jueves, 2 de julio de 2009

FANTASMITAS, Frank Correa. (Cuento)


La unidad 1640 en Holguín, es un inmenso complejo militar de respetable fuerza ofensiva. El teniente Paz Felipe, con solo 19 años, fue asignado Jefe del despliegue movilizativo en su Estado Mayor de retaguardia.
Casi todos los reclutas eran de su misma edad. Se diferenciaban por el grado, las preferencias del pase y porque comía en el restaurante de oficiales una mejor comida que el resto de la tropa.
Dormía en un antiguo almacén, en medio del campo. Aún conservaba manchas de aceite en el piso y el inconfundible olor a nafta circulando en el aire. Lo más cercano a su habitáculo era el regimiento 1005. La ciudad se divisaba como un largo resplandor desde su ventana, en dirección sur, cuando la noche sumía en oscuridad aquel solitario paraje.
Estaba disgustado con el jefe de retaguardia. Antes de presentarse en la 1640, tuvo que soportar un prolongado aislamiento en Santiago de Cuba, hasta que aprobaron su cargo. El primer sábado, solicitó permiso para visitar a su familia en Guantánamo.
--¡Estás loco¡ --dijo su jefe, un sólido coronel que apodaban El Perro, por sus facciones y árido carácter. --¿No sabe que al mediodía esperamos un ataque? ¡Debería preguntar qué hacer cuando estén cayendo las bombas. ¿Cuál es su trinchera?
--No sé –dijo el joven teniente.
--Venga conmigo.
Lo llevó hasta unos almendros detrás de las oficinas de retaguardia. Un oscuro agujero casi insospechado, apareció entre el enmascaramiento natural del follaje.
--Aquí –dijo el coronel. Se acercó hasta la entrada. Olor a orina y humedad emergió de la trinchera. Enjambre de mosquitos desaparecieron ante las figuras. – Cuando den la alarma de ataque aéreo debe correr aquí. ¿Comprende?
--Sí –dijo el teniente Paz Felipe.
El coronel le dio la espalda. Comenzó a cerrar oficinas. Los reclutas del estado mayor que no tenían servicio de guardia, merodearon esperando que tocaran la campana anunciando almuerzo.
Paz Felipe jamás había entrado en combate y lo asistió esa desconcertante premonición de morir. Repasaba la forma de lanzarse dentro del agujero y salvar su vida. A las doce y media tocaron la campana. Todos los reclutas y oficiales almorzaron. Los glotones hicieron sus esfuerzos naturales por repetir. Estaba demasiado inmerso en mirar el cielo y esperar los aviones, para ocuparse de su estómago.
A la una y cuarenta, el coronel montó tranquilamente en su Yipi y se fue. Un rato más tarde, la guagua llena de oficiales, también bajó la cuesta en dirección a Holguín. Quedó solo en el estado mayor, con el oficial de guardia, su ayudante y algunos reclutas de la compañía de seguridad.
A las tres, estuvo seguro de haber sido víctima de una broma. Su aversión por El Perro marcó el inicio de su estancia en la unidad militar. No le contó esto a nadie. De vez en cuando miraba al cielo y por si las moscas, se mantuvo siempre lo más cercano posible a la trinchera. Con el tiempo descubrió que el enemigo existía solo en mapas y en el discurso del mando militar.
Entonces encontró el cuarto y solicitó permiso para habitarlo. No le gustaba dormir con oficiales. Prefería la soledad del campo. El olor a grasa. La vista de Holguín desde su ventana. Las muchachas furtivas que aparecían de vez en cuando buscando reclutas. Jóvenes misteriosas, sin exigir recompensa a cambio. Existe un tipo de mujer que gusta del servicio de guardia. Lo comprobó en aquella unidad. Se acercan a las postas con sutileza, resguardadas por la noche. Hacen el trabajo sin muchas complicaciones. Los reclutas disponen de un recipiente con agua para que se laven. Algunas muchachas van de posta en posta, probando. ¿Qué pasará con ellas?, se preguntó. ¿Están marcadas por un signo?
A su cuarto llegaron en ocasiones. Tocaban en la ventana. Les abría. Cohabitaban en silencio, sin encender las luces. Al principio le resultó fascinante, hasta que comenzó a rondar entre los reclutas la historia de un fantasma y entonces lo apoderó un miedo intenso. Nada hay más lacrimoso que una mujer sola en medio de la noche. A veces raspaban su ventana con las uñas y lo llamaban. Optó por encerrarse en su cuarto y no abrirles.
El fantasma fue la gran noticia ese año. Todas las mañanas, un recluta distinto juraba por su madre haberlo visto. Completamente de blanco. Alto como una palma. La cara alumbrada por una luz siniestra. El coronel jefe de retaguardia dio orden rotunda de no disparar.
-- Los fantasma no existen –dijo con su voz animal --. Sospecho que es una broma de reclutas.
A cambio, creó un grupo antifantasmas y nombró al Teniente Paz Felipe, como máximo responsable.
