El Vedado, La Habana, 2 de julio de 2009, (SDP) Mariela Castro Espín, la hija del general presidente, se levanta en estos días como líder gubernamental por la tolerancia y la naturalización de la diversidad sexual.
La lucha contra la homofobia es una tarea que se desarrolla en silencio, pues aún la presencia de la discriminación hacia las sexualidades disidentes, sus interrogantes, dudas e inquietudes, a la par de otros sujetos múltiples, como negros y mestizos, son parte de la ecuación social, no visible en los principales medios audiovisuales de interacción social.
La homofobia durante el gobierno de los hermanos Castro es sinónimo de violencia, humillación, discriminación e intolerancia. Un poder marginador que atenta contra la dignidad humana, su registro en la sociedad cubana es anterior al movimiento sísmico de 1959. La república heredó sobre el tema una estructura patriarcal de fuerte tradición cristiana. La revolución fue vista por actores políticos y sociales como un nuevo contrato promotor de libertades. El nuevo orden social fortaleció aún más el nacionalismo excluyente. La moderna inquisición marxista orientó su brújula hacia la intolerante doctrina socialista, donde una de las claves es la homofobia política, mecanismo de represión legal.
Institucionalizada por decreto, la lepra de la homofobia marchó a sus exposiciones más agresivas y extremas. La represión comienza a partir de considerar a la homosexualidad como delito, como residuo de la podrida mentalidad republicana, solo higienizada mediante el trabajo político, ideológico y productivo. Como primera medida de castigo y control social se crean en 1965 las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP). A estos campos de concentración fueron enviados religiosos, jóvenes rebeldes que estaban en sintonía con el movimiento hippie, homosexuales, proxenetas, miembros de movimientos sociales y políticos, cuya rebeldía no les permitió ajustarse al nuevo orden, a la ética y moral revolucionaria.
Los homosexuales comenzaron a ser clasificados como escorias humanas, un desafío a los atributos identitarios nacionales, malezas en el jardín socialista. Se violentó su integridad física, sicológica y social. En esta cruzada se intentaba lograr al hombre nuevo, como soporte decisivo para establecer la nueva ciudadanía revolucionaria.
En 1971 se celebra en la Habana el Congreso de Educación y Cultura, organizado por José Ramón Fernández, hoy Vicepresidente del Consejo de Estado y Armando Hart Dávalos, Director del Programa Martiano. El evento, presidido por Fidel Castro, asume mediante su declaración de principios, una postura ideológica discriminatoria que certificó la homosexualidad como una patología social alineada al diversionismo ideológico, un atentado a la estabilidad de la nación. La homosexualidad como variante de la diversidad sexual fue criminalizada, rechazada y condenada desde el discurso y la práctica oficial. De este evento surgieron medidas como la parametracion, las purgas universitarias, procesos de depuración que dañaron y dejaron secuela en el cuerpo cultural de la nación.
El éxodo masivo hacia Estados Unidos en 1980, a través del puente marítimo del Mariel, de más de 125000 cubanos, fue un nuevo pretexto para “higienizar” la sociedad. Se propuso, estimuló y aplicó el destierro de los homosexuales como grupo poblacional diferenciado. Durante toda esa década continuó el diseño de mecanismo represivo hacia las sexualidades disidentes, penalizando el comportamiento homo erótico del individuo. La violencia psicológica y física se comportó como ingrediente de rechazo, humillación, por no cumplir con el rol de género estereotipado, por desafiar los atributos identitarios nacionales, por renunciar a la masculinidad concebida como patrón cultural. El código penal cubano, derivado del español, sancionó por muchos años la ostentación pública de la homosexualidad, hasta que en 1988 fue derogada esa medida.
En los últimos años, se desarrolla virtualmente una política conciliatoria desde el Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX). Este instituto despliega su estrategia a favor de la inclusión y en contra de la discriminación. No obstante, el respeto a la diversidad aún es una mala palabra, un concepto ideológicamente impuro, censurado y aplastado en la cartografía oficial.
La soberanía de las ideas está ausente en las cruzadas por la naturalización de la diversidad, las campañas por el respeto a la libre orientación sexual, los safaris intelectuales que se desarrollan en las universidades mediante conferencias, las propuestas de modificación del Código de Familia, que se encuentra en estudio desde hace 15 años, los ciberforos que se abren cada día como espacio de intercambio. La mayoría de los cubanos no tienen acceso libre a estas tribunas cibernéticas, por no disponer del servicio publico de Internet. Las jornadas cubanas por el día mundial contra la homofobia, no incluyen en su agenda de discusión, las secuelas y presencia de la homofobia política, de la cual agentes y funcionarios del orden interior son sus principales ejecutores.
A pesar de las campañas que abogan por perdonarle la vida a este grupúsculo ofensivo, la disculpa pública, el respeto, no se pone en práctica. Aún este dolor humano continúa silenciado. Los espacios urbanos de socialización de estos sujetos múltiples están bajo supervisión policial. Esporádicamente son invadidos por redadas policiales.
Las sexualidades disidentes son cuerpos peligrosos en una nación de héroes, pues se continúan valorando desde las trincheras del rechazo y la condena, desde el prisma de moralidad popular.
Los travestís son una victima fácil, rara avis nocturna, reinas de la noche que escandalizan las convenciones sociales, dependientes de la indiferencia. La prensa oficial contribuye al morboso silencio, pues desde 1998 la Asociación Hermanos Saíz organiza anualmente la Jornada de Arte Homo-Erótico pero la misma no es visible en los medios de comunicación.
