jueves, 12 de marzo de 2009

LA CASA QUE SE CONVIRTIÓ EN UN BARCO, (Fragmento del libro inédito “El Libro de los Sueños”), Ramón Díaz-Marzo

Estoy dentro de una casa señorial, de las que abundan en el reparto Vedado. En la sala comedor, dos dependientas de la panadería de los bajos de mi casa discuten con una vecina de mi edificio. Dentro de la casa hay varios hombres jóvenes que conozco (para mí el hombre joven, desde mi óptica de hombre maduro, es un ser peligroso por su falta de conocimiento que lo hace temerario e impredecible). La atmósfera del lugar la percibo tensa. De repente la parte delantera de la casa (el portal) se convierte en la proa de un barco. Yo y los tres hombres jóvenes estamos navegando. La casa se ha convertido en un barco donde estamos embarcados todos sus ocupantes, que se han agotado peleando entre sí. El mar lo miro con mis ojos, pero como a través de un objetivo. El piso de la casa se inclina como le es propio a los barcos cuando son zarandeados por las olas. Esta inclinación me traslada hacia un balcón de la casa-barco. Me aferro del marco de una puerta. Los tres hombres jóvenes permanecen de pie como si el vaivén de las olas no los afectara. Me vuelvo y veo a las dos dependientas de la panadería tendidas sobre el piso, encogidas como fetos recién nacidos, y hay dos muchachas jóvenes, que son hijas respectivas de cada una de las dependientas que sonríen con coquetería. Uno de los hombres jóvenes me presiona levemente la espalda con la palma de su mano derecha. Yo me aferro con más fuerza del marco de la puerta y el hombre joven deja de presionarme la espalda con el pretexto de que ahora observará el mar para que no se descubra su verdadera intención: hacer que yo me precipite al agua. El mar que miro es denso, como una pasta dura de color verde oscuro que me causa espanto. Cuando pregunto hacia dónde nos dirigimos me responden que hacia Ginebra.
ramon597@correodecuba.cu

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