jueves, 26 de marzo de 2009

ESPACIOS CIRCENSES, Víctor Manuel Domínguez.



Centro, Habana, La Habana, marzo 26 de 2009, (SDP) El tan llevado y traído tema del debate en los medios audiovisuales cubanos sigue dando zarpazos como un oso hormiguero atravesado por una lanza

Los mínimos espacios abiertos en un sistema totalitario a quienes viven, crean y mueren amordazados dentro del país, sólo les sirve para que tengan, como el ahorcado, su efímero derecho al pataleo. Y esto, bajo un estricto control.

La sobredimensionada guerrita de los email (tres días de combates a muequitas, pellizcos y plumazos entre amigos que hicieron a la presidencia de la UNEAC armar un taconeo cauteloso en las fauces abiertas del partido), así como los denominados espacios de debates Color Cubano y Provocaciones, no son más que volátiles respiraderos abiertos en la carpa antes de mudar el circo para el escenario de otras manifestaciones.

Parodiando un viejo refrán: “Donde manda censor, no manda escribano”

Esto se puso en evidencia una vez más durante la realización del panel La radio como espacio de debate, en el que sociólogos, realizadores, periodistas e investigadores del medio vieron fustigados sus criterios por un especialista en censuras, ya sean en el éter, una página escrita, o la pantalla de un televisor.

La coincidencia de los panelistas en señalar que la radio cubana, inaugurada en el año 1922, se convirtió en la década del 30 en el vehículo principal de la libertad de opinión y expresión del pueblo, hizo al censor mover el zapato del pie que utiliza para pensar.

Ya cuando un realizador expresó que si se pudiera hacer una antología del ejercicio de la opinión en la radio habría que incluir a La universidad del aire, de Jorge Mañach; El periódico del aire, de Guido García Inclán, o La hora de José Pardo Llada, entre otros, el Chan Li Po trasnochado comenzó a hervir.

Pero al escuchar sobre la banalización, la falta de cultura del debate, el bajo perfil cultural, la intromisión del Estado repartiendo censura a tutiplén en el medio, y el cierre de programas que sacaban al aire los trapitos sucios de la revolución o la sociedad (Triangulo de la confianza, conducido por Fabio Bosch; A esta hora, María del Carmen Duranza), sacó la pistola de dialogar y disparó:


“Me llamo Manuel David Orrio. Para mí, que estuve once años en la Seguridad del Estado, la importancia de la radio es indiscutible. Lo primero que hicieron nuestros vecinos de la SINA fue distribuir de forma gratuita diez mil radios Tecsum. Además, tengo mucho temor a las palabras, y aquí se habla mucho.

El silencio fue más grande que el de una reunión entre miembros de la Asociación Nacional de Sordos e Hipoacúsicos (ANSOC), los únicos que pueden desarrollar un debate sin hablar. No obstante a la paradoja, continuó:

“Estoy escuchando el concepto de cultura del debate. Yo los invito a cambiarlo por el de cultura del respeto a la ley, y de respeto a la libertad de palabra y prensa reconocida por nuestra constitución en el Decreto Ley 191.

Semiatragantado por el exabrupto, mareado por el milagro de hilvanar tantas palabras huecas sin caer al vacio, nuestro hombre en la radio desenfundó un puñal de verborragia y atacó:

“Montones de historias acerca de censuras, que se entienden como incomprensiones o falta de cultura del debate, lo que tienen detrás es una simple violación de la ley. El que la viola debe ser tratado como tal”.

Así de fácil se adueña la censura de cuanto espacio participativo discrepe del discurso oficial colgado al viento como una banderola vieja que anuncia su protagonismo en una y mil funciones.

Los tramoyistas de la revolución, el payaso saltarín que te sonsaca, la equilibrista que hace malabares sobre un cable de miedo, el domador domado por la sombra de la censura, y sobre todo, el tarugo que debe dar el santo y seña para comenzar el ataque, son parte del famoso combate de mono amarrado (los artistas) a león suelto (el Estado).

Ante un monólogo así, despierten los que aún sueñan realizarse en los espacios circenses abiertos para montar el número de la cultura del debate: En Cuba, el agente Tecsum se convirtió en domador.
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