Arroyo Naranjo, La Habana, julio 2 de 2009 (SDP) El dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo fue el primer adversario externo que enfrentó el quijotismo castrista. Un mes después del triunfo revolucionario de enero de 1959, militares cubanos comenzaron a entrenar en un campamento de las lomas de Pinar del Río a una fuerza invasora de 151 dominicanos y 27 hombres de otras nacionalidades.
Tras el fracaso en 1947 de la expedición de Cayo Confites, Fidel Castro se quedó con las ganas de pelear contra Trujillo. En diciembre de 1958, cuando el dominicano Enrique Jiménez Moya condujo un cargamento aéreo de armas desde Venezuela hasta la Sierra Maestra, el comandante barbudo, en gesto de gratitud, se comprometió gustoso a armar y entrenar a los antitrujillistas.
Cuando Batista huyó de Cuba y Trujillo le dio asilo momentáneo en Santo Domingo, Fidel Castro halló el motivo para declararle la guerra. Desde entonces, un poco antes que al Tío Sam, culpó al dictador de la isla vecina de estar detrás de todos los complots que se tramaron contra el régimen revolucionario.
Trujillo era el villano perfecto. Un tirano esperpéntico, de tricornio emplumado y pecho constelado de entorchados y medallas auto-conferidas que le ganaron el apodo de Chapitas. La mayoría de los cubanos no tuvo reparos en echárselo de enemigo. Recuerdo que las rondas de niños en los patios de las escuelas los niños cantaban acerca de Chapitas: “¿Qué quiere Guevara?... Llenarlo de balas... ¿Qué quiere Menoyo?... Meterlo en el hoyo”. Menoyo era el Comandante Eloy Gutiérrez, varios años antes de que pasara a integrar la lista de “los que traicionaron al Máximo Líder”.
La expedición antitrujillista partió de Punta Arena, en la costa norte de Holguín, la tarde del 13 de junio de 1959. Los dos yates en que viajaron los invasores fueron escoltados por tres fragatas de la Marina de Guerra cubana. De los 198 hombres, 20 eran militares cubanos, integrantes de la que fuera la columna guerrillera del comandante Camilo Cienfuegos. Antes de incorporarlos, les ordenaron que se pelaran y afeitaran las barbas.
Camilo Cienfuegos, que acudió personalmente a despedirlos, ordenó que tiraran muchas fotos. Supongo sería para recordar siempre a sus soldados. No se sabe que hicieron con las fotos. De cualquier modo, ni entonces ni durante varias décadas se habló mucho de la expedición para derrocar a Trujillo. Pasó medio siglo para que el periódico Granma, al conmemorar el aniversario 50 del suceso, publicara una de aquellas fotos.
En ella, los expedicionarios, con uniforme verde olivo, desaliñados y felices, sonríen como si fueran de fiesta. Camilo, muy flaco, posa, las manos en la cintura, con gorra y sin camisa. Es el único que conserva la barba. No ríe. O no se nota su risa. El copioso bigote oculta su boca. La foto es de muy mala calidad. Lo más probable es que, por muy optimista que intentara mostrarse, definitivamente no riera. Tal vez Camilo Cienfuegos presentía el trágico final de la expedición o el suyo propio, apenas cuatro meses después.
Los desembarcos por Maimón y Estero Hondo culminaron en una carnicería. El ejército dominicano los esperaba. Casi una semana antes había capturado documentos de la operación a los invasores que viajaron en un avión C-46, de Manzanillo a Constanza, la tarde del 14 de junio. A bordo del avión iba Jiménez Moya, el jefe de la expedición, que fue muerto.
18 cubanos murieron. Sólo sobrevivieron el principal asesor cubano, el comandante Delio Gómez Ochoa, y Pablo Mirabal, que fueron amnistiados y devueltos a Cuba dos años después.
El Comandante en Jefe, al que es harto sabido que no le gusta perder, tuvo su desquite. Gutiérrez Menoyo (el que cantaban los niños) no pudo meter en el hoyo a Chapitas (dicen que finalmente fue la CIA quien lo consiguió), pero en un rocambolesco episodio de agentes dobles y triples, condujo a la captura en Trinidad de un avión cargado de armas enviado por el dictador dominicano a los anticastristas. Al frente de la emboscada estuvo el Comandante, que no perdía por entonces una oportunidad de ser el machazo de la película.
Con la captura del avión, el Comandante empató la pelea con Chapitas. Las futuras guerras internacionalistas, más organizadas y con asesoría y armamento soviético, contra los huachas de UNITA, los somalíes o los sudafricanos, serían más favorables para sus armas. Que los muertos de la pelea cubana contra Chapitas se hayan multiplicado por mil son sólo gajes del oficio de guerrear.
luicino2004@yahoo.com
Tras el fracaso en 1947 de la expedición de Cayo Confites, Fidel Castro se quedó con las ganas de pelear contra Trujillo. En diciembre de 1958, cuando el dominicano Enrique Jiménez Moya condujo un cargamento aéreo de armas desde Venezuela hasta la Sierra Maestra, el comandante barbudo, en gesto de gratitud, se comprometió gustoso a armar y entrenar a los antitrujillistas.
Cuando Batista huyó de Cuba y Trujillo le dio asilo momentáneo en Santo Domingo, Fidel Castro halló el motivo para declararle la guerra. Desde entonces, un poco antes que al Tío Sam, culpó al dictador de la isla vecina de estar detrás de todos los complots que se tramaron contra el régimen revolucionario.
Trujillo era el villano perfecto. Un tirano esperpéntico, de tricornio emplumado y pecho constelado de entorchados y medallas auto-conferidas que le ganaron el apodo de Chapitas. La mayoría de los cubanos no tuvo reparos en echárselo de enemigo. Recuerdo que las rondas de niños en los patios de las escuelas los niños cantaban acerca de Chapitas: “¿Qué quiere Guevara?... Llenarlo de balas... ¿Qué quiere Menoyo?... Meterlo en el hoyo”. Menoyo era el Comandante Eloy Gutiérrez, varios años antes de que pasara a integrar la lista de “los que traicionaron al Máximo Líder”.
La expedición antitrujillista partió de Punta Arena, en la costa norte de Holguín, la tarde del 13 de junio de 1959. Los dos yates en que viajaron los invasores fueron escoltados por tres fragatas de la Marina de Guerra cubana. De los 198 hombres, 20 eran militares cubanos, integrantes de la que fuera la columna guerrillera del comandante Camilo Cienfuegos. Antes de incorporarlos, les ordenaron que se pelaran y afeitaran las barbas.
Camilo Cienfuegos, que acudió personalmente a despedirlos, ordenó que tiraran muchas fotos. Supongo sería para recordar siempre a sus soldados. No se sabe que hicieron con las fotos. De cualquier modo, ni entonces ni durante varias décadas se habló mucho de la expedición para derrocar a Trujillo. Pasó medio siglo para que el periódico Granma, al conmemorar el aniversario 50 del suceso, publicara una de aquellas fotos.
En ella, los expedicionarios, con uniforme verde olivo, desaliñados y felices, sonríen como si fueran de fiesta. Camilo, muy flaco, posa, las manos en la cintura, con gorra y sin camisa. Es el único que conserva la barba. No ríe. O no se nota su risa. El copioso bigote oculta su boca. La foto es de muy mala calidad. Lo más probable es que, por muy optimista que intentara mostrarse, definitivamente no riera. Tal vez Camilo Cienfuegos presentía el trágico final de la expedición o el suyo propio, apenas cuatro meses después.
Los desembarcos por Maimón y Estero Hondo culminaron en una carnicería. El ejército dominicano los esperaba. Casi una semana antes había capturado documentos de la operación a los invasores que viajaron en un avión C-46, de Manzanillo a Constanza, la tarde del 14 de junio. A bordo del avión iba Jiménez Moya, el jefe de la expedición, que fue muerto.
18 cubanos murieron. Sólo sobrevivieron el principal asesor cubano, el comandante Delio Gómez Ochoa, y Pablo Mirabal, que fueron amnistiados y devueltos a Cuba dos años después.
El Comandante en Jefe, al que es harto sabido que no le gusta perder, tuvo su desquite. Gutiérrez Menoyo (el que cantaban los niños) no pudo meter en el hoyo a Chapitas (dicen que finalmente fue la CIA quien lo consiguió), pero en un rocambolesco episodio de agentes dobles y triples, condujo a la captura en Trinidad de un avión cargado de armas enviado por el dictador dominicano a los anticastristas. Al frente de la emboscada estuvo el Comandante, que no perdía por entonces una oportunidad de ser el machazo de la película.
Con la captura del avión, el Comandante empató la pelea con Chapitas. Las futuras guerras internacionalistas, más organizadas y con asesoría y armamento soviético, contra los huachas de UNITA, los somalíes o los sudafricanos, serían más favorables para sus armas. Que los muertos de la pelea cubana contra Chapitas se hayan multiplicado por mil son sólo gajes del oficio de guerrear.
luicino2004@yahoo.com
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