jueves, 27 de agosto de 2009

JUANES: DISPARARLE AL QUE NO ES, Rogelio Fabio Hurtado

Marianao, La Habana, 27 de agosto de 2009, (SDP) Muchos de mis lectores recordarán las dos primeras décadas del proceso, cuando los artistas que se marchaban de Cuba eran inmediatamente olvidados por todos los medios de difusión nacionales. De esa exclusión padecieron figuras tan imborrables como Ernesto Lecuona, Osvaldo Farrés y Celia Cruz. Ya entrados los 80as, se dieron el lujo de amnistiar a Lecuona. Respecto a la guarachera inmortal, hasta después de muerta siguen sin difundirla, acaso porque temen que su grito de ¡¡Azúcar!! podría insubordinar de alegría al pueblo.

Esa práctica no tardó en extenderse a los artistas extranjeros que se presentaban en Miami. Así, el español Julio Iglesias cuya película “La Vida Sigue Igual” hizo época en La Habana, quedó convertido en un No-cantante, igual que el chileno Lucho Gatica y el baladista argentino Luís Aguilé.

Menos conocida es la prohibición de viajar al extranjero, que limitó durante muchos años la vida artística de figuras que disfrutaban de gran aceptación fuera de la Isla, como Barbarito Diez y Celina González, cuya célebre tonada ¡Que viva Shangó! le fue censurada largos años. Ya no dentro de la farándula, cabe mencionar al poeta José Zacarías Tallet, quien pese a sus credenciales revolucionarias de larga data, incluso a su amistad con Raúl Roa, entonces Canciller de la dignidad, tuvo que esperar años por un permiso para visitar a su hijo, residente en Norteamérica desde mucho antes de 1959.
Creo que con esos pocos ejemplos basta para identificar al malhechor de esos atentados contra la cultura, en nombre siempre de los intereses políticos.

Con los años, otros cubanos, aquellos que parecían haber optado por la libertad y la democracia, incurren una y otra vez en la misma barbarie. Cuando pude visitar por primera vez La Florida en el verano de 1996, estaba fresco el episodio de repudio a un concierto del excelente pianista Gonzalito Rubalcaba, cosa que me asombró, pues el músico no ostentaba afiliación al bando rojo. Sin embargo, cuando les argumentaba que en lugar de rechazarlo, debían acogerlos incondicionalmente, reconociéndoles su doble condición de compatriotas y de artistas, mis interlocutores no se atrevían a discrepar de aquellos salvajes. Luego, una discusión con personas inteligentes acerca de la cinta “Fresa y Chocolate” y el saboteo a la presentación de Rosita Fornés en Miami Beach acabaron de convencerme de que la politización superficial de la cultura había echado raíces allí, a medida que en Cuba, después de tocar fondo durante el pavonato, sin dejar de ser represiva, se tornaba más astuta y sutil.

El papel de verdugo cultural ha pasado a protagonizarlo el sector más obtuso del exilio, obsequiándole a la burocracia totalitaria el de benefactores del arte y la cultura. He sufrido oyendo su escandalera frente a la Galería de Cernuda, un viernes de Galery`night en Coral Gables. Me consta que son ocho o diez gritones, pero lo peor es que, con su gritería, enmudecen al resto de la comunidad y la desacreditan ilimitadamente a los ojos de cualquier persona civilizada, facilitando así el aislamiento y el rechazo internacional a los cubanos de Miami, que tanto perjudica también a los cubanos que dentro de Cuba objetamos al régimen.

Lo más triste de todo es que no parecen percatarse del daño que le infligen a la causa que creen defender. Ayer quemaron un Pavorreal del maestro Mendive, hoy la emprenden a mandarriazos contra unos discos de un rockero colombiano con la misma furia estéril.
Si lograsen intimidar a Juanes, la burocracia totalitaria resultaría doblemente ganadora: se ahorrarían el despliegue policial para asegurar una actividad que en el fondo a ellos tampoco les gusta y, además, dispondrían de un buen argumento para presentarlos ante los jóvenes de la Isla como sus enemigos, los culpables de privarlos de una verdadera fiesta, gente que no pueden ser considerados como hermanos, sino como “la mafia terrorista de Miami”, si esa calificación no les quedase grande.

Quede claro que esas prácticas histéricas y abusivas, que recurren al chantaje para prevalecer, no pueden tener cabida en la Cuba renovada que, pésele a quien le pese, llegará, forjada por los cubanos de bien de aquí y de allá. Una Cuba sin actos de repudio, donde el arte y la verdadera política se conjuguen para enaltecerla.
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