Arroyo Naranjo, La Habana, agosto 27 de 2009 (SDP) Me había propuesto no escribir sobre el anunciado concierto de Juanes en la Plaza de la Revolución. En realidad, el asunto no me interesa demasiado. Desde que no pude estar en el festival de Woodstock, renuncié a los conciertos multitudinarios. Menos aún si son de pop latino (que me aburre soberanamente). Imagínese usted si además (por muy apolítico y por la paz que sea) el concierto es en un lugar con tan malas vibras como la Plaza de la Revolución.
Si escribo sobre el tema es porque no me gusta el curso que ha tomado la polémica. En Miami, la perreta contra Juanes está en su apogeo. Mientras, los que están a favor, aquí o allá, hablan del concierto como si durante él se fuera a producir la segunda venida del Señor.
Con Juanes o sin Juanes, no hay por qué exagerar. No creo que el concierto se convierta en el aquelarre musical-ideológico de un piquete de amigotes “solidarios” con camisas rojas y banderolas de Che Guevara. No parece ser el caso. Ni siquiera porque Silvio Rodríguez y Amaury Pérez (que ahora se venden de abiertos y liberales) estén involucrados.
Tampoco será el concierto que celebró la caída del Muro de Berlín. Juanes y sus invitados no van a pedir libertad para los presos políticos ni exigirán que se respeten los derechos humanos de los cubanos. ¿Por qué iban a hacerlo? Cuando Juanes habla de cantar por la paz, lo más probable es que tenga en mente el conflicto Cuba-USA como si fuera el pollo del arroz con ídem. Digo, como conversó al respecto y recibió el OK de la secretaria Hillary Clinton…
En Cuba no hay guerra. Donde puede haberla y pronto (Zelaya, Ortega y Chávez mediante) es en Honduras. Pero a Juanes no se le ocurrió mudar el dichoso concierto a Tegucigalpa o San Pedro Sula. Allá hubiera sido un poco más fácil. Ya se sabe que los cubanos de ambos bandos somos demasiado apasionados. De ahí las camisas negras quemadas en la Calle 8 y los CD de Juanes rotos a mandarriazos por algún energúmeno. Y lo que es peor: las amenazas. Son más ruido que otra cosa, pero es precisamente el tipo de ruido que necesita el régimen cubano para acusar de intolerante a “la mafia anexionista”. ¡Le zumba ser acusados de intolerancia por los campeones continentales de la intolerancia!
A propósito, ya que hablamos de la intolerancia del exilio… Fernando Ravsberg, corresponsal de BBC Mundo en Cuba, que no sé como se las arregla para siempre llevar agua al molino del gobierno cubano, refiere el mal rato que pasó Julio Iglesias allá por 1973, en un cabaret de Miami, cuando expresó su deseo de cantar en Cuba. Según Ravsberg, volaron las sillas y las cubetas de hielo y al cantante español lo tuvo que rescatar la policía. Qué riesgo corrió en vano. De todas formas, en aquella época, Julio Iglesias no hubiera podido cantar en Cuba porque los comisarios lo tenían en una lista negra de cantantes prohibidos por diversos motivos que incluía a Roberto Carlos, José Feliciano, todos los rockeros anglosajones y un largo etcétera, en el que no estaba Juanes porque era muy niño o aún no había nacido…
De cualquier modo el régimen cubano le sacará lascas al concierto de Juanes en la Plaza de la Revolución. Servirá a su propaganda al exterior como una señal de apertura. Al interior, será un poco de circo y pachanga en tiempos de crisis. Cualquier problemita que surja durante el espectáculo se puede solucionar con bastantes policías con tonfas y la transmisión televisiva diferida, previa edición.
Si finalmente no se da el concierto (como presiento que sucederá) el régimen se hará la víctima y subirá un par de pulgadas el muro de la plaza sitiada. Para dar “una digna y combativa respuesta al imperialismo y la mafia de Miami”, si no vienen Juanes, Miguel Bossé y la curvilínea Olga Tañón, los mandarines convocarán a Baby Lores (con El Jefe tatuado en el brazo), Gente de Zona, Paulito FG y un par de reguetoneros sin porvenir. Con muchos decibeles y varias pipas de cerveza, pondrán a gozar a los musulungos, chusmas y sumisos que acudan a la sub-utilizada Plaza de la Revolución porque no tienen otro lugar donde ir o porque los citó la dirección de la escuela, el centro de trabajo o el Partido Único.
