La Chirusa, Santa Clara, Villa Clara, 2 de julio del 2009 (SDP) Hay en la sociedad cubana un status socio-político permanente: ser fidelista. Son personas que reconocen los errores del sistema implantado, pero defienden a ultranza y tratan de justificar las acciones criticadas por la mayoría de la población. Este tipo de personalidad se puede encontrar en cualquier estamento de la sociedad cubana. Vemos seguidores a toda costa del gobierno, tanto en los cargos de mayor envergadura de la nomenclatura castrista, como hasta en las más humildes responsabilidades a nivel de las barriadas.
Por su repercusión ante los medios de prensa nacionales e internacionales, toda corruptela que es destapada en las máximas esferas gubernamentales, es de un rápido conocimiento público. Los análisis son casi inmediatos ante los visos de descomposición en las más elevadas cotas de los mando estatales.
Sin embargo, no ocurre así con los desvíos de recursos o abusos de responsabilidades que hacen los dirigentes de base. Ellos no cayeron de otro planeta y mucho menos están encerrados en una urna de cristal, por lo que la corrupción como problema social también los absorbe como a cualquier nacional.
Estos representantes de Fidel y Raúl Castro en cada una de las cuadras que habitan, sacan partido a las cotidianas ilegalidades que acontecen en todas las jurisdicciones. Mas allá de combatir las violaciones de la ley, estos probados fidelistas se hacen de la vista gorda a conveniencia. Razonan que una cuestión es la indiscutible fidelidad al proceso de la familia Castro y otra bien distinta constituye sobrevivir materialmente dentro del mismo.
Se observa una dicotomía entre el discurso retórico-político de fidelidad a la revolución cubana, siempre en contraste con la cotidianeidad de vivirlo día a día.
Con sus menguadas jubilaciones de oficiales retirados del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias o el Ministerio del Interior no pueden comer ni vestir medianamente. Ellos reconocen, sólo ante sus más íntimos familiares, que con lo garantizado por el estado no se puede vivir adecuadamente.
Tienen que recurrir a pesar de sus avanzadas edades y disímiles enfermedades a aceptar subcontratas, generalmente como custodios nocturnos y otras labores menores. Trabajos que indiscutiblemente les aceleran sus dolencias físicas, le reducen su calidad de vida y le acortan sus existencias como hombres o mujeres de la tercera edad.
Recurren a la presión indirecta y hasta al chantaje explicito a sus vecinos-conciudadanos que saltan sobre las leyes, para obtener un nivel de vida cercano a los autorizados dirigentes fidelistas. Ven estas coacciones a los quebrantadores legales que tienen a mano como una manera natural de subsistir en la selva que es Cuba. Las dadivas de las jineteras para no ser delatadas a la policía, los regalitos de los “macetas”, las medicinas ofertadas por los familiares de los exiliados en Estados Unidos, las ganancias provenientes de los buenos informes a verificaciones realizadas a aquellos aspirantes a trabajar en el área de divisas libremente convertibles…
Ya nadie pone en duda que entre los partidarios del castrismo existe una total corrupción. Con las recientes defenestraciones de los más cercanos y antiguos colaboradores del doctor Fidel Castro Ruz, hasta el mismo líder ha tenido que reconocerlo en sus reflexiones.
A todos los niveles se vive de la simulación y doble moral, porque la intolerancia de la estructura comunista no permite hacer críticas abiertas, incluso aquellas bien intencionadas. Los teóricos del marxismo-leninismo dicen que esto es reblandecimiento ideológico. Entonces se trata de los reblandecidos fidelistas de barrio.
cocofari62@yahoo.es
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