jueves, 2 de julio de 2009

LA HORA SEÑALADA, Juan González Febles



Lawton, La Habana, 2 de julio de 2009, (SDP) Hace mucho calor en La Habana. El mercurio sube sin límites por sus centígradas autopistas y las medidas de ahorro energético puestas en vigor, se hacen sentir como azotes por la piel de la ciudad. Los aires acondicionados instalados en tiendas, oficinas, bancos, etc., deberán permanecer apagados hasta la 1 PM. Desde las 9 AM y hasta la hora señalada, la canícula se enseñorea en clientes y empleados.

El problema tiene muchas aristas. Una de ellas es que La Habana ha crecido de 250 mil habitantes, poco más poco menos en 1959, hasta más de dos millones, cincuenta años después. Aunque este crecimiento demográfico se encuentre detenido y haya devenido envejecimiento poblacional, en la actualidad, el hecho cierto es que La Habana creció en población, pero además, en abandono, deterioro e irracionalidad administrativa.

Cincuenta años después, la ciudad cuenta con la misma infraestructura básica. Arquitectónicamente, las instalaciones comerciales, de oficinas, bancos, etc., están concebidas para la abundancia y la riqueza que existía en la Isla antes de 1959. Toda la red comercial y de servicio público en La Habana fue diseñada para climatización artificial. Se trata de salones sin ventanas y con puertas de cristal automáticas, que en la práctica y sin aire acondicionado, se convierten en torturantes hornos.

En términos arquitectónicos, el régimen llamado por costumbre revolución, poco o nada aportó a la ciudad. El Palacio Presidencial, el Capitolio, la llamada Plaza de la Revolución, hasta el Casco Histórico y las mejores y más emblemáticas instalaciones hoteleras, vieron llegar al régimen y si Dios lo quiere, le verán partir.

Mientras y como resultado directo de la mala gestión del estado, sudorosas empleadas atienden con desgano a una malhumorada clientela. Lo hacen y miran con mayor o menor disimulo al reloj. Esperan la 1 PM en que podrán encender los aires acondicionados. Esos, instalados originalmente hace más de cincuenta años, como muestra fehaciente de respeto a los trabajadores y al pueblo.

En las tiendas establecidas en el maltrecho Boulevard San Rafael, existe el fundado temor de que las medidas de ahorro se eternicen. “Los que mandan no compran aquí. A ‘ellos’ les llevan lo que necesitan a sus casas en Miramar y Nuevo Vedado”, dice una sudorosa tendera en la puerta de un establecimiento de venta.

Empleados de gastronomía comentan que deben apagar las neveras en la noche y que en la mañana, demora mucho para que estén debidamente fríos, refrescos y otras bebidas. Esto incide en el deterioro de mercancía privada de refrigeración. Esperemos que nadie salga intoxicado. Tiendas como La Época, La Isla de Cuba, Almacenes Ultra, etc., concebidos originalmente para climatización artificial, castigan inmisericordes con un calor infernal a empleados y clientes ocasionales.

Aunque el gobierno culpa a la crisis económica internacional, la gente oye este argumento como quien siente llover. “El caso es que desde hace cincuenta años andamos en crisis”, dice un hombre de mediana edad y concluye: “Esto no hay quien lo arregle…”.

En cada esquina, dos policías sufren el castigo de su uniforme, copiado del modelo soviético. Mangas largas y pantalones azules de una tela quizás demasiado gruesa para el clima cubano. Tonfa, esposas, pistola, nebulizador y un pesado walkie-talkie, completan su ajuar. Se protegen del calor a la sombra. Aunque proceden de la zona oriental donde el clima suele ser más severo, sufren igual que el resto.

Me dice una empleada que a la 1 PM, entrarán a la tienda. Ellos también esperan la hora. Cuidarán detrás del cristal, protegidos del calor por el aire acondicionado. A fin de cuentas, son el complemento necesario de cada nueva medida gubernamental. Como en el resto del mundo, ‘protegen y sirven’. La pregunta de rigor en Cuba es: ¿a quién?
jgonzafebster@gmail.com


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