Se acercaba el 17 de Diciembre, día de San Lázaro. Fecha que Cuba celebra con fiestas y toques de tambores. La tradición popular, respaldada por algunos hechos crueles de fanatismo religioso, recoge en sus anales la desaparición de personas en esa fecha, la mayoría niños, para ritos profanos.
El teniente, confesó que no sabía nada de fantasmas.
--No hace falta saber, lo importante es agarrarlo.
--¿Cómo?
--Invente la forma –dijo el coronel con su cara perruna y le dio la espalda.
El día 7 de Diciembre, comenzaba la maniobra Titán de bronce, en memoria al general Maceo. La unidad 1640 debía moverse hasta la zona de Gibara, desplegarse en un área de cincuenta kilómetros y derrotar al enemigo que osó tomar una cabeza de playa.
Como jefe del despliegue movilizativo, el Teniente Paz debía salir antes. Preparar la retaguardia. Instalar una cocina. El comedor. Las tiendas de campañas para los oficiales y garantizar la seguridad del perímetro. Contaba para eso con seis reclutas, un Zil 130 y una pipa de agua.
El coronel se reunió con ellos brevemente en la oficina. Le entregó un mapa de Gibara.
--Por aquí –dijo el coronel señalando una zona verde. Busque árboles, abasto de agua, lejos de casas... bueno, usted ya sabe...
--Sí, coronel –.
--Prepare las condiciones. Salga de inmediato. Nosotros lo alcanzamos pasado mañana. Espero encontrarlo todo listo cuando llegue. ¿Qué hay con el fantasma?
--Ni la sombra –dijo el teniente.
--Ese es un recluta resingando. En cuanto lo coja me lo trae. Pa’ darle una patada en el culo, que no va a tener ganas de asustar a más nadie. Le voy a hacer lo mismo, que me hicieron los sicarios.
--Permiso para retirarme.
--Sí.
El coronel debía su hosquedad a la época del clandestinaje. Una vez fue apresado por el ejército de Batista. Sabe dios qué le hicieron, pero nunca más volvió a sonreír. Su rostro era compungido, como si las tenazas o un hierro caliente aún lo taladraran.
Los seis reclutas eran jóvenes acabados de salir de secundaria. Cargaron el Zil 130 con las expectativas de ir solos con el teniente, a un lugar lejano fuera de la unidad. Muchas cajas de leche condensada. Carne rusa en latas. Refresco instantáneo. Café. Sacos de arroz. Frijoles. Viandas. Hamacas. Sillas. Tiendas de campañas... Cada uno llevaba su fusil AKM y un cargador con balas de salvas. La pipa iba a remolque.
El chofer del Zil era un mulato de apellido Marzo. Los reclutas viajaban atrás, con los suministros. A las dos horas de camino, estaban en las inmediaciones de Gibara.
--Teniente... vamos a entrar al pueblo y tomarnos unos lagues –dijo Marzo.
--¡Estás loco...¡ Tenemos trabajo.
--El 17 de Diciembre mi tía va a dar un bembé en su casa. Lo voy a invitar.
--Yo no creo en santos –dijo el teniente Paz.
--Yo tampoco –dijo Marzo --, pero hay cantidad de jevitas y mucha jama. El ron es gratis, todo el que quieras. Lo invito.
--Vamos a ver. No te prometo nada.
El teniente sacó el mapa y ubicó el lugar.
--Debe ser aquí. Para.
Había un promontorio rematado por un algarrobo frondoso y dos guayacanes. El potrero llegaba hasta la costa. Un declive pronunciado y una cañada con marabú y zarzas. Se pusieron a levantar las tiendas. Antes de anochecer tuvieron todo listo. Llevaban los fusiles terciados. El cocinero era un negro gordo y muy limpio de apellido Basulto. Preparó arroz blanco, carne rusa y papas.
Después de comer, ataron hamacas a los árboles y se acostaron a descansar, balanceándose. Cuando el sol se estaba ocultando, sin saber de dónde, apareció un niño de seis años.
--¡Ehh... miren... un muchacho...¡ --exclamó Marzo.
--¿De dónde eres? –preguntó el teniente, acercándose.
--De lejos –dijo el niño.
--¿Qué haces por aquí?
--Nada... caminando... ¿y ustedes?
--Estamos de maniobra –dijo Marzo.
El niño echó un vistazo a las tiendas de campaña. Lo observaba todo, con mucha calma. Luego miró el algarrobo. Las hamacas colgadas en sus ramas y los reclutas.
--¿Qué pasa? –preguntó el teniente.
--¿Ustedes van a dormir ahí?
--Sí.
--¡Están locos...¡
--¿Por qué? –preguntó Basulto.
--Nada...
--¿Qué sucede, muchacho? –preguntó el teniente Paz.
--Ahí... en ese algarrobo... se ahorcó mi padre...
Todos se estremecieron. De un salto, los reclutas saltaron de sus hamacas. Se acercaron al niño.
--¿Qué tu dices?
--Una noche vino en su caballo... nadie sabe por qué... echó un lazo a esa rama... ¡esa, donde está la hamaca...¡ y espueleó al caballo. Quedó colgando...
Un silencio absoluto ensombreció el lugar. Dejó de ser algarrobo, era el sitio de un ahorcado. El niño continuó hablando.
