Playa, La Habana, 2 de julio de 2009, (SDP) Las ropavejeras o vendedoras de ropa vieja aparecieron en el escenario criollo tras el llamado periodo especial allá por los años 90 del siglo anterior. Pero como la ropa de uso es denominada por el gobierno con el eufemismo de “ropa reciclada”, a las dependientes de estos comercios se les llama vendedoras de ropa reciclada.
Los lugares de expendio dedicados a este quehacer son, por lo general, tiendas pequeñas o locales habilitados para tal propósito. Otras veces las grandes tiendas destinan un departamento a tales fines y, ocasionalmente, se monta un timbiriche en cualquier portal con dos o tres empleadas y otros tantos cajones de madera llenos de ropa vieja.
Según el rumor callejero, estas dependientas “salen” bastante bien retribuidas económicamente, no por el salario que devengan, sino por el “rejuego” que proporciona el oficio. Los precios de estos artículos tienen la peculiaridad de ser irrepetibles y por lo mismo, fáciles de alterar. Por otra parte, las tenderas poseen fama de reservar para sí las mejores piezas que luego revenden con un margen de ganancia a su favor. En cierta ocasión le toqué el punto a una ropavejera y su cara se convirtió en un arrebol de ira. Casi me dio un mitin de repudio.
Mas resulta evidente que cualquier”invento” ha de tener, como requisito ineludible, la anuencia de la administradora que por cargar la mayor parte de responsabilidad sobre los hombros, deberá llevar el mayor beneficio al bolsillo. Solo así se justifica un trabajo tan ingrato donde a las majaderías de la clientela se unen estos calores insoportables en locales sin aire acondicionado y por lo común con poca o ninguna ventilación. Para colmo, han de comer “en la calle” con el costo que ello ocasiona.
En los últimos quince años, que marcan la aparición de las tiendas de ropa “reciclada”, los cubanos han podido adquirir algún vestido presentable a precios más o menos asequibles para una parte de la población. En las tiendas normales, la misma prenda de vestir puede costa 15 o 20 veces más cara.
Aunque resulta imposible establecer un listado de precios dada la diversidad de renglones, existe una relación de precios tope. En base a ello, una camisa ha de tener como precio máximo 35 pesos, un pantalón vaquero 70, un short 35 y una enguatada (pulóver sencillo) 45, por poner algunos ejemplos. Idénticos artículos comprados en una tienda estatal costarían 20 veces más y adquiridos en el mercado negro 10 ó l5.
Estos comercios están difundidos por pueblos y ciudades de la geografía cubana. En la marchantería adulta tienen su mayor demanda pues los jóvenes sueñan con la ropa de marcas reconocidas las cuales, quizás lleguen al puerto aduanero pero casi nunca a la humilde tienda de la comarca.
Se ha hablado mucho acerca del origen y procedencia de esta ropa, poniendo en duda la afirmación del gobierno según la cual los arribos del producto resultan de la compra en países extranjeros. Los comentarios, no obstante, apuntan a una donación promovida por grupos solidarios y simpatizantes del régimen asentados en el extranjero.
Pienso que tal vez haya un poco de ambas cosas. Mas el estado de deterioro de algunas piezas y la mugre presente es tan visible que ponen en duda la proclamada compra que argumentan las autoridades de la Isla..
De cualquier forma, a la muchachada, ávida de lucir una enguatada a la moda, no le interesa mucho la procedencia de la misma. Tampoco al adulto que ve la posibilidad de vestir con alguna elegancia durante las ocasiones relevantes de su vida.
Aunque antes de 1959 existía venta de ropa usada en las antiguas casas llamadas de empeño, la gestión era muy limitada. Pese al bajo precio y magnífica calidad, no tenía mayor demanda .El cubano no gustaba de vestir ropa usada. Entre otros motivos, por razones higiénico sanitarias y además, supersticiosas. El isleño, siempre muy pulcro para su cuerpo, se resistía a usar ropa de origen desconocido. Tampoco le hacia gracia vestir la prenda de un posible difunto debido a la carga de “salación” (mala suerte) y desgracias que ello entrañaba.
