Calvario, La Habana, marzo 19 de 2009, (SDP) Sandra terminó los estudios de bachillerato gracias a la presión de sus padres. Pero hasta ahí llegó. Ahora está en la casa haciendo las labores domésticas. Por las tardes se arregla y se sienta en la esquina para ver si consigue un novio con carro.
En el preuniversitario lloraba en silencio. Se sentía fuera de este mundo. No compartía ninguna experiencia de fin de semana con sus amigas. No se divertía porque no tenía zapatos ni ropa para salir. Su madre era educadora de círculo infantil, el padre custodio de una empresa estatal. El salario de ambos alcanzaba malamente para comer.
A menudo se consideraba mezquina al reclamar a sus padres lo que en realidad no podían darle. Se sentía impotente ante aquel sentimiento de inferioridad. Una especie de frustración que la llevaba a desear quitarse la vida. No tenía el valor de hacerlo.
Preguntaba a sus santos entre sollozos porqué no podía ser normal y hacer lo mismo
que los otros jóvenes de su edad. Vestirse a la moda, ir a una discoteca y bailar sin complejos.
Maldecía una y mil veces el día en que nació. Reprochaba a su madre haberla traído al mundo sólo a pasar trabajo. A Dios le reprochaba vivir. Cansada de tanta impotencia, resolvió no continuar sus estudios.
Hoy Sandra está casada y vive con su esposo en una buena casa. Él tiene carro y le compra todo lo que siempre soñó. Sin embargo, no ha dejado de llorar por las noches. Aparte de ropa, zapatos y joyas también ha tenido gonorrea y sífilis.
Tiene también desprendida la retina del ojo por un piñazo que le dio su esposo una noche de borrachera. Con todo, ella prefiere estar a expensas de contraer una enfermedad, soportar infidelidades y maltratos antes que regresar a casa de mami y papi.
Tal vez sea superficial que un joven se deprima por no tener ropa y zapatos. Tampoco parecer ser una razón convincente para abandonar los estudios. Sin embargo, una elevada calificación profesional en Cuba no garantiza la independencia económica en un futuro.
La vida demuestra que los que no estudian ni trabajan tienen mayor poder adquisitivo que un médico, ingeniero o abogado. Los padres constituyen el ejemplo de esa impotencia. Aun siendo profesionales, por más que quieran, sus ingresos no permiten tener un nivel de vida adecuado para satisfacer las necesidades familiares. Mucho menos llenar las expectativas de sus hijos, principalmente si son adolescentes.
Este hecho principalmente afecta a las jóvenes. Este es el motivo por lo que escogen prostituirse o depender exclusivamente de un esposo como hizo Sandra, antes que convertirse en una profesional. La impotencia y la frustración hacen posible que algo trivial se convierta en un hecho de importancia.
mailto:%20laritzadiversent@yahoo.es
En el preuniversitario lloraba en silencio. Se sentía fuera de este mundo. No compartía ninguna experiencia de fin de semana con sus amigas. No se divertía porque no tenía zapatos ni ropa para salir. Su madre era educadora de círculo infantil, el padre custodio de una empresa estatal. El salario de ambos alcanzaba malamente para comer.
A menudo se consideraba mezquina al reclamar a sus padres lo que en realidad no podían darle. Se sentía impotente ante aquel sentimiento de inferioridad. Una especie de frustración que la llevaba a desear quitarse la vida. No tenía el valor de hacerlo.
Preguntaba a sus santos entre sollozos porqué no podía ser normal y hacer lo mismo
que los otros jóvenes de su edad. Vestirse a la moda, ir a una discoteca y bailar sin complejos.
Maldecía una y mil veces el día en que nació. Reprochaba a su madre haberla traído al mundo sólo a pasar trabajo. A Dios le reprochaba vivir. Cansada de tanta impotencia, resolvió no continuar sus estudios.
Hoy Sandra está casada y vive con su esposo en una buena casa. Él tiene carro y le compra todo lo que siempre soñó. Sin embargo, no ha dejado de llorar por las noches. Aparte de ropa, zapatos y joyas también ha tenido gonorrea y sífilis.
Tiene también desprendida la retina del ojo por un piñazo que le dio su esposo una noche de borrachera. Con todo, ella prefiere estar a expensas de contraer una enfermedad, soportar infidelidades y maltratos antes que regresar a casa de mami y papi.
Tal vez sea superficial que un joven se deprima por no tener ropa y zapatos. Tampoco parecer ser una razón convincente para abandonar los estudios. Sin embargo, una elevada calificación profesional en Cuba no garantiza la independencia económica en un futuro.
La vida demuestra que los que no estudian ni trabajan tienen mayor poder adquisitivo que un médico, ingeniero o abogado. Los padres constituyen el ejemplo de esa impotencia. Aun siendo profesionales, por más que quieran, sus ingresos no permiten tener un nivel de vida adecuado para satisfacer las necesidades familiares. Mucho menos llenar las expectativas de sus hijos, principalmente si son adolescentes.
Este hecho principalmente afecta a las jóvenes. Este es el motivo por lo que escogen prostituirse o depender exclusivamente de un esposo como hizo Sandra, antes que convertirse en una profesional. La impotencia y la frustración hacen posible que algo trivial se convierta en un hecho de importancia.
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