--Tres días estuvo colgado ahí y nadie lo encontró. El caballo también murió ahí mismo, bajo ese árbol. Algunas gentes dicen que lo ve todavía por las noches relinchar y correr alrededor del...
--¿Al caballo? –preguntó Basulto.
--Sí...
--¿El fantasma de un caballo? –preguntó otro recluta. Ahora todos estaban con los fusiles en las manos.
--¿Y a tu padre? ¿Lo han visto?
--¡Claro¡ Cada vez que yo vengo por aquí es para saludarlo.
Observaron al niño con detenimiento. Miraban con respeto al árbol. Paz Felipe dijo.
--Eso es una leyenda de campo. En todos los sitios siempre hay un cuento de ahorcado –aunque no estaba muy seguro de inspirar confianza con sus palabras.
--Mejor nos vamos a otro sitio –dijo Marzo.
--Es muy tarde –dijo el teniente– además, este es el lugar asignado.
--¡Aquí yo no voy a pasar la noche...¡
El niño echó a andar por el declive. Desapareció tras la cañada. Cuando estuvieron solos, Basulto avivó la fogata de la cocina. Hizo café. Nadie hablaba. Mantuvieron los fusiles en las manos, cargados con balas de salvas. La noche fue cerrándolo todo. El promontorio se antojaba siniestro, un algarrobo con la figura de un hombre colgando... Cualquier ruido, ya pensaban que era el trote de un caballo desbocado.
--Vamos a organizar la guardia –dijo el teniente.
--¡¿Quéeee?¡ --la voz salió en coro.
--¡La guardia¡ --dijo el teniente mostrando autoridad.
--Yo no voy a hacer guardia –dijo un recluta muy joven. Tal vez tuviera quince años.
--¡Todos vamos a hacer guardia! ¡Yo voy en el primer turno! --el teniente Paz bebió un poco de café que Basulto repartió, con mucho cuidado de no mirar el árbol. Nadie había vuelto a acercarse a las hamacas. –La segunda guardia te toca a ti, Emiliano, a las doce. Luego tú, Fonseca –era el joven de quince años --, a las dos. Pedro, la cuarta, a las cuatro. La última, Marzo, al amanecer. ¡No quiero que nadie se raje¡ ¡Recuerden que estamos en alarma de combate¡
Todos se metieron en la tienda de campaña y se apiñaron. El aire de Diciembre batía las hojas de los guayacanes, pero en el algarrobo reinaba una paz intensa.
El teniente hizo la primera guardia. Hasta las doce. En ese tiempo tuvo oportunidad de repasar algunas circunstancias propias de sus funciones como jefe militar. Ya el despliegue estaba, en el lugar asignado. En dos días aquello estaría repleto de oficiales. Comunicaciones con unidades vecinas. Partes. El coronel, de un lado a otro, dando órdenes. Preguntando si faltaba mucho para el almuerzo. Si el café era recalentado. Los mapas sobre la mesa, derrotando a un enemigo que no resistiría los embates de la gran unidad 1640, de Holguín. Punta de lanza, como la llamaban.
El viento de la noche, giró el humo de la fogata en dirección al árbol formando siluetas espeluznantes. No se veía mucho a unos pasos. Desarmó con toda su calma el fusil y con un trapo limpió el arma. El olor a grasa de conservación le recordó su cuarto en medio del campo. Y a las muchachas misteriosas, entonces quiso tener una allí, para que le hiciera un trabajo de limpieza a su otra arma. Llevaba dos semanas sin verla pasar. Desde aquella complicada experiencia con la muchacha rubia, decidió tomarse un descanso. Se preguntó otra vez, ¿qué pasaba con esas mujeres?
Recordó la noche que los reclutas lo llevaron al barrio de las divorciadas. Una agrupación de casas pequeñas, donde todas las mujeres estaban separadas de los maridos. No se hablaba mucho, (era una característica común de esa provincia oriental). Se conocían y ya. Le presentaron a una mujer hermosa, pero maltratada por las circunstancias. Su casa, era pequeña pero limpia.
--Espera que se duerman los niños –dijo y lo escondió en el baño.
Estuvo un rato allí, en la humedad y el goteo persistente de los salideros, hasta que la mujer vino, se arrodilló y le hizo un magnífico trabajo con la boca. Luego se viró de espaldas y sujetada a la ducha, se penetró ella misma. Nunca antes vio algo así. Fue tratado por aquella mujer como el amor de su vida. Parecía que se conocieran de años. Al marcharse, desde la puerta le dijo adiós con la mano. ¿Qué pasa con ellas? ¿Será un signo desconocido en el zodiaco?
Hasta que apareció la rubia y aquella experiencia complicada. Dos semanas atrás, muy tarde en la noche, regresaba del club de oficiales medio borracho y la encontró en el camino. Ella dijo que vivía sola. Lo invitó a su casa, en el barrio Piedra Blanca. Era la última casa, luego estaba el campo y una laguna neblinosa que se extendía hasta Guirabo.