Sexualidad e ideología aún son polos enfrentados. La tolerancia, el respeto a la diversidad, es una ecuación política, un cálculo matemático que se debate entre el espanto y la ternura.
cubainterracial.gl@gmail.com
La lucha contra la homofobia es una tarea que se desarrolla en silencio, pues aún la presencia de la discriminación hacia las sexualidades disidentes, sus interrogantes, dudas e inquietudes, a la par de otros sujetos múltiples, como negros y mestizos, son parte de la ecuación social, no visible en los principales medios audiovisuales de interacción social.
La homofobia durante el gobierno de los hermanos Castro es sinónimo de violencia, humillación, discriminación e intolerancia. Un poder marginador que atenta contra la dignidad humana, su registro en la sociedad cubana es anterior al movimiento sísmico de 1959. La república heredó sobre el tema una estructura patriarcal de fuerte tradición cristiana. La revolución fue vista por actores políticos y sociales como un nuevo contrato promotor de libertades. El nuevo orden social fortaleció aún más el nacionalismo excluyente. La moderna inquisición marxista orientó su brújula hacia la intolerante doctrina socialista, donde una de las claves es la homofobia política, mecanismo de represión legal.
Institucionalizada por decreto, la lepra de la homofobia marchó a sus exposiciones más agresivas y extremas. La represión comienza a partir de considerar a la homosexualidad como delito, como residuo de la podrida mentalidad republicana, solo higienizada mediante el trabajo político, ideológico y productivo. Como primera medida de castigo y control social se crean en 1965 las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP). A estos campos de concentración fueron enviados religiosos, jóvenes rebeldes que estaban en sintonía con el movimiento hippie, homosexuales, proxenetas, miembros de movimientos sociales y políticos, cuya rebeldía no les permitió ajustarse al nuevo orden, a la ética y moral revolucionaria.
Los homosexuales comenzaron a ser clasificados como escorias humanas, un desafío a los atributos identitarios nacionales, malezas en el jardín socialista. Se violentó su integridad física, sicológica y social. En esta cruzada se intentaba lograr al hombre nuevo, como soporte decisivo para establecer la nueva ciudadanía revolucionaria.
En 1971 se celebra en la Habana el Congreso de Educación y Cultura, organizado por José Ramón Fernández, hoy Vicepresidente del Consejo de Estado y Armando Hart Dávalos, Director del Programa Martiano. El evento, presidido por Fidel Castro, asume mediante su declaración de principios, una postura ideológica discriminatoria que certificó la homosexualidad como una patología social alineada al diversionismo ideológico, un atentado a la estabilidad de la nación. La homosexualidad como variante de la diversidad sexual fue criminalizada, rechazada y condenada desde el discurso y la práctica oficial. De este evento surgieron medidas como la parametracion, las purgas universitarias, procesos de depuración que dañaron y dejaron secuela en el cuerpo cultural de la nación.
El éxodo masivo hacia Estados Unidos en 1980, a través del puente marítimo del Mariel, de más de 125000 cubanos, fue un nuevo pretexto para “higienizar” la sociedad. Se propuso, estimuló y aplicó el destierro de los homosexuales como grupo poblacional diferenciado. Durante toda esa década continuó el diseño de mecanismo represivo hacia las sexualidades disidentes, penalizando el comportamiento homo erótico del individuo. La violencia psicológica y física se comportó como ingrediente de rechazo, humillación, por no cumplir con el rol de género estereotipado, por desafiar los atributos identitarios nacionales, por renunciar a la masculinidad concebida como patrón cultural. El código penal cubano, derivado del español, sancionó por muchos años la ostentación pública de la homosexualidad, hasta que en 1988 fue derogada esa medida.
En los últimos años, se desarrolla virtualmente una política conciliatoria desde el Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX). Este instituto despliega su estrategia a favor de la inclusión y en contra de la discriminación. No obstante, el respeto a la diversidad aún es una mala palabra, un concepto ideológicamente impuro, censurado y aplastado en la cartografía oficial.
La soberanía de las ideas está ausente en las cruzadas por la naturalización de la diversidad, las campañas por el respeto a la libre orientación sexual, los safaris intelectuales que se desarrollan en las universidades mediante conferencias, las propuestas de modificación del Código de Familia, que se encuentra en estudio desde hace 15 años, los ciberforos que se abren cada día como espacio de intercambio. La mayoría de los cubanos no tienen acceso libre a estas tribunas cibernéticas, por no disponer del servicio publico de Internet. Las jornadas cubanas por el día mundial contra la homofobia, no incluyen en su agenda de discusión, las secuelas y presencia de la homofobia política, de la cual agentes y funcionarios del orden interior son sus principales ejecutores.
A pesar de las campañas que abogan por perdonarle la vida a este grupúsculo ofensivo, la disculpa pública, el respeto, no se pone en práctica. Aún este dolor humano continúa silenciado. Los espacios urbanos de socialización de estos sujetos múltiples están bajo supervisión policial. Esporádicamente son invadidos por redadas policiales.
Las sexualidades disidentes son cuerpos peligrosos en una nación de héroes, pues se continúan valorando desde las trincheras del rechazo y la condena, desde el prisma de moralidad popular.
Los travestís son una victima fácil, rara avis nocturna, reinas de la noche que escandalizan las convenciones sociales, dependientes de la indiferencia. La prensa oficial contribuye al morboso silencio, pues desde 1998 la Asociación Hermanos Saíz organiza anualmente la Jornada de Arte Homo-Erótico pero la misma no es visible en los medios de comunicación.
Sexualidad e ideología aún son polos enfrentados. La tolerancia, el respeto a la diversidad, es una ecuación política, un cálculo matemático que se debate entre el espanto y la ternura.
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