jueves, 2 de julio de 2009

ÉL, RAÚL MARTÍNEZ, Rogelio Fabio Hurtado


Marianao, La Habana, 2 de julio de 2009, (SDP) El pintor y diseñador Raúl Martínez (Ciego de Ávila, 1927) se nos revela como escritor con su autobiografía, Yo, Publio, publicada por Ediciones Unión doce años después de la desaparición del artista, en 1995. Se trata de un libro de arte, aunque los primores de su edición resulten saboteados por el pésimo papel y la total ausencia de policromía.

La obra, escrita durante los últimos años de su vida, marcada por la certidumbre de la inmediatez de la muerte, alcanza un rango literario significativo por el equilibrio entre amenidad y carga dramática que conserva de principio a fin. Uno de sus prologuistas la asocia con Mientras Agonizo, la conocida novela de William Faulkner; a mí me recordó más bien la prosa de Hemingway y su célebre técnica del Iceberg, por su capacidad de síntesis.

Como cuadra al género, el autor vuelve sobre sus vivencias con nostalgia, moderada por cierta lucidez objetiva, que la diferencia favorablemente de sus congéneres. La inclusión de fragmentos de Diarios personales, cartas de personas amigas, incluso la inserción de capítulos atribuidos a su hermano menor, contribuye a evitar la hipertrofia del discurso egocéntrico. El libro contiene penas y sufrimientos, no lágrimas. La narración fluye sin efectismos, con un tono veraz y orgánico, como si escucháramos las confesiones de un amigo.

Los temas que desarrolla son por supuesto los habituales en el género: la crónica de su búsqueda y encuentro de sí mismo, como persona y como artista creador. No se diseña ni una infancia ideal, ni una formación cultural apropiada. El tema del conflicto familiar, especialmente con su padre, se desarrolla de principio a fin con una autenticidad conmovedora. No tiene reparos en reconocer el aporte cultural de los crucigramas de las revistas ni en situar sus inicios como rotulista del cine del poblado de Perico, en Matanzas, en los primeros años de la década del 40.

Inclinado al análisis de sí mismo y en menor medida, de los demás, consagra muchas páginas a dilucidar sus relaciones humanas y el variable magnetismo de sus impulsos sensuales, que lo conducían imperiosamente al encuentro de lo desconocido. El derrotero que determinó su preferencia sexual al parecer no fue una línea recta ni estuvo carente de angustiosas incertidumbres. A diferencia de Reinaldo Arenas, Raúl no vacila en reconocer sus experiencias heterosexuales, incluso narra un encuentro erótico, ya en su madurez, con una hermosa actriz, que resultó frustrado por una lamentable impotencia.

Todos los pasajes relativos a la experiencia homosexual están abordados con una nitidez ejemplar, sin aspavientos ni tropelajes hiperbólicos, tanto las propias experiencias primerizas como las atribuidas a terceras personas, ya con ribetes humorísticos. Nunca resulta grotesco ni lesivo al prestigio de los otros. Es siempre humano, a ratos crítico, con Servando Cabrera Moreno, por ejemplo, pero nunca maligno ni insidioso. Así, traza semblanzas íntimas de otros artistas que fueron sus amigos, cuyos perfiles personales conserva para la posteridad, salvándolos de mitos acaso calumniosos.

El ineludible tema de la activa política homofóbica practicada por el llamado Gobierno Revolucionario de Cuba a partir de 1965, que sólo a partir de los últimos años del pasado siglo comenzó a decrecer, es condenado por Raúl sin eufemismos ni coartadas, con la indignación de alguien que ha sido víctima de una ofensa no mitigada por el arrepentimiento.

A diferencia de otros parametrados de su generación, que aceptaron la oferta de reapertura y olvido silencioso hecha por el Dr. Armando Hart cuando se hizo cargo en 1977 del flamante Ministerio de Cultura, Raúl Martínez no sólo nos relata lo ocurrido, sino que reclama el merecido castigo para los responsables de aquella barbarie: ¿Les sucedió algo, algún castigo, a los responsables que idearon y llevaron a cabo tal hazaña? Es posible que fueran premiados o removidos a puestos más importantes. ¿Y qué le pasó al que aprobó aquellos diabólicos planes? (pág. 403)

Basten ese par de preguntas, aún sin respuesta, para concederle al Maestro de artistas la condición de militante de la verdad. Como estampara el amigo Nicolás Lara Hernández en el libro de visita de la Exposición Dibujos para colorear (Centro de Arte 23 y 12,1983): El Maestro es el Maestro. Pese a todos los “peros” de los farsantes de cuello y corbata. ¡Gracias, Raúl Martínez!
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