Lo llevó directamente al cuarto. Encontró una cama con un mosquitero y en un rincón, el altar con velas prendidas a los santos. Ofrendas. Flores. Gallinas muertas. Palomas decapitadas. Y la cabeza desangrada de un chivo. Le quitó la camisa y lo invitó a acostarse. Luego, como en un ritual, regaba esencias por toda la casa. Cantaba en una lengua extraña. Habló en voz baja con los santos. Pero no se acostaba. Varias veces se acercó hasta él y le dijo.
--Descansa... descansa... duerme un rato...
Aquello le parecía raro. Las otras, se despedían y ya. Pero la rubia le pidió con insistencia que cerrara los ojos y durmiera.
Daba unas vueltas, alzaba el mosquitero y repetía:
--Duerme... duerme...
Entonces cerró los ojos a ver qué pasaba. La rubia fue a otro cuarto. A través del mosquitero la vio hablando con alguien. Se puso alerta. Una negra, gorda, con un pañuelo rojo atado en la cabeza, afilaba un enorme cuchillo. Inmediatamente se puso de pie. Tomó la camisa y corrió a la puerta de la calle.
Las dos mujeres salieron del cuarto y corrieron tras él, pero ya estaba afuera y logró alejarse por el camino con la camisa en la mano.
El grito de la rubia retumbó en la oscuridad de Piedra Blanca.
--¡Párate... no te vas a escapar...¡
Su carrera puede considerarse endemoniada. Pasó como una exhalación por las postas y no se detuvo en su cuarto. Durmió esa noche en la compañía de seguridad y desde entonces, se apartó de aquellas mujeres extrañas.
Luego vino el cuento del fantasma de la unidad. Lo nombraron jefe del grupo para apresarlo. Y ahora éste otro... el ahorcado... y con un caballo fantasma adicional... la oscuridad era absoluta y la fogata chispeaba. Miró el reloj. Doce y veintisiete. Hace rato debió llamar a Emiliano.
Fue a la tienda de campaña y encontró a los reclutas durmiendo apiñados.
--¡Vamos... Emiliano... te toca la guardia...¡
--¿Ehh... qué...?
--¡Levántate... te toca la guardia?
--¿A mí...?
--¡Claro... levántate¡
El teniente se acostó en el lugar que dejó Emiliano y se durmió enseguida.


Al despertar por la mañana, encontró que les habían robado.
--¿Qué pasó, Basulto?
--Faltan tres cajas de leche condensada... dos de carne rusa, un saco de arroz y todo el refresco instantáneo...
--¡¿Cómo...?¡
--¡Así mismo, jefe...¡
--¡De pinga¡ ¡¿Quién aguanta al Perro cuando llegue mañana?¡
Regresó a la tienda. Dio un ¡de pie...¡ violento a los reclutas, con un par de cojones y cagándose en sus madres.
–¡Porque estoy seguro que abandonaron la guardia¡ ¡Eso fue lo que pasó¡ ¡Dejaron la guardia sola... vino el fantasma y se despachó la comida¡ ¡Cojones... debe haber comido hasta el caballo¡
Los reclutas salieron semidormidos, cabizbajos, no hacía falta que hablaran. Paz Felipe hizo un conteo completo de los fusiles, por suerte no faltaba ninguno.
--¿Cuántos días durará esta maniobra? –preguntó el cocinero.
--Una semana.
--La leche que dejaron alcanza solo para dos días y no hay carne...
--¡Emiliano... ven acá...¡ ¿Tú hiciste la guardia?
El recluta terminó de ponerse el uniforme.
--Bueno... yo... estuve un rato y...
--¿Y qué?
--¡Escuché el trote de un caballo... teniente...¡
--El trote de un caballo... ¿Eh? ¿Qué más?
--Bueno... fui a despertar a Fonseca... pero no quiso levantarse...
--¿Qué piensan ustedes que es esto? ¿Un campismo o qué bolá? ¡Nos robaron... oyeron... nos robaron...¡ ¡Abandonaron sus guardias¡ ¡En tiempo de guerra eso es consejo militar¡
Los reclutas estaban callados, formando una escuadra. Basulto fue a preparar el desayuno y gritó:
--¡Teniente... el café también se lo llevaron...¡
--¡Me cago en la fana...! --dijo el teniente --,¡Van a comer mierda ahora! ¡Ni desayuno, ni almuerzo... nada!
Dio paseítos por la planicie. Luego bajó a la cañada. La escuadra mantuvo su formación, con los fusiles terciados. Cuando regresó dijo.
--¡Ese muchacho...! ¡Estoy seguro... tiene que ver con algo! ¡Escuchen bien, si vuelve... que nadie hable!

La mañana transcurrió nublada y sin palabras. De vez en cuando el teniente iba hasta el Algarrobo, buscando huellas. El sol salió al mediodía, pero volvió a ocultarse. Tampoco almorzaron. Estaban consternados y con hambre. En otoño el algarrobo y los guayacanes habían soltado muchas hojas y un suave colchón reblandecía el suelo. Se acostaron sobre hierbas secas y hojarascas. A las cuatro de la tarde, el niño apareció como por arte de magia.
--¡Eh, muchacho... ¿qué haces?! --le preguntó el teniente.
