorita sirvió de estimulo y los que no podían cagar por estreñimiento comenzaron a lanzar piedras. El piquete de valientes revolucionarios ya invadían el jardín. Inesperadamente la puerta de la sitiada casa se abrió. Con un andar demasiado seguro, para el difícil momento, un hombre se dirigió hacia un automóvil estacionado debajo de un carpo-garaje. Fueron fracciones de segundos que el osado individuo aprovechó para abrir la puerta del auto y encender el motor. Una señora y dos niñas salieron corriendo de la casa y subieron al vehículo. Cuando la turba reaccionó, era demasiado tarde. El padre de familia apretó el acelerador a una velocidad suficiente para que la turba entendiera que estaba dispuesto a pasar por encima de cualquiera. La turba, cobarde en su nivel individual, se apartó. Y el padre de familia tan pronto aceleraba como frenaba de manera que el piquete esquivara el embiste. Pero Pastorita comprendió que los traidores, de ese modo, lograrían escapar, y más que cualquier otro revolucionario, quiso ser una vaginuda. Se plantó en medio de la calle. El padre de familia apretó el acelerador y frenó para no atropellar a la vieja. Pero cuando se cercioró que la turba se abalanzaba contra el auto tratando de romper las ventanillas y vio en la cara de Pastorita a la hija de p... inclaudicable, hundió el pie en el acelerador, y en su marcha indetenible hacia la libertad cruzó por encima del testarudo cuerpo condenado al polvo y al olvido.

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