jueves, 19 de marzo de 2009

EL GIGANTE NEGRO DEL TAMAÑO DEL CAPITOLIO NACIONAL, Ramón Díaz Marzo

(Fragmento inédito del “Libro de los sueños”)
La Habana Vieja, La Habana, marzo 19 de 2009, (SDP) Por la calle de Industria, a un costado del Capitolio Nacional y también por el costado del Centro Gallego, un grupo de muchachos y muchachas (extras del ICAIC) llevan vestidos que representan a diferentes épocas de la Historia Humana. Una hilera de camiones del ICAIC ocupa toda la calle de San Miguel poco antes de morir en el Paseo del Prado. Una mujer de mediana edad esta vestida de negro y es la que realiza el trabajo de anotadora cinematográfica. Todo se esta preparando para la escena de una película. Yo estoy entre los extras y hay un cruce de mirada entre la hermosa anotadora y yo. Esa mujer me atrae poderosamente. Y calculo que tendré posibilidad de conquistarla si me quedo hasta el final del rodaje. El tiempo transcurre sin que la rutina de la desorganización entre los extras (parecen carecer de Director) me exaspere; pues me entretengo en mirar a la anotadora y basta que ella de vez en cuando me regale una fugaz mirada, para que el aburrimiento que nos rodea a todos me sea indiferente.

Mas de repente, por la parte posterior del Capitolio Nacional, estoy parado frente al antiguo cine Capri y a mi derecha tengo las ruinas del cine Campoamor. Junto a mí hay un grupo de transeúntes reunidos que gritan espantados ante la repentina aparición. Las gentes comienzan a correr en todas direcciones, la anotadora se disuelve en el tumulto enloquecido, y el lugar queda solitario.

Desde mi posición, San Miguel e Industria, mirando hacia el Parque de la Fraternidad, veo venir por el centro de la calle la figura de un negro que tiene el tamaño de un edificio. Cuando lo veo por primera vez él esta parado frente a la fábrica de tabaco "Partagás". No siento miedo. Y observo que su tórax demuestra la solidez de un guerrero, pero hay como un temblor, casi una cojera en su andar. Miro que a través de la tela de sus pantalones se marcan unas tablas, y es como si sus dos piernas estuvieran entablilladas a causa de una debilidad que no soporta el peso de su cuerpo. Y esas tablillas y gasas alrededor de los muslos y tobillos le permiten sostener la majestad de su cuerpo. Definitivamente al establecer la comparación, la corpulencia de su tórax no se corresponde con la delgadez de sus piernas.

Desde mi posición, y sin sentir miedo, lo veo venir por el centro de la calle Industria. El gigante negro pasa frente a mí, pero es tan alto que sus ojos están a la altura de las azoteas de los edificios y no puede notarme. La dirección de sus ojos es hacia delante, como quien esta mirando el futuro o una meta por alcanzar. Inesperadamente se detiene en las cuatro esquinas correspondientes a la calle Industria y San Rafael. En esos momentos la ciudad es un desierto.

El gigante, con movimientos lentos, y como si calculara cada una de sus inclinaciones, comienza a descender hacia el suelo de la calle apoyándose con sus manos y como si tuviera en cuenta que con su cuerpo podría aplastar a cualquier transeúnte despistado.

El gigante primero se sienta en el centro de la calle, luego comienza a dirigir su tórax y su cabeza hacia atrás cuidando de no chocar contra ningún edificio. Me percato que el gigante necesita descansar. Y cuando con su cuerpo ya ocupa las cuatro esquina y esta acostado cuan largo es ocupando la calle, un sentimiento de piedad me embarga y encamino mis pasos hacia él. Quizá, pienso, el gigante necesita hablar con alguien. Cuando estoy a pocos pasos de su corpulenta figura que descansa, abro los ojos y aquel mundo que se estuvo desarrollando entre las seis y las siete de la noche desaparece. Son las diez de la mañana y yo me encuentro tendido en la estera, en mi barbacoa, en mi casa.
primaveradigital@gmail.com

No hay comentarios: