“Es tiempo de acciones y no de palabras”, repiten los secretarios del Partido Único en las reuniones que celebran por todo el país a propósito de la difícil situación de la economía nacional. Se sobrentiende que las acciones, como siempre, van dirigidas contra el pueblo. A él corresponde, una vez más, apretarse los cinturones. Ante las malas noticias económicas, “ahorro o muerte” es la nueva y redundante consigna.
La crisis capitalista mundial de la que tanto hablan en tono apocalíptico los medios oficiales, también afecta a Cuba. Sube el precio de los alimentos y del combustible, disminuye el turismo y bajan los precios del níquel y el azúcar. Pero el gobierno, con su habitual ineptitud para todo lo que no se refiera a la propaganda y la represión, no tiene estrategias ni alternativas para enfrentar la bancarrota que no pasen invariablemente por apretar a los de abajo.
Entonces disminuyen la cuota racionada de los frijoles y la sal, el número de ómnibus del transporte urbano y de horas que llega el agua potable a las casas. En pleno verano, no permiten que se enciendan los aparatos de aire acondicionado en tiendas, bancos y oficinas, hasta después de la 1 PM.
Los ingenuos, los más optimistas y los cómicos de la TV, pensaron que la crisis mundial no era con nosotros. Que éramos el país mejor preparado para enfrentarla porque desde 1959, de una forma u otra, siempre estuvimos en crisis. Pero ahora que el desastre se nos encima, descubren que pueden venir tiempos aún peores.
Con su proverbial incompetencia en materia económica, el gobierno convierte la virtud que es el ahorro en los tormentos de las nuevas restricciones. En la vida real, lo que el lenguaje oficial denomina “restricciones” se traduce en más miseria. Las pesadillas del Período Especial nos vuelven a rondar.
De nada valen los retruécanos de palabras de ciertos periodistas oficiales, las declaraciones de Mariela Castro por un socialismo participativo ni los sueños con serpientes de los comunistas revoltosos y en pijama de kaosenlared. No hay que engañarse ni darle más vueltas al asunto. De poco servirán la actual campaña de ahorro y las privaciones que vendrán. Antes sería preciso liberar del todo las fuerzas productivas. Pero eso sería pedir peras al olmo.
El régimen tiene ya su propia receta para la crisis. La misma de siempre. Con ella se aferrarán al trono heredado y esperarán que se produzca un milagro. La única buena noticia es que no habrá tal milagro. Un sistema inviable, amurallado y dirigido con mano férrea por generales que se hicieron ancianos en el poder absoluto, sólo podrá cosechar el más estrepitoso fracaso.
SDP
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