Playa, La Habana, 9 de julio de 2009, (SDP) La revolución cubana es como una de esas viejas arrugadas y pellejudas que al pedírseles el álbum de quinceañera se gastan en mil excusas para evadir la solicitud porque, realmente, nunca tuvieron quince.
Mas para los nacidos después de 1959, que representan las tres cuartas partes de la población cubana y que no conocieron otra cosa como no sea la sociedad totalitaria, la”época de oro” del castrismo coincidió con la década de los años ochenta del siglo pasado.
Asignarle al castrismo una época de oro es, cuando menos, una ligereza cuya superficialidad raya en lo ingenuo.
Pero veamos cuanto de cierto y justo hay en tal aseveración. Tratemos de ser lo más desapasionados posible de manera que nuestro juicio esté libre de inconsecuencias y extremismos.
Durante la época mencionada, el peso cubano tenía más poder de compra que hoy día. Cierto. Tomando como referencia el renglón preferido del cubano en cuanto a alimentación se refiere, la carne de puerco, ésta se vendía a $4,50 la libra, o sea, a un precio cinco veces inferior al actual. Ello nos permite decir que el peso tenía, aproximadamente, cinco veces el valor de compra actual.
En aquel entonces el sueldo promedio era de unos 100 pesos cubanos mensuales. O sea era tres veces menor que el actual. Como vemos, existía un saldo favorable al que debemos agregar mayor número de productos subsidiados a través de la cartilla de racionamiento. En conclusión, la familia promedio se bandeaba mejor y en el caso de trabajar los dos cónyuges, que resultaba lo más frecuente, podían darse el lujo de “comer fuera” una vez al mes o llevar a los muchachos a la playa con igual asiduidad.
Por supuesto que comparado con la realidad de hoy, aquella era mucho más llevadera; amen de que los hoteles no estaban destinados al turismo y su acceso no dependía de la tenencia o no de moneda convertible. El acceso a los mismos era en pesos cubanos.
Aun así el nacional debía vestirse a tono con las confecciones chinas de oferta poco variada y alguna que otra vez adquirir una prenda de vestir en tiendas especializadas cuya mercancía, según se informaba, procedía del decomiso aduanero y de importaciones selectas de los hermanos países socialistas del este de Europa. Entonces no existían las tiendas en moneda fuerte y los artículos de países capitalistas sólo se adquirían en las tiendas para diplomáticos o “diplotiendas”.
La fascinación por todo lo procedente del mundo capitalista era tal que se pagaban 150 pesos por un pantalón vaquero a un vendedor furtivo, el cual se lavaba muy poco para que no destiñera y durase más. Los frascos de vidrio y de plástico de productos capitalistas como el champú, eran codiciados objetos de adorno que engalanaban el baño de la casa; envases de aluminio vacíos de Coca cola y de Pepsicola se ponían en vitrinas, repisas y mesitas de centro, como muestra del poder y la solvencia del núcleo familiar. Los marinos mercantes eran los tipos del momento porque monopolizaban el derecho a viajar al extranjero, privilegio reservado para la alta nomenclatura.
La mayoría de los hogares cubanos tenía un televisor soviético marca KRIM en blanco y negro cuando en el resto del mundo casi todos estos aparatos eran a colores. Los radios portátiles VEF y SELENA, de factura soviética, pesaban una enormidad con relación a los japoneses y alemanes, pero eran los únicos asequibles; justo es decir que resultaban fuertes y duraderos; el cubano los llevaba a todas partes, al trabajo voluntario, al malecón y a las posadas para hacer el amor mientras oía musiquita.
En la capital cubana, y como gesto de solidaridad con los “países hermanos”, se abrieron restaurantes con los nombres de: “Praga”, “Varsovia”, “Budapest” y por supuesto, “Moscú”. Este último era el más frecuentado ya que, además de una agradable ambientación, se podía disfrutar en él de una “salianka” (sopa) con muy buen surtido proteico. El restauran fue devastado por un incendio. El hecho quedó en el misterio pues el gobierno nunca dijo si se quemó o le dieron candela.
Por lo demás, el país vivía inmerso en la misma tranquilidad de tranca en que vive hoy y la gente solo abría la boca cuando iba al dentista. Eso sí, el ciudadano hacía mucha guardia por el Comité de Defensa de la Revolución, realizaba trabajo “voluntario” frecuentemente y, por supuesto, andaba más tranquilo que estate quieto. La oposición pacífica visible estaba compuesta por cuatro gatos; eso sí, tan reducida como heroica, empecinada y perseverante.
osmariogon@yahoo.com
Mas para los nacidos después de 1959, que representan las tres cuartas partes de la población cubana y que no conocieron otra cosa como no sea la sociedad totalitaria, la”época de oro” del castrismo coincidió con la década de los años ochenta del siglo pasado.