Por mi parte, y para evitar situaciones desagradables, reitero desde ahora a los segurosos “que me atienden” que no pienso asistir al concierto de Juanes ni tampoco al que anuncian para enero de Ricardo Arjona en el Malecón. Eso, si finalmente se dan. Para que después no digan, advierto que sólo cambiaré de idea si Juanes logra incorporar a su troupé a Mick Jagger y los Rolling Stones.
luicino2004@yahoo.com
Si escribo sobre el tema es porque no me gusta el curso que ha tomado la polémica. En Miami, la perreta contra Juanes está en su apogeo. Mientras, los que están a favor, aquí o allá, hablan del concierto como si durante él se fuera a producir la segunda venida del Señor.
Con Juanes o sin Juanes, no hay por qué exagerar. No creo que el concierto se convierta en el aquelarre musical-ideológico de un piquete de amigotes “solidarios” con camisas rojas y banderolas de Che Guevara. No parece ser el caso. Ni siquiera porque Silvio Rodríguez y Amaury Pérez (que ahora se venden de abiertos y liberales) estén involucrados.
Tampoco será el concierto que celebró la caída del Muro de Berlín. Juanes y sus invitados no van a pedir libertad para los presos políticos ni exigirán que se respeten los derechos humanos de los cubanos. ¿Por qué iban a hacerlo? Cuando Juanes habla de cantar por la paz, lo más probable es que tenga en mente el conflicto Cuba-USA como si fuera el pollo del arroz con ídem. Digo, como conversó al respecto y recibió el OK de la secretaria Hillary Clinton…
En Cuba no hay guerra. Donde puede haberla y pronto (Zelaya, Ortega y Chávez mediante) es en Honduras. Pero a Juanes no se le ocurrió mudar el dichoso concierto a Tegucigalpa o San Pedro Sula. Allá hubiera sido un poco más fácil. Ya se sabe que los cubanos de ambos bandos somos demasiado apasionados. De ahí las camisas negras quemadas en la Calle 8 y los CD de Juanes rotos a mandarriazos por algún energúmeno. Y lo que es peor: las amenazas. Son más ruido que otra cosa, pero es precisamente el tipo de ruido que necesita el régimen cubano para acusar de intolerante a “la mafia anexionista”. ¡Le zumba ser acusados de intolerancia por los campeones continentales de la intolerancia!
A propósito, ya que hablamos de la intolerancia del exilio… Fernando Ravsberg, corresponsal de BBC Mundo en Cuba, que no sé como se las arregla para siempre llevar agua al molino del gobierno cubano, refiere el mal rato que pasó Julio Iglesias allá por 1973, en un cabaret de Miami, cuando expresó su deseo de cantar en Cuba. Según Ravsberg, volaron las sillas y las cubetas de hielo y al cantante español lo tuvo que rescatar la policía. Qué riesgo corrió en vano. De todas formas, en aquella época, Julio Iglesias no hubiera podido cantar en Cuba porque los comisarios lo tenían en una lista negra de cantantes prohibidos por diversos motivos que incluía a Roberto Carlos, José Feliciano, todos los rockeros anglosajones y un largo etcétera, en el que no estaba Juanes porque era muy niño o aún no había nacido…
De cualquier modo el régimen cubano le sacará lascas al concierto de Juanes en la Plaza de la Revolución. Servirá a su propaganda al exterior como una señal de apertura. Al interior, será un poco de circo y pachanga en tiempos de crisis. Cualquier problemita que surja durante el espectáculo se puede solucionar con bastantes policías con tonfas y la transmisión televisiva diferida, previa edición.
Si finalmente no se da el concierto (como presiento que sucederá) el régimen se hará la víctima y subirá un par de pulgadas el muro de la plaza sitiada. Para dar “una digna y combativa respuesta al imperialismo y la mafia de Miami”, si no vienen Juanes, Miguel Bossé y la curvilínea Olga Tañón, los mandarines convocarán a Baby Lores (con El Jefe tatuado en el brazo), Gente de Zona, Paulito FG y un par de reguetoneros sin porvenir. Con muchos decibeles y varias pipas de cerveza, pondrán a gozar a los musulungos, chusmas y sumisos que acudan a la sub-utilizada Plaza de la Revolución porque no tienen otro lugar donde ir o porque los citó la dirección de la escuela, el centro de trabajo o el Partido Único.
Por mi parte, y para evitar situaciones desagradables, reitero desde ahora a los segurosos “que me atienden” que no pienso asistir al concierto de Juanes ni tampoco al que anuncian para enero de Ricardo Arjona en el Malecón. Eso, si finalmente se dan. Para que después no digan, advierto que sólo cambiaré de idea si Juanes logra incorporar a su troupé a Mick Jagger y los Rolling Stones.
luicino2004@yahoo.com
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