--Nada... voy para mi casa.
--¿No te da miedo andar solo por estos lugares?
--No, de día no. ¡Pero de noche... no paso por aquí a nada! En ese árbol se ahorcó mi papá. Vino una noche en su caballo y se colgó de esa rama.
--Qué triste –dijo el Teniente --, ¿quieres pan?
--No.
--¿Un dulce?
--No.
--Hoy fuimos al pueblo y trajimos comida para un batallón. Jamón, pollo garbanzos... ¿Quieres una malta?
--No, gracias... tengo que irme. Se me hace tarde.
--Bueno... aquí estamos –dijo el teniente --, es un lugar muy bonito. Lástima lo de tu padre.
--Sí –dijo el niño --, cuando lo recuerdo, me da miedo este lugar. Y más por la noche... que sale el caballo y se oyen gritos y llanto... –esto lo dijo mientras se alejaba.
--¡Fonseca..., sin que te vea... mira para dónde va...!
El recluta lo siguió con cuidado, pero regresó un rato más tarde, sorprendido.
--¡Teniente,... el niño de repente desapareció... iba caminando y ya...! ¡No lo vi más...!
--¡Tú no sirve ni para seguir a un muchacho...!
--¡Se lo juro, por mi madre... yo iba detrás y de pronto... nada!
--¡Esto no me gusta! --dijo Emiliano.
--¿No será que el niño es el fantasma? –preguntó Marzo.
--¿Ustedes van a seguir con el fantasma?
--Bueno, teniente... –dijo Fonseca, el quinceañero --, en la unidad está saliendo un fantasma por las noches... ¡y ése sí que lo he visto! ¡Alto como una palma y con la cara alumbrada!
--¡Yo también lo ví! --dijo Emiliano.
--¡Y yo! --dijo Pedro.
--¡Sí... ya sé...! El coronel me designó jefe del grupo antifantasma. Cuando se acabe esta maniobra tendré que atraparlo. ¡No me lo recuerden más...!
--¿Y... no hay nada de jama... teniente? –preguntó Emiliano.
--¡Nada¡ ¡A comer fantasmas...! --dijo Paz y se fue hasta el algarrobo a pensar.
Anocheció rápidamente. Tras un día sin comer, los reclutas estaban muy hambrientos, pero ninguno dijo nada. Encendieron el fuego en la cocina y algunos se bañaron con el chorro de la pipa. La fogata resplandecía sobre el Algarrobo y sombras de ramas al moverse, los sobresaltaban.
--¿Qué usted cree que sea? –le preguntó Basulto al teniente Paz.
--Habla bajo... deben estar bien cerca, espiando.
--¿Quién?
--El mismo que nos robó anoche. Ya el niño debe haberles dicho que trajimos pollo y jamón. ¡Ojalá muerdan la carnada¡
--¿Qué carnada?
--¿Basulto... tú eres pinareño o te haces?
--¡Teniente... es que tengo un hambre...!
--¡Yo también! ¿O crees que tengo el estómago de palo?
--¿Quiere que hierva unas papas? –dijo el cocinero animado.
--¡Nada¡ ¡Aquí hoy no se va a comer nada¡ ¡Tú no sabes qué buena disciplina es el hambre¡ ¡Esa sí que no cree en fantasmas¡
Un par de horas después cayó una ligera llovizna y todos entraron en la tienda, pero antes, Basulto protegió el fuego con un pedazo de zinc.
--Marzo, ven acá... – dijo el teniente --, de todos estos pendejos, me parece que tú eres el único que sirve para mi plan.
--¿Yoooo...?
--¡Sí, tú¡ ¿No dijiste que no crees ni en los santos?
--Bueno... yo...
--Escucha... vamos a coger al fantasma, esta noche.
--¡Pero, teniente... el niño dijo que un caballo...¡
--¡Es verdad. Por la mañana encontré huellas de un caballo y pisadas...
--¡Ah... ¿entonces es verdad?¡
--¡Es un cuento¡
--Teniente, me va a volver loco... ¿es verdad o un cuento?
--Las dos cosas.
--No entiendo...
--Marzo, las huellas de caballos y las pisadas son reales, el robo es real... Vamos a esperarlos. ¡Quién sea¡ ¡Mantén listo tú fusil, cuando yo te avise lo rastrillas y haces como que vas a disparar¡ Del resto yo me encargo.
--Teniente... ¿vamos a matar al fantasma con balas de salvas?
--Ellos no saben que son salvas. Compórtate como si tuvieras balas de verdad.
--Entiendo... y por qué no le avisamos a los demás. Entre más bulto...
--Menos claridad –dijo el teniente --, pueden echar a perder mi plan. No sé cuál es la artimaña... si algún pendejo de éstos escucha algo raro, puede asustarse y delatarnos.
--¡Es verdad... teniente... usted es un taco¡
--Lo que sucede es, que cuando llegue mañana El perro y no encuentre café, leche, carne, me busco un lío de ampanga. ¿Tú crees que le voy a decir que los robó un fantasma?