Asignarle al castrismo una época de oro es, cuando menos, una ligereza cuya superficialidad raya en lo ingenuo.
Pero veamos cuanto de cierto y justo hay en tal aseveración. Tratemos de ser lo más desapasionados posible de manera que nuestro juicio esté libre de inconsecuencias y extremismos.
Durante la época mencionada, el peso cubano tenía más poder de compra que hoy día. Cierto. Tomando como referencia el renglón preferido del cubano en cuanto a alimentación se refiere, la carne de puerco, ésta se vendía a $4,50 la libra, o sea, a un precio cinco veces inferior al actual. Ello nos permite decir que el peso tenía, aproximadamente, cinco veces el valor de compra actual.
En aquel entonces el sueldo promedio era de unos 100 pesos cubanos mensuales. O sea era tres veces menor que el actual. Como vemos, existía un saldo favorable al que debemos agregar mayor número de productos subsidiados a través de la cartilla de racionamiento. En conclusión, la familia promedio se bandeaba mejor y en el caso de trabajar los dos cónyuges, que resultaba lo más frecuente, podían darse el lujo de “comer fuera” una vez al mes o llevar a los muchachos a la playa con igual asiduidad.
Por supuesto que comparado con la realidad de hoy, aquella era mucho más llevadera; amen de que los hoteles no estaban destinados al turismo y su acceso no dependía de la tenencia o no de moneda convertible. El acceso a los mismos era en pesos cubanos.
Aun así el nacional debía vestirse a tono con las confecciones chinas de oferta poco variada y alguna que otra vez adquirir una prenda de vestir en tiendas especializadas cuya mercancía, según se informaba, procedía del decomiso aduanero y de importaciones selectas de los hermanos países socialistas del este de Europa. Entonces no existían las tiendas en moneda fuerte y los artículos de países capitalistas sólo se adquirían en las tiendas para diplomáticos o “diplotiendas”.
La fascinación por todo lo procedente del mundo capitalista era tal que se pagaban 150 pesos por un pantalón vaquero a un vendedor furtivo, el cual se lavaba muy poco para que no destiñera y durase más. Los frascos de vidrio y de plástico de productos capitalistas como el champú, eran codiciados objetos de adorno que engalanaban el baño de la casa; envases de aluminio vacíos de Coca cola y de Pepsicola se ponían en vitrinas, repisas y mesitas de centro, como muestra del poder y la solvencia del núcleo familiar. Los marinos mercantes eran los tipos del momento porque monopolizaban el derecho a viajar al extranjero, privilegio reservado para la alta nomenclatura.
La mayoría de los hogares cubanos tenía un televisor soviético marca KRIM en blanco y negro cuando en el resto del mundo casi todos estos aparatos eran a colores. Los radios portátiles VEF y SELENA, de factura soviética, pesaban una enormidad con relación a los japoneses y alemanes, pero eran los únicos asequibles; justo es decir que resultaban fuertes y duraderos; el cubano los llevaba a todas partes, al trabajo voluntario, al malecón y a las posadas para hacer el amor mientras oía musiquita.
En la capital cubana, y como gesto de solidaridad con los “países hermanos”, se abrieron restaurantes con los nombres de: “Praga”, “Varsovia”, “Budapest” y por supuesto, “Moscú”. Este último era el más frecuentado ya que, además de una agradable ambientación, se podía disfrutar en él de una “salianka” (sopa) con muy buen surtido proteico. El restauran fue devastado por un incendio. El hecho quedó en el misterio pues el gobierno nunca dijo si se quemó o le dieron candela.
Por lo demás, el país vivía inmerso en la misma tranquilidad de tranca en que vive hoy y la gente solo abría la boca cuando iba al dentista. Eso sí, el ciudadano hacía mucha guardia por el Comité de Defensa de la Revolución, realizaba trabajo “voluntario” frecuentemente y, por supuesto, andaba más tranquilo que estate quieto. La oposición pacífica visible estaba compuesta por cuatro gatos; eso sí, tan reducida como heroica, empecinada y perseverante.
osmariogon@yahoo.com
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