Cabañas, Habana, 27 de agosto de 2009 (SDP) El siglo XXI se inauguró en América Latina con individuos que han alcanzado el poder por el voto popular pero no han hecho gala en absoluto de la ética y los valores necesarios para catalogarlos como demócratas.
Una carencia ética que comparten estos elegidos es el afán desmedido por permanecer de por vida en el poder. Esto los ha llevado a intentar imponer nuevas constituciones que les amparen legalmente en su antidemocrático anhelo.
La ausencia de una ideología que sustente el diseño económico, político y social de las naciones que gobiernan es suplida con promesas y paliativos a una parte de las mayorías desposeídas, acompañadas de prebendas a sus fieles. Todo esto en un marco de improvisaciones nacional-regionalistas que dicen estar inspiradas en Simón Bolívar.
Los únicos conocedores e intérpretes de esa neo visión nacional-regionalista bolivariana son ellos en sus propios países y en sus alianzas en la región. Son fiel reproducción del actuar de los jerarcas de la iglesia en la era del oscurantismo medieval.
En estas andanzas, el político hondureño Manuel Zelaya ha devenido defensor del cincuentenario gobierno cubano en la OEA. Su afán desbocado lo llevó incluso a erigirse en juez de la historia al proclamar absuelto al Comandante en Jefe, a quien aspira a imitar.
Para ello, en su país, Zelaya desconoció el orden democrático republicano y convocó a una consulta popular que, por ser de facto una violación constitucional, llevó a su destitución como presidente.
La reacción de los demócratas hondureños, aún cuando errada en la forma, es legítima en tanto defensa de la institucionalidad democrática y freno a la imposición de una nueva dictadura desde las urnas.
Ante la ineficiencia de la OEA y las exigencias democráticas de organizaciones regionales, los populistas se han inventado nuevos espacios en los que los valores universalmente reconocidos dejan de ser elemento unificador y rector. Su lugar lo ocupa la defensa de los intereses de los caudillos. Uno de estos espacios es el ALBA.
Los integrantes de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), encabezados por una dictadura consumada y otras en metamorfosis, se han conjurado para reponer al presidente depuesto, aunque para ello tengan que emplear la violencia. En absoluto condenan los desmanes del expulsado. Sería condenarse a sí mismos.
Al ALBA lo han hecho populistas, con populistas y para bien de los populistas con las riquezas de las naciones que someten a sus dictados, el aplauso de los que enceguecen con migajas y con los desleales que compran con pomposos cargos y sustanciosas prebendas.
Si alguien aún tiene esperanzas en el ALBA, que mire a Cuba y vea el resultado que han traído 50 años de matraca antiimperialista, mega planes inviables y políticas desacertadas en lo económico, lo social y la eliminación de la participación política real de los individuos sometidos.
Zelaya, el mismo que prometió en su investidura como presidente de Honduras respeto a la Constitución de 1981, la ha violado con el visto bueno y el apoyo de terceros para nada demócratas. Los condenados por delitos quedan privados de facto de sus derechos políticos. Este es el caso del ex presidente.
Defender de la democracia sólo la inamovilidad de algunos cargos, sin tener en cuenta las violaciones cometidas por los que los ocupan, es propio de los oportunistas. Esos que solo ven de bueno en ella la posibilidad de acceso a los cargos, para ignorar, después de alcanzarlos, el debido apego a la ley.
Es hora ya de desenmascarar a los que confunden el ejercicio de la política en democracia con la jefatura de familias mafiosas. Esos capos que solo aspiran a riquezas y poder, deben quedar relegados al bajo mundo donde se originaron. No se les debe permitir dominar el mundo todo.
Condenar el proceder contra el presidente violador de la ley y algunos de sus allegados es necesario, pero no suficiente. ¿Se defiende al presidente o a la democracia? He ahí la cuestión.
Los demócratas reales y los aparentes, que hoy reclaman la restitución de Zelaya, deben con igual fuerza apoyar su comparecencia ante un tribunal imparcial e independiente para que presente sus descargos ante las pruebas y testigos que lo acusan.