--Mañana vienen las tropas, es verdad... pero, sinceramente... !tengo un tronco de hambreeee¡
--Descansa un rato. Imagino que vengan a robar de madrugada.
Marzo se acostó en el piso de la tienda y el teniente Paz Felipe, con 19 años, jefe del despliegue movilizativo de una gran unidad de combate, con un fusil cargado con balas de salvas, se mantuvo quieto en la entrada de la tienda, mirando las sombras del algarrobo discernirse cuando el viento agigantó las llamas. ¿Cuánto serán? ¿Tres, cuatro? Mucha gente no sirve para robar.... ¿Pero, cómo vendrán? ¿Disfrazados? Debo esperar que estén con las manos en la masa... no puedo desesperarme... Descubrió que se estaba convirtiendo en un experto cazador... ¿Y el otro? ¿El fantasma de la unidad? Varios reclutas y oficiales dan serios testimonio que es cierto. El coronel dio órdenes a las postas de no disparar. Está seguro que es un recluta creando pánico. Algo común en campamentos y escuelas en el campo. ¿Y la rubia, insistiendo en que se durmiera? ¿Y la negra con el cuchillo en el otro cuarto? ¿Querían su corazón... su alma... o tal vez arrancarle la pinga y dársela a los santos? Se libró aquella noche, cuando corrió en la oscuridad por el camino de Piedra Blanca. ¿Y hoy? ¿Se libraría hoy? ¡Tal vez vengan armados... los ladrones siempre vienen armados...¡
Cesó la llovizna, pero él no se movió del lugar. Mantuvo su fusil en posición de asalto, como si tuviera proyectiles reales. Su reloj marcaba la doce y treinta. ¿A qué hora exactamente salen los fantasmas? La hora buena para el ladrón es de tres a cuatro de la mañana, le escuchó decir una vez al viejo Chago Renda, que de joven fue asaltante de caminos y perpetrador de casas. Le faltaba una pierna producto de gangrena y decía que era una maldición, por todo el daño que causó en su juventud. Cada vez que le cortaron un pedazo de pierna o se enfermaba decía:
--¡Estoy pagando...¡
Le contó muchas historias de estafas, falsificaciones de dinero, trampas en el juego y cómo preparar tragos con polvo de uñas, para embrujar a las mujeres y poseerlas. Siempre dijo, que la hora de los ladrones era de tres a cuatro, pero jamás mencionó el horario de los fantasmas. Si eran ladrones de carne y hueso como pensaba, el viejo Chago Renda les iba a dar un chasco.
Sopló un viento sur y el humo del fuego giró hacia él. La leña quemada era perjudicial para los asmáticos, pero medicina y un compañero envidiable, cuando se vive desprovisto, aislado y velando. Tiznaba y servía de enmascaramiento perfecto en las emboscadas y golpes de manos. Cerró los ojos para refrescarlos. Se observó por dentro. Era un joven saludable y fuerte, con seis reclutas del estado mayor de retaguardia, aterrorizados. Pero, ¿qué hacia allí, en medio del campo, en una noche oscura, tan lejos de su casa? ¿Atrapando fantasmas? ¿O, en una guerra contra un enemigo que nunca viene... que solo existe en los mapas? ¡Concéntrate, tu misión es recuperar la carne rusa¡ ¡La leche condensada¡ Refresca tus ojos, que vas a necesitarlos... Descansa... Descansa... Se hablaba con el mismo tono impostado que utilizó la rubia... y se quedó dormido. En el sueño se vio al frente de la unidad antifantasmas. Eran unos comecandelas, que perseguían un hálito blanco por el campo. Se abalanzaban sobre el espectro de cara alumbrada, alto como una palma, despedazándolo. Volaron sobre la división 1640, como si tuviesen alas. Abajo estaban los zapadores, antiaéreas, tanques. El poderoso regimiento 1005, minúsculo en la inmensa planicie. Su cuarto, una mancha de nafta. En las postas, las mujeres furtivas esperando reclutas, miraban el cielo. Muchas de ellas, penetradas, detenían un instante sus movimientos lujuriosos, para seguir la dirección del combate. Al mismo tiempo, se encontró en el estado mayor y en la posta de entrada. La capacidad aérea que poseían era insólita y no le dieron ni un segundo de tregua al fantasma. Cansado, hecho jirones, no pudo más... se rindió... El teniente lo sostuvo contra unas rocas y desenmascaró la patraña. ¡Era Marzo¡ ¡Envuelto en una sábana blanca. Alumbrándose la cara con una linterna y montado sobre zancos¡ ¡¿Qué pinga te pasa... Marzo?¡ ¿No sabes que pudieron matarte? De repente, se dio cuenta que Marzo llevaba una máscara... y se la quitó, entonces era Emiliano... ¿Tú? ¡Tan cobarde... y asustando a la unidad...¡ Pero se dio cuenta del ardid y quitó sucesivamente varios disfraces que dejaron ver las caras de Pedro, Basulto, Fonseca y al final, la cuadrada y perruna facciones del coronel que rompió una tétrica carcajada... ¡Excelente... muy bien...¡ ¡Solo estaba comprobando la capacidad de combate contra fantasmas...¡
Era 17 de Diciembre, día de San Lázaro. El coronel, como premio a su victoria sobre el fantasma, le dio al teniente Paz Felipe el día feriado.
