Ranchuelo, Villa Clara, marzo 12 de 2009, (CP-SDP) José Ignacio Rodríguez Cruz, ingeniero mecánico de 41 años, junto a su esposa Irina Águila Menéndez, doctora en medicina, constituían un matrimonio. Con sus dos hijos Yadira y Pedro, de 13 y 4 años de edad, respectivamente, vivían felices en una casa del reparto Pueblo Nuevo, en Ranchuelo, provincia Villa Clara.
La familia habitaba en una pequeña casa, con paredes de madera, piso de cemento y techo de tejas, el cual se mojaba cuando llovía. Esto dañaba la salud de sus hijos quienes padecen de asma la hembra y de la garganta el varón.
En abril del 2004, Irina, quien se desempeñaba como especialista en Medicina General Integral en un consultorio médico de la familia, decidió viajar a la República Bolivariana de Venezuela. Iba a la búsqueda de mejoras económicas y materiales, sobre todo, una casa confortable.
Durante los cuatro años que la galena trabajó en el estado de Barinas, José Ignacio laboraba en el Complejo Agroindustrial “Efraín Alfonso”, del municipio Ranchuelo, desde donde sostuvo comunicación con su esposa preferentemente por e- mail. Las llamadas telefónicas eran muy costosas.
El marido quedó a cargo de sus dos hijos. Cocinaba, fregaba, lavaba las ropas y limpiaba la casa. Bañó a Pedro en sus primeros años, lo llevó a la escuela, participó en las reuniones de padres y revisó sus tareas escolares.
También se encargó de preparar todo el avituallamiento de Yadira cuando esta asistió a la escuela al campo. Los miércoles y domingos de cada semana visitaba el campamento “Los Cocos”, en los alrededores del poblado villaclareño de Manacas, donde fue ubicada su niña.
Irina retornó de vacaciones a Cuba en cinco ocasiones. En su primer viaje trajo una lavadora, un fogón que utiliza gas como combustible y un moderno equipo de música. En otras vacaciones trajo una nevera, un equipo de DVD y una computadora, además de ropa y calzado para todos los consanguíneos.
Culminó su misión en el 2008. Sus familiares secundados por miembros del Partido Comunista de Cuba, Asamblea Municipal del Poder Popular, Federación de Mujeres Cubana, Unión de Jóvenes Comunistas, Asociación de Combatientes de la Revolución y Comités de Defensa de la Revolución, aguardaron su llegada.
Después de los saludos y palabras de recibimiento, Irina le expresó a José Ignacio que tenía que conversar con él. Pasadas unas dos horas, ambos se sentaron en solitario en una mesa que estaba colocada en la parte trasera del hogar. La recién arribada galena le confesó: “Desearía serte franca, tengo una nueva relación amorosa”.
José Ignacio al escuchar las palabras que brotaron de los labios de su esposa, sintió que le corrieron lágrimas por su rostro. También Yadira y Pedro lloraron. Los invitados se marcharon.
Irina, a cambio de petróleo, ingresó capital al gobierno cubano. Otra familia cubana vio la cara fea de una falsa felicidad.
primaveradigital@gmail.com
La familia habitaba en una pequeña casa, con paredes de madera, piso de cemento y techo de tejas, el cual se mojaba cuando llovía. Esto dañaba la salud de sus hijos quienes padecen de asma la hembra y de la garganta el varón.
En abril del 2004, Irina, quien se desempeñaba como especialista en Medicina General Integral en un consultorio médico de la familia, decidió viajar a la República Bolivariana de Venezuela. Iba a la búsqueda de mejoras económicas y materiales, sobre todo, una casa confortable.
Durante los cuatro años que la galena trabajó en el estado de Barinas, José Ignacio laboraba en el Complejo Agroindustrial “Efraín Alfonso”, del municipio Ranchuelo, desde donde sostuvo comunicación con su esposa preferentemente por e- mail. Las llamadas telefónicas eran muy costosas.
El marido quedó a cargo de sus dos hijos. Cocinaba, fregaba, lavaba las ropas y limpiaba la casa. Bañó a Pedro en sus primeros años, lo llevó a la escuela, participó en las reuniones de padres y revisó sus tareas escolares.
También se encargó de preparar todo el avituallamiento de Yadira cuando esta asistió a la escuela al campo. Los miércoles y domingos de cada semana visitaba el campamento “Los Cocos”, en los alrededores del poblado villaclareño de Manacas, donde fue ubicada su niña.
Irina retornó de vacaciones a Cuba en cinco ocasiones. En su primer viaje trajo una lavadora, un fogón que utiliza gas como combustible y un moderno equipo de música. En otras vacaciones trajo una nevera, un equipo de DVD y una computadora, además de ropa y calzado para todos los consanguíneos.
Culminó su misión en el 2008. Sus familiares secundados por miembros del Partido Comunista de Cuba, Asamblea Municipal del Poder Popular, Federación de Mujeres Cubana, Unión de Jóvenes Comunistas, Asociación de Combatientes de la Revolución y Comités de Defensa de la Revolución, aguardaron su llegada.
Después de los saludos y palabras de recibimiento, Irina le expresó a José Ignacio que tenía que conversar con él. Pasadas unas dos horas, ambos se sentaron en solitario en una mesa que estaba colocada en la parte trasera del hogar. La recién arribada galena le confesó: “Desearía serte franca, tengo una nueva relación amorosa”.
José Ignacio al escuchar las palabras que brotaron de los labios de su esposa, sintió que le corrieron lágrimas por su rostro. También Yadira y Pedro lloraron. Los invitados se marcharon.
Irina, a cambio de petróleo, ingresó capital al gobierno cubano. Otra familia cubana vio la cara fea de una falsa felicidad.
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