Calvario, La Habana, 2 de julio de 2009, (SDP) Yunia Palacio Sánchez es una joven de 29 años de edad. Aunque su rostro denota juventud, aparenta tener mucha mas edad. Llegó a mí en busca de asesoramiento legal. El padre de sus tres hijos le dio un plazo hasta el 6 de julio para abandonar la vivienda. Ella no tiene a donde ir. Su domicilio y lugar de procedencia están en Santiago de Cuba.
No obstante, desde hace 12 años vive en la capital. Recibe la cuota de los productos alimenticios básicos que subvenciona el Estado por la localidad donde reside y la que siente su hogar. Con la Revolución Energética, y por ser un caso social, le dieron equipos electrodomésticos: un refrigerador, la cocina eléctrica, la olla de presión “Reina” y un calentador.
“Tengo un televisor Caribe que no me han cambiado, porque en una casa no pueden haber dos y el padre de mis hijos cambió uno”, me cuenta, como para probar que todos sus cosas las tiene aquí y no en el oriente cubano.
Su caso está en conocimiento de los trabajadores sociales y la Federación de Mujeres Cubanas, organización a la que solicitó ayuda por los maltratos físicos y psicológicos que sufre por parte del padre sus hijos.
La Dirección Municipal de la Vivienda, la Comisión Provincial de Prevención y Atención Social de Arroyo Naranjo, el Gobierno de este municipio y las instituciones locales de salud, también están al tanto de sus tantos problemas.
Incluso recibe prestación monetaria por asistencia social. Tiene una pensión de 175 pesos moneda nacional (MN). Pero eso solo no resuelve su caso. Su problema de vivienda es grave. Vive hacinada en una casita, si así se le puede llamar. Un cuarto de cuatro metros de ancho por cuatro de largo, sin baño y piso de tierra. Las necesidades sanitarias las hacen en el monte o en jabitas de nailon.
“No tenemos cama, los tres niños y yo dormimos en dos colchones de cuna, que en las noches pongo en el suelo”, argumenta. El padre de sus hijos rompió la cama para obligarla a abandonar el hogar.
“No me deja cocinar, me amenaza con quitarme la electricidad. Me saca los equipos que tengo para afuera, para que me vaya, me golpea, incluso me amenazó con apuñalarme. Yo temo por mi vida y por la de mis hijos”, me confiesa entre lágrimas.
En busca de auxilio acudió al jefe de sector, autoridad policíaca de la localidad. Este respondió a su llamado, pero acompañado de un auto patrullero, la trabajadora social y una inspectora de la oficina del registro de direcciones. La solución que encontraron fue imponerle una multa de 200 pesos MN, en virtud del decreto 217 de “Regulaciones Migratorias Internas para la Ciudad de La Habana”.
Yunia esta desperada y busca ayuda en cualquier parte. Nadie la escucha, parece que todos se han puesto de acuerdo para ignorarla. La respuesta que le dan las autoridades estatales son invariables: “debe retornar con sus tres hijos menores para su origen de residencia, Santiago de Cuba”.
Yunia tampoco puede regresar a su lugar de origen. Su abuela, con quien convivía en Santiago de Cuba, falleció. En la casa ahora vive su tío, un enfermo de esquizofrenia paranoide. El gobierno de Santiago de Cuba no se hace responsable por la seguridad de sus hijos si regresa a convivir con un enfermo mental. Esa situación también la sabe la Comisión Provincial de Prevención y Atención Social de Arroyo Naranjo.
Yunia aún tiene esperanza que alguien la ayude. Sabe bien lo que quiere, necesita y puede aspirar. Se conforma con un cubículo de albergue donde vivir tranquila con sus tres hijos y que las autoridades estatales les permitan realizar el cambio de domicilio legal. Sin embargo, sus peticiones parecen ser un grito de auxilio perdido, que nadie escucha.
laritzadiversen@yahoo.es
No obstante, desde hace 12 años vive en la capital. Recibe la cuota de los productos alimenticios básicos que subvenciona el Estado por la localidad donde reside y la que siente su hogar. Con la Revolución Energética, y por ser un caso social, le dieron equipos electrodomésticos: un refrigerador, la cocina eléctrica, la olla de presión “Reina” y un calentador.
“Tengo un televisor Caribe que no me han cambiado, porque en una casa no pueden haber dos y el padre de mis hijos cambió uno”, me cuenta, como para probar que todos sus cosas las tiene aquí y no en el oriente cubano.
Su caso está en conocimiento de los trabajadores sociales y la Federación de Mujeres Cubanas, organización a la que solicitó ayuda por los maltratos físicos y psicológicos que sufre por parte del padre sus hijos.
La Dirección Municipal de la Vivienda, la Comisión Provincial de Prevención y Atención Social de Arroyo Naranjo, el Gobierno de este municipio y las instituciones locales de salud, también están al tanto de sus tantos problemas.
Incluso recibe prestación monetaria por asistencia social. Tiene una pensión de 175 pesos moneda nacional (MN). Pero eso solo no resuelve su caso. Su problema de vivienda es grave. Vive hacinada en una casita, si así se le puede llamar. Un cuarto de cuatro metros de ancho por cuatro de largo, sin baño y piso de tierra. Las necesidades sanitarias las hacen en el monte o en jabitas de nailon.
“No tenemos cama, los tres niños y yo dormimos en dos colchones de cuna, que en las noches pongo en el suelo”, argumenta. El padre de sus hijos rompió la cama para obligarla a abandonar el hogar.
“No me deja cocinar, me amenaza con quitarme la electricidad. Me saca los equipos que tengo para afuera, para que me vaya, me golpea, incluso me amenazó con apuñalarme. Yo temo por mi vida y por la de mis hijos”, me confiesa entre lágrimas.
En busca de auxilio acudió al jefe de sector, autoridad policíaca de la localidad. Este respondió a su llamado, pero acompañado de un auto patrullero, la trabajadora social y una inspectora de la oficina del registro de direcciones. La solución que encontraron fue imponerle una multa de 200 pesos MN, en virtud del decreto 217 de “Regulaciones Migratorias Internas para la Ciudad de La Habana”.
Yunia esta desperada y busca ayuda en cualquier parte. Nadie la escucha, parece que todos se han puesto de acuerdo para ignorarla. La respuesta que le dan las autoridades estatales son invariables: “debe retornar con sus tres hijos menores para su origen de residencia, Santiago de Cuba”.
Yunia tampoco puede regresar a su lugar de origen. Su abuela, con quien convivía en Santiago de Cuba, falleció. En la casa ahora vive su tío, un enfermo de esquizofrenia paranoide. El gobierno de Santiago de Cuba no se hace responsable por la seguridad de sus hijos si regresa a convivir con un enfermo mental. Esa situación también la sabe la Comisión Provincial de Prevención y Atención Social de Arroyo Naranjo.
Yunia aún tiene esperanza que alguien la ayude. Sabe bien lo que quiere, necesita y puede aspirar. Se conforma con un cubículo de albergue donde vivir tranquila con sus tres hijos y que las autoridades estatales les permitan realizar el cambio de domicilio legal. Sin embargo, sus peticiones parecen ser un grito de auxilio perdido, que nadie escucha.
laritzadiversen@yahoo.es
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