--¡Teniente... vamos a la fiesta de San Lázaro en casa de mi tía...¡ --le recordó Marzo.
--!Vamos¡ --el teniente estaba animado.
--Hay un problema. – lo detuvo Marzo --. Primero tengo que buscar el hielo y el pan para la unidad. Acompáñeme. Luego nos vamos a la cumbancha.
Montaron en el ZIL 130 y fueron al centro de elaboración. Cargaron varias planchas de hielo y sacos de pan. Cuando regresaban a la unidad, antes de entrar, sonó la alarma de combate.
--¡De pingaaaa...¡ --dijo Marzo --, ¡se jodió la fiesta...¡
--Así mismo –dijo el teniente Paz.
--¡No..., que vá...¡ ¡Hoy es día de San Lázaro¡ ¡Mi tía tiene diez cajas de lague y cien botellas de ron... qué vá...¡ --dio la vuelta en redondo allí mismo frente a la posta principal y regresó a la ciudad.
--¿Qué haces... Marzo? ¡No escuchaste que estamos en alarma de combate¡
--¡Qué alarma... ni alarma...¡ ¡Siempre estamos en alarma de combate¡ ¡Y siempre es un simulacro¡
--¡Cojone, regresa... esta vez puede ser de verdad¡
Pero Marzo apretó el acelerador y el ZIL 130 cargado de hielo y panes entró a la ciudad de Holguín por una calle del reparto Aguas Claras. Se detuvo en una estrecha calle, frente a una casa de dos plantas. Había música y la gente bailaba. Salió una mujer llena de collares. Se acercó al camión.
--¡Qué bueno...¡ ¡Llegó el hielo y el pan¡ --llamó a unos hombres --. ¡Ayuden a bajar la mercancía¡ --luego se dirigió al sobrino --, la falta que nos hace el hielo. Ahora mismo pongo a enfriar las cervezas. Con el pan, voy a preparar bocaditos. ¡Vengan... bajen... que la fiesta está buenaaaa...¡
La casa desbordaba gente. Un inmenso altar con toda clase de ofrendas ocupaba un tercio de la sala. San Lázaro, majestuoso y vestido en un capa morada, miró con enfado al teniente Paz.
--¡Ah... porque tú no querías venir...¡ --le dijo San Lázaro.
¡Coñóooo... un santo que habla¡, se dijo el teniente, pero al parecer era normal. Todos iban, se arrodillaban, pedían, imploraban. San Lázaro respondía. Paz Felipe, algo nervioso, confesó.
--Es que yo... no me han educado en esto. Soy militar.
--¿Y qué? ¿No eres humano?
--Sí, pero...
-- ¿Recuerdas al fantasma? –le preguntó San Lázaro.
--¿Cuál de ellos? ¡Porque ahora mi vida está llena de fantasmas...¡
--El que te robó la comida en Gibara, ¿no te acuerdas? ¡Yo te ayudé a cogerlos... yo estaba allí, aquella noche, a tu lado¡
En una sublime acotación de sueño y realidad, el teniente hizo un esfuerzo de inteligencia militar, para sacarle información a San Lázaro. Quiso saber el modo exacto de atraparlo. Pero cuando el santo iba a describirle los hechos, lo despertó el siniestro trote de un caballo. Faltó muy poco para que el teniente Paz sufriera un infarto. Casi dispara y echa a perder la emboscada. Pero se contuvo... y quedó pasmado... sobre el promontorio, junto al algarrobo, un jinete sobre un caballo definía su figura abstracta. Estuvo parado allí, dejándose ver, nada más.
--Es un hombre sobre un caballo... no es un fantasma -- se dijo Paz Felipe, para darse ánimo. Tenía un miedo infinito, pero al otro día llegaba su unidad, con tropas, camiones, fuego de artillería, tanques. Esa gente sí no cree en fantasmas, ni en comida robada y lo iban a pasar por el tribunal sumario. A rastras entró en la tienda y despertó a Marzo.
--¡Cállate... no hables nada... coge tu fusil y ven...¡
--¿Qué pasa... teniente...?
--¡Cállate... ven¡
Los dos hombres se arrastraron hasta la entrada de la tienda y observaron. Cuando Marzo vio al caballo con la figura montada por poco da un grito de espanto.
--¡Silencio¡ ¡Es solo un hombre y un caballo¡ ¡Vamos a ver qué hace¡
La silueta estuvo un rato sin moverse, luego desmontó, despacio. Una figura baja se unió a él, a la sombra de la noche y esperaron. Silencio absoluto reinó en aquel paraje. El fuego de la cocina estaba casi apagado. Convencidos que no habían guardias, como dos verdaderos fantasmas, se acercaron directamente a la tienda donde guardaban los víveres y entraron.
Fue el preciso momento, que aprovechó el teniente, para ponerse de pie con Marzo, rastrillar los fusiles y gritar con todas las fuerzas:
--¡Alto... cojone o disparo..¡
Los otros reclutas, despiertos con el grito, salieron de la tienda con los fusiles en las manos. Cercaron por instinto el lugar que el teniente señalaba.