Políticos que sirvan a sus pueblos, no políticos que se sirvan de ellos para sus fines personales o de sus cárteles políticos, es lo que necesita la América Latina. El reto está planteado. Determinar quien minó inicialmente las bases de la democracia en Honduras es medular. Condenar los métodos errados es justo pues, aunque conexos, constituyen delito. Pero culpas de terceros no anulan las propias.corrientemartiana2004@yahoo.com
Una carencia ética que comparten estos elegidos es el afán desmedido por permanecer de por vida en el poder. Esto los ha llevado a intentar imponer nuevas constituciones que les amparen legalmente en su antidemocrático anhelo.
La ausencia de una ideología que sustente el diseño económico, político y social de las naciones que gobiernan es suplida con promesas y paliativos a una parte de las mayorías desposeídas, acompañadas de prebendas a sus fieles. Todo esto en un marco de improvisaciones nacional-regionalistas que dicen estar inspiradas en Simón Bolívar.
Los únicos conocedores e intérpretes de esa neo visión nacional-regionalista bolivariana son ellos en sus propios países y en sus alianzas en la región. Son fiel reproducción del actuar de los jerarcas de la iglesia en la era del oscurantismo medieval.
En estas andanzas, el político hondureño Manuel Zelaya ha devenido defensor del cincuentenario gobierno cubano en la OEA. Su afán desbocado lo llevó incluso a erigirse en juez de la historia al proclamar absuelto al Comandante en Jefe, a quien aspira a imitar.
Para ello, en su país, Zelaya desconoció el orden democrático republicano y convocó a una consulta popular que, por ser de facto una violación constitucional, llevó a su destitución como presidente.
La reacción de los demócratas hondureños, aún cuando errada en la forma, es legítima en tanto defensa de la institucionalidad democrática y freno a la imposición de una nueva dictadura desde las urnas.
Ante la ineficiencia de la OEA y las exigencias democráticas de organizaciones regionales, los populistas se han inventado nuevos espacios en los que los valores universalmente reconocidos dejan de ser elemento unificador y rector. Su lugar lo ocupa la defensa de los intereses de los caudillos. Uno de estos espacios es el ALBA.
Los integrantes de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), encabezados por una dictadura consumada y otras en metamorfosis, se han conjurado para reponer al presidente depuesto, aunque para ello tengan que emplear la violencia. En absoluto condenan los desmanes del expulsado. Sería condenarse a sí mismos.
Al ALBA lo han hecho populistas, con populistas y para bien de los populistas con las riquezas de las naciones que someten a sus dictados, el aplauso de los que enceguecen con migajas y con los desleales que compran con pomposos cargos y sustanciosas prebendas.
Si alguien aún tiene esperanzas en el ALBA, que mire a Cuba y vea el resultado que han traído 50 años de matraca antiimperialista, mega planes inviables y políticas desacertadas en lo económico, lo social y la eliminación de la participación política real de los individuos sometidos.
Zelaya, el mismo que prometió en su investidura como presidente de Honduras respeto a la Constitución de 1981, la ha violado con el visto bueno y el apoyo de terceros para nada demócratas. Los condenados por delitos quedan privados de facto de sus derechos políticos. Este es el caso del ex presidente.
Defender de la democracia sólo la inamovilidad de algunos cargos, sin tener en cuenta las violaciones cometidas por los que los ocupan, es propio de los oportunistas. Esos que solo ven de bueno en ella la posibilidad de acceso a los cargos, para ignorar, después de alcanzarlos, el debido apego a la ley.
Es hora ya de desenmascarar a los que confunden el ejercicio de la política en democracia con la jefatura de familias mafiosas. Esos capos que solo aspiran a riquezas y poder, deben quedar relegados al bajo mundo donde se originaron. No se les debe permitir dominar el mundo todo.
Condenar el proceder contra el presidente violador de la ley y algunos de sus allegados es necesario, pero no suficiente. ¿Se defiende al presidente o a la democracia? He ahí la cuestión.
Los demócratas reales y los aparentes, que hoy reclaman la restitución de Zelaya, deben con igual fuerza apoyar su comparecencia ante un tribunal imparcial e independiente para que presente sus descargos ante las pruebas y testigos que lo acusan.
Políticos que sirvan a sus pueblos, no políticos que se sirvan de ellos para sus fines personales o de sus cárteles políticos, es lo que necesita la América Latina. El reto está planteado. Determinar quien minó inicialmente las bases de la democracia en Honduras es medular. Condenar los métodos errados es justo pues, aunque conexos, constituyen delito. Pero culpas de terceros no anulan las propias.corrientemartiana2004@yahoo.com
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