Arroyo Naranjo, La Habana, marzo 26 de 2009 (SDP) Este 18 de marzo se cumplieron 200 años del nacimiento del poeta Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido). El aniversario fue conmemorado con una ofrenda floral en su casa de la calle matancera Manzaneda, una lectura de poemas en la UNEAC, la publicación por Ediciones Vigía de un plaquette de 200 ejemplares y la exhibición por la TV de un viejo filme de Sergio Giral dedicado a su vida.
Plácido, por buen poeta y mártir de la libertad, merece esos homenajes y muchos más. Sólo que no sé si tanto homenaje fue por un aniversario tan redondo como son los dos siglos o porque luego de tantos esfuerzos por blanquearnos, ahora que dicen que todo empezará a cambiar, honrar a un poeta mulato también es políticamente correcto.
En los textos de historia pasan por la Conspiración de La Escalera como sobre ascuas. Los poemas de Plácido no se estudian en las escuelas ni los declaman en las tribunas. Cintio Vitier, un intelectual orgánico católico-castrista consagrado al relato teleológico de la literatura nacional, lo consideró “un poeta menor”.
En su libro canónigo Lo Cubano en la Poesía, Cintio Vitier insiste en comparar a Plácido con José María Heredia. Plácido sale malparado. Según Vitier, la voz de Plácido, “sin canto propio”, “hecha de otras voces”, es “la más humilde que ha tenido nuestra poesía”. Vitier reconoce que la voz de Plácido es personal e inconfundible, pero por esas mismas razones, “nace y muere con él, no continúa ni anuncia nada, no pertenece al devenir histórico”.
Sin embargo, para Enrique José Varona, Plácido es “el poeta más espontáneo de toda la literatura hispanoamericana”. Según Varona, “por el esfuerzo de un genio asombroso se eleva a intervalos a las cimas de la inspiración poética para caer vertiginosamente más tarde; escritor a la par grandilocuente e incorrecto, versificador callejero, poeta comensal de fiestas domésticas y lírico sublime”.
Si se tiene en cuenta que Gabriel de la Concepción Valdés, era un mulato peinetero y autodidacta, criado en la Casa de Beneficencia, parece mucho más justa la opinión de Varona que el criterio excluyente y aristocratizante de Vitier.
De cualquier modo, antes que a Heredia, que pidió un humillante permiso a un Capitán General para visitar su país, prefiero a Plácido, al que no tembló el pulso para escribir en la capilla del hospital Santa Isabel, en la ciudad de Matanzas, frente a un fiscal y un cura, pocas horas antes de ser fusilado, las cartas de despedida a su madre y su mujer, la bella mulata María Gila.
A Plácido lo encarcelaron el 30 de enero de 1844. Lo acusaron de estar involucrado en la conspiración de La Escalera. El proceso se inició el 3 de junio. Lo condenaron a muerte el 12 de junio. Diez días después el gobierno aprobó la sentencia.
El 28 de junio, Plácido, flanqueado por soldados españoles, con un crucifijo y un pañuelo blanco en la mano, cruzó la calle que separaba el hospital de Santa Isabel del paredón de fusilamiento. Iba sereno y recitaba versos. Lo fusilaron junto a otros 10 conspiradores.
Ojala que en el año 2044, cuando se conmemore el aniversario 200 de su fusilamiento, Plácido haya dejado de ser un poeta menor.
luicino2004@yahoo.com
Plácido, por buen poeta y mártir de la libertad, merece esos homenajes y muchos más. Sólo que no sé si tanto homenaje fue por un aniversario tan redondo como son los dos siglos o porque luego de tantos esfuerzos por blanquearnos, ahora que dicen que todo empezará a cambiar, honrar a un poeta mulato también es políticamente correcto.
En los textos de historia pasan por la Conspiración de La Escalera como sobre ascuas. Los poemas de Plácido no se estudian en las escuelas ni los declaman en las tribunas. Cintio Vitier, un intelectual orgánico católico-castrista consagrado al relato teleológico de la literatura nacional, lo consideró “un poeta menor”.
En su libro canónigo Lo Cubano en la Poesía, Cintio Vitier insiste en comparar a Plácido con José María Heredia. Plácido sale malparado. Según Vitier, la voz de Plácido, “sin canto propio”, “hecha de otras voces”, es “la más humilde que ha tenido nuestra poesía”. Vitier reconoce que la voz de Plácido es personal e inconfundible, pero por esas mismas razones, “nace y muere con él, no continúa ni anuncia nada, no pertenece al devenir histórico”.
Sin embargo, para Enrique José Varona, Plácido es “el poeta más espontáneo de toda la literatura hispanoamericana”. Según Varona, “por el esfuerzo de un genio asombroso se eleva a intervalos a las cimas de la inspiración poética para caer vertiginosamente más tarde; escritor a la par grandilocuente e incorrecto, versificador callejero, poeta comensal de fiestas domésticas y lírico sublime”.
Si se tiene en cuenta que Gabriel de la Concepción Valdés, era un mulato peinetero y autodidacta, criado en la Casa de Beneficencia, parece mucho más justa la opinión de Varona que el criterio excluyente y aristocratizante de Vitier.
De cualquier modo, antes que a Heredia, que pidió un humillante permiso a un Capitán General para visitar su país, prefiero a Plácido, al que no tembló el pulso para escribir en la capilla del hospital Santa Isabel, en la ciudad de Matanzas, frente a un fiscal y un cura, pocas horas antes de ser fusilado, las cartas de despedida a su madre y su mujer, la bella mulata María Gila.
A Plácido lo encarcelaron el 30 de enero de 1844. Lo acusaron de estar involucrado en la conspiración de La Escalera. El proceso se inició el 3 de junio. Lo condenaron a muerte el 12 de junio. Diez días después el gobierno aprobó la sentencia.
El 28 de junio, Plácido, flanqueado por soldados españoles, con un crucifijo y un pañuelo blanco en la mano, cruzó la calle que separaba el hospital de Santa Isabel del paredón de fusilamiento. Iba sereno y recitaba versos. Lo fusilaron junto a otros 10 conspiradores.
Ojala que en el año 2044, cuando se conmemore el aniversario 200 de su fusilamiento, Plácido haya dejado de ser un poeta menor.
luicino2004@yahoo.com
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