Jaimanitas, La Habana, marzo 26 de 2009, (SDP) Antes de llegar al paradero de Playa, a la izquierda de Quinta avenida, existe un barrio llamado Romerillo. Su cercanía al parque de diversiones La isla del coco, (antiguo Coney Island), a las playas Náutico, La Concha y Ferretero, así como al Palacio de Convenciones, sede permanente de Congresos internacionales y reuniones del más alto nivel político, lo hacen un singular conjunto sub urbano.
Antes de 1959 era ya un barrio, donde pululaban bares, restaurantes, fondas, puestos de fritas y el afamado Cinódromo, sitios que atraían a muchos visitantes, sobre todo a turistas, en su mayoría estrellas de la farándula. Se recuerda sobre todo las noches en el bar de El Churi, con el legendario personaje exhibiendo su arsenal de sonidos y ritmos, cautivando de manera definitiva a Marlon Brando, que regresó más de una vez a Cuba para reunirse con él en el bar, beber y deleitarse con el tabaco cubano, tocando la tumbadora con frenesí.
La revolución expropió comercios y tugurios. Con el paso del tiempo los barrios pobres de La Habana crecieron y su pobreza fue mayor. Emigrantes orientales, habaneros de otros repartos que se casaron y necesitaban viviendas, y los naturales de Romerillo que se multiplicaron, extendieron el barrio.
El periodo especial tuvo su aporte, La aldea, ultimo núcleo poblacional que se erigió en el espacio que quedaba disponible, entre la avenida Quinta H y la cerca del antiguo aeropuerto militar de Columbia, sede del estado mayor del ejército de Batista, ahora convertido en Ciudad escolar Libertad.
La aldea ha derivado en el eje distintivo de Romerillo cuando se habla de extrema pobreza, insalubridad y resistencia. Un entramado de calles, callejuelas, pasillos, cientos de casas unas sobre otras sin títulos de propiedad, ni libreta de abastecimiento, ni reglas urbanísticas, acunan a un número indeterminado de familias que crecen sin parar, que andan como laboriosas hormigas inventando todo el día para sobrevivir.
En La aldea el negocio subrepticio es lo que impera, como se dice en buen cubano, allí se encuentra hasta caja de muerto. Las calles están llenas de gente todo el día, que no trabaja pero que especula de manera intensiva. Los patrulleros entran pocas veces, sólo en caso extremo. El centro de La aldea, un lugar denominado las cuatro esquinas, hay una mesa de dominó en perpetuo accionar, por ser un lugar muy concurrido sirve como un encubierto excelente para el trasiego. Las calles son de tierra. No falta nunca la música estridente.
Por la cercanía del mar, muchos Romerilleros han cruzado en balsas el estrecho de La Florida y se asentaron en los Estados Unidos. También algunas muchachas se han casado con europeos y vienen con ellos de visita. A cada rato un auto con chapa de turista cierra una callejuela, y alguna joven con trenzas artificiales regala dinero a sus antiguos vecinos. Dentro del sub mundo de la miseria se han elevado viviendas de última generación, con materiales del área capitalista como oasis en medio del desierto.
La aldea es el resultado in vitro del reciclaje social. Si se penetra debajo de su epidermis, hallaremos un barrio que se levantó en el peor momento de la crisis, en un país con demasiados pros y contras, que convierte a estos individuos en animales periféricos sin otra opción que la lucha inacabable por sobrevivir, en una zona de La Habana que ha pesar de lo desatendida, mantiene en su espíritu la misma vitalidad de hace 50 años, cuando hizo regresar a Marlon Brando a tocar la tumbadora, como el hombre más feliz del mundo.
primaveradigital@gmail.com
Antes de 1959 era ya un barrio, donde pululaban bares, restaurantes, fondas, puestos de fritas y el afamado Cinódromo, sitios que atraían a muchos visitantes, sobre todo a turistas, en su mayoría estrellas de la farándula. Se recuerda sobre todo las noches en el bar de El Churi, con el legendario personaje exhibiendo su arsenal de sonidos y ritmos, cautivando de manera definitiva a Marlon Brando, que regresó más de una vez a Cuba para reunirse con él en el bar, beber y deleitarse con el tabaco cubano, tocando la tumbadora con frenesí.
La revolución expropió comercios y tugurios. Con el paso del tiempo los barrios pobres de La Habana crecieron y su pobreza fue mayor. Emigrantes orientales, habaneros de otros repartos que se casaron y necesitaban viviendas, y los naturales de Romerillo que se multiplicaron, extendieron el barrio.
El periodo especial tuvo su aporte, La aldea, ultimo núcleo poblacional que se erigió en el espacio que quedaba disponible, entre la avenida Quinta H y la cerca del antiguo aeropuerto militar de Columbia, sede del estado mayor del ejército de Batista, ahora convertido en Ciudad escolar Libertad.
La aldea ha derivado en el eje distintivo de Romerillo cuando se habla de extrema pobreza, insalubridad y resistencia. Un entramado de calles, callejuelas, pasillos, cientos de casas unas sobre otras sin títulos de propiedad, ni libreta de abastecimiento, ni reglas urbanísticas, acunan a un número indeterminado de familias que crecen sin parar, que andan como laboriosas hormigas inventando todo el día para sobrevivir.
En La aldea el negocio subrepticio es lo que impera, como se dice en buen cubano, allí se encuentra hasta caja de muerto. Las calles están llenas de gente todo el día, que no trabaja pero que especula de manera intensiva. Los patrulleros entran pocas veces, sólo en caso extremo. El centro de La aldea, un lugar denominado las cuatro esquinas, hay una mesa de dominó en perpetuo accionar, por ser un lugar muy concurrido sirve como un encubierto excelente para el trasiego. Las calles son de tierra. No falta nunca la música estridente.
Por la cercanía del mar, muchos Romerilleros han cruzado en balsas el estrecho de La Florida y se asentaron en los Estados Unidos. También algunas muchachas se han casado con europeos y vienen con ellos de visita. A cada rato un auto con chapa de turista cierra una callejuela, y alguna joven con trenzas artificiales regala dinero a sus antiguos vecinos. Dentro del sub mundo de la miseria se han elevado viviendas de última generación, con materiales del área capitalista como oasis en medio del desierto.
La aldea es el resultado in vitro del reciclaje social. Si se penetra debajo de su epidermis, hallaremos un barrio que se levantó en el peor momento de la crisis, en un país con demasiados pros y contras, que convierte a estos individuos en animales periféricos sin otra opción que la lucha inacabable por sobrevivir, en una zona de La Habana que ha pesar de lo desatendida, mantiene en su espíritu la misma vitalidad de hace 50 años, cuando hizo regresar a Marlon Brando a tocar la tumbadora, como el hombre más feliz del mundo.
primaveradigital@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario