jueves, 12 de marzo de 2009

LA SUFRIDA HISTORIA DEL CINE SOVIÉTICO, Rogelio Fabio Hurtado


Marianao, La Habana, marzo 12 de 2009, (SDP) No recuerdo haber conocido personalmente a Zoia Barash, pero sé que el poeta Heberto Padilla la respetaba como a una experta en el modo de vida soviético, lleno a la vez de terror y ternura; la primera por necesidad del sistema, la segunda por los seres que lo padecían.

Unas cosas terribles las que ella ha vivido – apuntaba el poeta, arqueando las cejas y sacudiendo ligeramente la cabeza. Zoia se había casado en Rusia con el escritor Juan Arcocha y vivía aquí desde 1963. Tanto el poeta como sus mejores amigos literarios la consideraban una amiga.

Ahora, al cabo de los años, después de tanta vida y tanta muerte, el magisterio existencial de esta judía ucraniana se nos presenta en forma de libro, bajo un excelente título El Cine Soviético Del Principio Al Fin.

Vale aclarar que la Barash no fue una burócrata ni una cómplice de quienes trocaron el soñado paraíso en infierno real. De esto no demora uno en percatarse. Lo que asombra es que esta historia del estalinismo a través de sus cineastas esté en las librerías habaneras, codeándose con tanta tontería ortodoxa como nos trajo esta vez la Feria.

Bien documentado, con una dosificación neta de información limpia, sin grasa ni costurones, la autora nos lleva por las vidas y obras de los cineastas que, contra toda la brutalidad burocrática, hicieron sus películas, y les hace justicia política y poéticamente, diferenciando a menudo sus intenciones artísticas de los resultados finales, retorcidos por las imposiciones de los aparatchik de turno. Incluso a estos les tocó sufrir lo suyo: Boris Shumatski figura contradictoria y enigmática que dirigió el cine soviético hasta diciembre de 1937, cuando fue detenido y desapareció para siempre. Este viejo bolchevique, seguidor incondicional de Lenin…fue un hombre de una energía extraordinaria y fuertes dotes organizativas que acarreó muchos disgustos a los cineastas soviéticos.

Asistimos de cerca al doloroso precio que pagó Serguei Eisenstein por plasmar la veraz imagen del Zar Iván el Terrible, en la que Stalin se vio reflejado a sí mismo y a su régimen de terror. La noche en la que se suponía que su película iba a ser exhibida en función privada al Amo y Señor de la URSS, el cineasta sufrió un infarto cardiaco, del que nunca llegó a reponerse.

No se me ocurrió morir a tiempo. ¡Qué clase de monumento ustedes me hubieran hecho, si hubiese muerto inmediatamente después de El Acorazado Potemkin! Yo mismo eché a perder mi biografía. – gustaba repetir el genial cineasta en sus últimos días.

La autora no se mide para calificar al Dictador y a su época. Grigori Kozintsev, ya en los años 60, intentó filmar una vida de Cristo: impensable que Kozintsev pudiera filmar su “leyenda” preferida en un Estado ateo que perseguía a los creyentes y convertía las iglesias en almacenes y establos.

Cuando este mismo Director filmó El Rey Lear, Zoia es aún más contundente: En la triste historia del Rey Lear, el director vio la posibilidad de mostrar toda la locura y la estupidez de un Estado donde los conceptos de humanidad, justicia y honestidad estaban olvidados o profanados. La referencia cronológica es crucial, pues fue precisamente en esos años 60 que los revolucionarios triunfantes en Cuba decidieron aliarse precisamente con ese Estado.

Los méritos del libro no se limitan a las denuncias políticas. Hay reflexiones muy valiosas de los pioneros del cine soviético acerca de ese arte, entonces nuevo, y de la transición del cine mudo al sonoro. Culmina reseñando con la misma agudeza varias de las películas de la Perestroika. Por si fuera poco, incluye textos anexos absolutamente inéditos en Cuba, entre ellos un material autobiográfico de Andrei Tarkovski.

Escrito con amor y con verdad, rompe el extraño silencio que ha rodeado entre nosotros al cine soviético. Para que no pase inadvertido, les advierto que se trata de un libro prohibido para pesepeteros y otros nostálgicos del Viejo Pepe. Me gustaría mucho verle la cara a cualquiera de ellos cuando lo abra y monte en santa cólera. Zoia Barash no ha traicionado la confianza de sus amigos.

Lo único lamentable de este libro perestroiko es que sale a la palestra demasiado tarde, sobre todo para mi generación, cuya juventud estuvo marcada por la presencia soviética en Cuba. En fin, nada es perfecto.
primaveradigital@gmail.com

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