--¡Salgan hijos de putas... salgan...¡
Basulto encendió una linterna y alumbró dentro. El niño y otro hombre, salieron con los brazos en alto.
--¡Así que éste era el fantasma¡ --dijo el teniente Paz, con voz delirante. --¡Al piso... los dos... al piso¡
Ante la fuerza militar, el hombre y el niño se acostaron en la tierra, con los brazos cruzados sobre sus cabezas. Basulto avivó el fuego de la cocina y los rostros se hicieron visibles. El apresado era el vivo retrato del muchacho.
--¡Este debe ser tu padre... el ahorcado¡ ¡Busca sogas, Emiliano... amárralo... rápido¡
Emiliano amarró fuertemente al hombre. Al niño no lo tocaron.
--¡Mata al caballo¡ --dijo el teniente Paz, si saber qué hablaba --, dale Emiliano... mata al caballo¡
--¡Al caballo no... por favor¡ --dijo el padre del muchacho desde el suelo, casi llorando --, ¡por favor... no mate al caballo¡
--¡Mátalo... Emiliano... cojone...¡
El recluta se acercó al teniente y le dijo bajito en el oído.
--Teniente... lo que tengo son balas de salva... ¿Cómo lo mato?
--¡Cállate..¡ --susurró el teniente --, tengo que impresionarlo... para que me diga que hicieron con lo robado...
--¡Ah...¡ --Emiliano comprendió la táctica. Rastrilló su fusil y dijo casi gritando. --¡Toda mi vida he soñado con matar un caballo¡
--¡Al caballo no¡ --gritó el hombre desde el piso.
--¡Que no mate al caballo?¡ ¿Y la comida que se robaron anoche? ¿Dónde está? ¡Habla rápido¡ ¡Baja la cabeza... y habla rápido¡ ¿Dónde está?
El hombre se quedó callado. El teniente se dirigió a Emiliano. --¿Qué pasa con el caballo, Emiliano...? ¡Acaba de matarlo?
--¿Le doy un tiro en la cabeza teniente, o primero le parto las patas?
--¡No... por favor... se los voy a decir... está en una cueva cerca... llévalos...¡ --se dirigió al muchacho.
--¡Ah... una cueva cerca...¡ ¡Qué bien...¡ ¡Vamos niño¡ ¡Enséñame donde el fantasma guardó la comida¡ ¡Y ustedes, al menor movimiento disparen¡ ¡Emiliano... cualquier cosa que pase, ¡mata al caballo¡
--¡Despreocúpese teniente¡ Le tengo el cañón del fusil en la misma cara¡
Basulto y Pedro acompañaron al teniente y al niño hasta la cueva, dentro de la cañada. Por el camino el muchacho iba tranquilo, como si no sucediera nada. En un risco, apartó una enmarañada agrupación de ramas y apareció un oscuro agujero. El teniente alumbró con la linterna y allí estaban las cajas de leche condensada, carne rusa, arroz, café... y cosas para pernoctar. Regresaron cargados y tuvieron que dar otro viaje. En el trayecto el niño no contestó ninguna de las preguntas del teniente. Caminaba tranquilo, como si no hubiera ocurrido absolutamente nada. El teniente lo miraba con fijeza. No tendría más de seis años.
Cuando recuperaron todo y Basulto informó que no faltaba nada, el teniente los llevó en el ZIL 130 a la estación de policía, en Gibara. Al amanecer regresó al campamento. Encontró a los reclutas montando al caballo a todo galope, por las inmediaciones. El caballo se notaba aterrorizado, por el ir y venir de un lado a otro con gente tan incansables.
--¡Prepara un buen desayuno, Basulto¡ ¡Nos lo ganamos¡ --dijo el teniente dejándose caer junto al algarrobo. --¡Ustedes... suelten al caballo¡

Cuando Basulto le llevó café al poco rato, estaba quieto, con los ojos perdidos en la nada.
--Tome, teniente... !Cuidado, no vaya a virar el vaso¡ ¿Qué le pasa?
--¡El muchacho, Basulto... es un niño¡ ¿Qué será de él?
--Es un muchacho malo –dijo Basulto –¡dé gracias que pudo recuperar la comida... dé gracias¡ ¡A dios, a los santos, no sé... pero dé gracias¡
--Debe tener seis años... –murmuró el teniente sin probar el café.
A los lejos, por la carretera, comenzaron a aparecer los primeros camiones cargados de tropas. Una caravana, que avanzaba lentamente. En una hora aquello se convertiría en un hormiguero de oficiales y soldados, partes de guerras, voces de mando, mapas, donde un enemigo sería aplastado por la defensa del país más aguerrido que vieron ojos humanos. Al recibir marcialmente al coronel jefe de retaguardia. con su escuadra lista, el teniente Paz Felipe informaría que el grupo de despliegue movilizativo de la división de combate, cumplió la misión asignada... Pero no pensaba en nada de esto ahora. Sus ojos continuaron enmarcados por una neblina blanca:
--No tiene más de seis años... solo seis, no más...

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