Sin embargo, estos tiempos de miseria y de “sálvese quien pueda” no son para andar creyendo en muertos ni contagios. Hay que vivir el presente y “evitar el viaje sin regreso” que nadie quiere emprender, aunque para ello se requiera implorar el favor de los santos del cielo y hasta de los propios demonios del infierno.
osmariogon@yahoo.com
Los lugares de expendio dedicados a este quehacer son, por lo general, tiendas pequeñas o locales habilitados para tal propósito. Otras veces las grandes tiendas destinan un departamento a tales fines y, ocasionalmente, se monta un timbiriche en cualquier portal con dos o tres empleadas y otros tantos cajones de madera llenos de ropa vieja.
Según el rumor callejero, estas dependientas “salen” bastante bien retribuidas económicamente, no por el salario que devengan, sino por el “rejuego” que proporciona el oficio. Los precios de estos artículos tienen la peculiaridad de ser irrepetibles y por lo mismo, fáciles de alterar. Por otra parte, las tenderas poseen fama de reservar para sí las mejores piezas que luego revenden con un margen de ganancia a su favor. En cierta ocasión le toqué el punto a una ropavejera y su cara se convirtió en un arrebol de ira. Casi me dio un mitin de repudio.
Mas resulta evidente que cualquier”invento” ha de tener, como requisito ineludible, la anuencia de la administradora que por cargar la mayor parte de responsabilidad sobre los hombros, deberá llevar el mayor beneficio al bolsillo. Solo así se justifica un trabajo tan ingrato donde a las majaderías de la clientela se unen estos calores insoportables en locales sin aire acondicionado y por lo común con poca o ninguna ventilación. Para colmo, han de comer “en la calle” con el costo que ello ocasiona.
En los últimos quince años, que marcan la aparición de las tiendas de ropa “reciclada”, los cubanos han podido adquirir algún vestido presentable a precios más o menos asequibles para una parte de la población. En las tiendas normales, la misma prenda de vestir puede costa 15 o 20 veces más cara.
Aunque resulta imposible establecer un listado de precios dada la diversidad de renglones, existe una relación de precios tope. En base a ello, una camisa ha de tener como precio máximo 35 pesos, un pantalón vaquero 70, un short 35 y una enguatada (pulóver sencillo) 45, por poner algunos ejemplos. Idénticos artículos comprados en una tienda estatal costarían 20 veces más y adquiridos en el mercado negro 10 ó l5.
Estos comercios están difundidos por pueblos y ciudades de la geografía cubana. En la marchantería adulta tienen su mayor demanda pues los jóvenes sueñan con la ropa de marcas reconocidas las cuales, quizás lleguen al puerto aduanero pero casi nunca a la humilde tienda de la comarca.
Se ha hablado mucho acerca del origen y procedencia de esta ropa, poniendo en duda la afirmación del gobierno según la cual los arribos del producto resultan de la compra en países extranjeros. Los comentarios, no obstante, apuntan a una donación promovida por grupos solidarios y simpatizantes del régimen asentados en el extranjero.
Pienso que tal vez haya un poco de ambas cosas. Mas el estado de deterioro de algunas piezas y la mugre presente es tan visible que ponen en duda la proclamada compra que argumentan las autoridades de la Isla..
De cualquier forma, a la muchachada, ávida de lucir una enguatada a la moda, no le interesa mucho la procedencia de la misma. Tampoco al adulto que ve la posibilidad de vestir con alguna elegancia durante las ocasiones relevantes de su vida.
Aunque antes de 1959 existía venta de ropa usada en las antiguas casas llamadas de empeño, la gestión era muy limitada. Pese al bajo precio y magnífica calidad, no tenía mayor demanda .El cubano no gustaba de vestir ropa usada. Entre otros motivos, por razones higiénico sanitarias y además, supersticiosas. El isleño, siempre muy pulcro para su cuerpo, se resistía a usar ropa de origen desconocido. Tampoco le hacia gracia vestir la prenda de un posible difunto debido a la carga de “salación” (mala suerte) y desgracias que ello entrañaba.
Sin embargo, estos tiempos de miseria y de “sálvese quien pueda” no son para andar creyendo en muertos ni contagios. Hay que vivir el presente y “evitar el viaje sin regreso” que nadie quiere emprender, aunque para ello se requiera implorar el favor de los santos del cielo y hasta de los propios demonios del infierno.
osmariogon@yahoo.com
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