jueves, 2 de julio de 2009

ESTADISTA SIN NACIÓN, Frank Cosme



Santos Suárez, La Habana, 2 de julio de 2009, (SDP) Hay naciones que sin ser milenarias ni tener una gran extensión territorial o numerosa población, han generado más hombres extraordinarios que las que tienen esas cualidades.

Cuba es uno de estos singulares casos y aunque se ha acusado a numerosos cubanos de excesivo nacionalismo, mesianismo y otras lindezas por el estilo, es “un hecho “que en esta pequeña isla concurren causas que producen consecuencias. Una de ellas es la cantidad de pensadores en proporción a su población.
El siglo XIX fue el más prolífero en este sentido. De los muchos cubanos extraordinarios de esta centuria, hay hechos desconocidos, también otros conocidos, de los que no se ha apreciado la enseñanza que tienen para el futuro. La vida de José Martí está llena de ambos tipos de hechos.
Actualmente Martí es el cubano más promocionado y el más conocido en el mundo. Tal vez el factor que más publicidad le ha dado fue su preocupación no solo por Cuba sino por la América Latina liberada de la tutela de España. Martí, hombre de brújula firme y vista lejana, vio como cada una de estas hermanas Repúblicas caían en la oscuridad de las dictaduras.
Con todo el cariño de Martí por lo que él llamaba “nuestra América”, casi ningún gobierno de esta le prestó al insigne proscrito un asilo permanente y mucho menos, ayuda para organizar la lucha por la independencia de Cuba. Solamente hubo un gobierno latinoamericano que se pronunció a favor de la independencia de Cuba y fue el de Ecuador, con su presidente Eloy Alfaro. No obstante el apoyo moral de este presidente y esta nación, Ecuador resultaba estar muy lejos de Cuba.
Cuantas veces al hojear los libros de historia hemos encontrado la respuesta a esta pregunta, ¿por qué Martí no pudo organizar su cruzada en países latinoamericanos situados en la periferia de Cuba y por tanto estratégicamente cerca para poder enviar expediciones? La respuesta es muy sencilla para cualquier observador que utilice la lógica: los dictadores.
En México chocó con Porfirio Díaz, en Guatemala con José Rufino Barrios, en Venezuela con otro más, Guzmán Blanco. Hay que recordar que entre otras cosas, Martí era periodista. Fue corresponsal de The Sun de Chicago y La Nación de Buenos Aires, periódicos que todavía existen y que tienen constancia de esos artículos que resultaban irritantes para estos señores.
Eran tan firmes y tan certeros los razonamientos de Martí al respecto, que cuando en 1882 invitó a Máximo Gómez y Antonio Maceo a una nueva tentativa liberadora, surgió una discrepancia con estos dos próceres de la independencia, cuya mentalidad era totalmente militar y que los historiadores han llamado “la ruptura”.
En su experiencia con dictadores que a su vez habían sido héroes en las guerras de independencia, Martí había observado que “invariablemente” todos estos, una vez llegados al poder, pretendían gobernar el país como si fuera un campamento militar.
Vale la pena reproducir un fragmento de la carta a Gómez que originó la ruptura y que la meditemos a la luz de los actuales acontecimientos, (y los pasados), no solo en Cuba, sino en esa por él llamada “nuestra América”:
“Es mi determinación no contribuir en un ápice por amor a una idea en que me está yendo la vida, a traer a mi tierra un régimen de despotismo personal, que sería más vergonzoso y funesto que el despotismo político. Un pueblo no se funda general, como se manda un campamento. ¿Qué somos, general, los servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo para después enseñorearse en él?”.
Duras palabras que Gómez y Maceo comprendieron, pues la guerra posteriormente la emprendieron juntos.
En esa época muy pocos comprendieron a Martí, ni siquiera su esposa. Él veía con una larga vista. Uno de los pocos que le comprendió fue Alvey A. Adee, especialista de la cancillería de Washington en asuntos latinoamericanos. Este consideraba que Martí era una personalidad excepcional, “un gran estadista sin nación”.
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